Dialogando en el Café Salambó

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domingo, 17 de febrero de 2019

Lletraferit, Letraherido y Literaturadicto.





Recientemente debatía con unos amigos escritores sobre la palabra letraherido. Obviamente todos sabíamos que la palabra está aceptada por la Real Academia e incluida en el diccionario como préstamo del catalán lletraferit, y que el adjetivo significa algo tan sencillo como Que siente una pasión extremada por la literatura. Amant de conrear les lletres es como la define el Diccionari de la llengua catalana. La acepción de la RAE es muy amplia, y valdría tanto para quienes gozan de la literatura a través de la lectura


como para quienes además, intentamos gozarla desde la escritura.


Por eso, la acepción del DIEC va un paso más allá e incorpora ese matiz interesante de conrear, de cultivar, tanto si entendemos que cultivar la literatura es escribirla como si entendemos, como es mi caso, que cultivarla también es leerla.
En cualquier caso, me parece una suerte de belleza extrema, y una prueba de la vitalidad permanente de las lenguas, que entre ellas se presten palabras para enriquecerse entre sí. Ya que los hablantes, o aún peor, algunos de sus charlatanes son incapaces de prestarse nada para crecer, al menos, que lo hagan las lenguas y sus diccionarios.
El debate no lo impulsaba el hecho de que la palabra fuera un préstamo del catalán, hasta ahí podríamos llegar, aunque eso ocurra entre mentecatos supuestamente cultos y otras especies politizadas; no. El debate era más bien estético.
Las palabras a veces las ensucia el uso, el mal uso y el abuso en contextos que no las merecerían, y por ahí iban los tiros. Algunos reconocíamos que letraherido ya está muy vista como palabra, que ya ha callejeado demasiado, quizás por ello, algunos consideraban que la palabra era pedante, incluso se avergonzaban de reconocerse letraheridos, seguramente por ese abuso, porque en el saco de la palabra ha caído de todo, muchos junta letras e impostores seguramente en medio de dignos escritores, consagrados, solventes o incluso dignos aprendices de las letras. Pero lo que no íbamos a discutir era que, con mayor o menor énfasis, todos nos reconocíamos en la esencia de la definición. En que todos éramos gente que siente una pasión extremada por la literatura y gente de además, somos amantes de conrear les lletres...
De repente, uno de mis colegas me interpeló hábilmente recordándome algo que no tuve presente en el debate: que yo mismo, en mi perfil de algunas redes sociales me autodefinía como “literaturadicto” y a el, le gustaba más que letraherido.
Aún no se lo he agradecido lo suficiente.
Y de paso, por mí quedaba zanjado el debate. Era evidente que cuando yo me permití esa licencia para definirme hace ya al menos cinco años, de alguna manera huía de la palabra de marras. “Literaturadicto”  era mi humilde aportación a esa misma pasión por las palabras, adjetives dicha pasión de una manera u otra.


Sí, me declaro letraherido y lletraferit, y por ello mismo les regalo mi palabra literaturadicto. Ojalá en el futuro, disculpen la presunción, a ninguna de ellas las subraye el Word en rojo.

Volver a J.D.Salinger

El guardián entre el centeno
J.D.Salinguer
Título original: The Catcher in the Rye (1945)
Traducción: Carmen Criado
Colección Literatura Contemporáneos L 5500
ISBN: 84-206-3409-3
3ª reimpresión de 2000, de la 1ª edición en “Área de Conocimiento: Literatura” de 1997

El Libro de Bolsillo. Literatura Alianza Editorial

Nueve cuentos
J.D.Salinguer
Título original: Nine Stories (1948)
Traducción: Elena Rius
Colección Literatura Contemporáneos L 5536
ISBN: 84-206-3462-X
4ª reimpresión de 2003, de la 1ª edición en “Área de Conocimiento: Literatura” de 1999
El Libro de Bolsillo. Literatura Alianza Editorial


Siguiendo esa norma no escrita, esa máxima de la buena praxis sobre la lectura, según la cual hay que volver de vez en cuando a los clásicos, e incluso a los clásicos modernos como es el caso, y seguramente recordando que el pasado 1 de enero se cumplía el centenario del nacimiento de Jerome David Salinger; volví a leer a este enigmático autor americano. Siguiendo esa máxima y a pesar de ella, he vuelto a Salinger porque me ha dado la gana y porque algo me decía que lo necesitaba. En mis años universitarios creo que no supe entenderlo como ahora, pero eso parecería normal, aunque solo sea porque han pasado más de treinta años. Y lo que entonces me desconcertó ahora me emociona, y lo que entonces no entendí, ahora me admira creyendo haberlo entendido mejor.
Así, el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno (1945), trasunto del propio J.D.Salinger ahora me parece uno de los personajes jóvenes, más inteligentes, trastornados por una hipersensibilidad y más críticos que recuerdo. Más allá de sus dificultades académicas, del tópico del genio inadaptado, de la mente precoz del personaje de 16 años, de su conflicto paterno y de su dificultad para entender el mundo que lo rodea, de la no aceptación de la muerte prematura de D.B, su hermano, de su amor por la hermana pequeña, Phoebe, más allá de su tendencia a beber, a auto destruirse, de su falta de suerte o pericia para congeniar con chicas y gozar del amor y del sexo, más allá de este cuadro clínico y generacional de una juventud americana posterior a la segunda guerra mundial; estamos ante la historia de un chico triste, solitario y con problemas en plena antesala de una Navidad, acentuando así la tragedia interior de Holden. Y lo salvará el amor por su hermana pequeña, un amor que en realidad lo lleva a quedarse a su lado para salvarla a ella, a Phoebe, cuando el ya estaba a punto de huir, o de algo peor, cuando aún está a tiempo de salvarla de la losa de los padres, antes de convertirse en una víctima más del american way of live… Para ello tendrá que matar metafóricamente al padre y volver a ser niño, recuperar la inocencia perdida.
No olvidemos además que El guardián entre el centeno fue esbozada mientras Salinger combatía en la segunda guerra mundial, que luego la continuaría y la terminaría dejando algunos pasajes en los que afirmaría haber preferido morir y no haber sobrevivido a ese mal sueño, o que incluso celebra la invención de la bomba atómica, aunque solo fuera para haberse podido sentar encima de ella al estallar. Los estragos psicológicos que la guerra, al margen de su biografía llena de contrariedades, quizás explicarían también su  decisión de retirarse del mundo después de triunfar en lo que había sido su verdadero sueño vital: ser escritor contra viento y marea. Y camufla el sueño o lo ensalza, según se mire, a través de la figura del hermano muerto, quien a ojos de Holden, hubiera sido un gran escritor.


Al margen también de las múltiples interpretaciones de esta novela maldita, no en vano había sido la reciente lectura de asesinos tristemente célebres, el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno es un tipo introvertido que lee, que reflexiona sobre sus lecturas, que intenta comunicarse y entender el por qué de sus dificultades para hacerlo, el por qué tiende a odiar cuanto le rodea, a estar en desacuerdo con la vida y el contexto que le ha tocado vivir. Y a su manera, lo explica a menudo con un punto de tristeza y auto compasión que no puede evitar, borracho de frío y soledad, vagando por las calles de Nueva York sin encontrar su rumbo. Sin encontrarse.



Podemos sospechar, y creo que hay suficientes evidencias, que J.F.Salinger encontraría su paz y equilibrio precisamente fuera de la literatura, en su retiro personal y en el misticismo oriental. Y no porque dejara de escribir, sino por dejar de hacer público lo que escribió después de sus Nueve cuentos (1948). Librarse de la vanidad en todo caso, del destructivo negocio editorial y de la crítica. Ahí nace el mito y la leyenda de uno de los escritores del NO, uno de los Bartleby más célebres de la historia reciente de la literatura. Las últimas palabras de El guardián entre el centeno, son:  Tiene gracia. No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.
Personalmente, aprecio aún más sus cuentos, de hecho, Salinger empezó destacándose como un gran cuentista y publicó los primeros, antes que la novela, en el New Yorker, lo que entonces suponía el paradigma del éxito para un joven aspirante a escritor y estudiante de literatura en Nueva York.
Aunque los temas son los mismos: la infancia perdida, el conflicto paterno, el dolor de la guerra, la dificultad de encontrar el amor, la reflexión de la voz narrativa, quizás insuficiente para reivindicar la condición humana y la mística espiritual final; la concisión, la coartada del cuento para alejarse de sí mismo a través de otros personajes que no fueran su fantasma, Holden Caulfield, y algunos giros finales, hacen a Salinger aún más contundente, evocador y atractivo como escritor moderno.
Evidentemente no voy a contarles al detalle, solo les diré que el primero, Un día perfecto para el pez plátano, deberá hallarse entre una de las joyas universales de la narrativa breve, a pesar del canon de Bloom. Es un relato de esos que contienen la magia necesaria que hace que, una vez leídos, ya los recuerdes para siempre y dejan en tu subconsciente el rastro del placer de la lectura. Y de paso, reúne la práctica totalidad de los temas de Salinger. Un relato de extraordinarios diálogos lleno de ternura, tristeza y sordidez.
Teddy, también obra maestra, es otro trasunto de Salinger, con el mismo final que el del Seymour Glass de Un día perfecto para el pez plátano. Pero Teddy, dentro de la ficción, incluye lo que yo diría que es un testimonio vital y espiritual de Salinger quien a través del personaje, inteligente y crítico, desesperado pero seguro de sí mismo explica su forma de entender el mundo. Y así, habla de la familia, de la escritura, de la filosofía e incluso del sistema de enseñanza americano de la época. Evidentemente todo en clave crítica y con unas primeras pinceladas hacia la conversión espiritual del autor.


En El periodo azul de Daumier-Smith, el noveno y último cuento del libro, su protagonista es un falso profesor de dibujo en Les Amis des Vieux Maîtres, una escuela dirigida por un japonés y que trabaja a espaldas de la ley. Todo es un subterfugio excepto una de sus alumnas, que es monja, la hermana Irma, y a la que no conoce puesto que es una alumna a distancia. Pero Daumier-Smith le escribe para ahondar en la profundidad de su obra y nunca recibirá respuesta hasta que el convento en el que vive Irma decide que no siga como alumna de la escuela de arte. El cuento es una declaración final de Salinger. Lo que significa abandonar el arte, o abandonar la fe cristiana para refugiarse en otras místicas alternativas. Una despedida para abrazar la soledad, el gozo del arte, la escritura en su caso, por puro amor al arte, lejos del mundanal ruido.

Seamos sinceros: ¿cuántas veces habíamos pensado nosotros en hacer lo mismo? Pues sí, Salinger lo hizo, acaso porque creyó que ya había dicho todo lo que tenía que decir al mundo con sus dos libros publicados.