Dialogando en el Café Salambó

Dialogando en el Café Salambó

Índice

sábado, 4 de enero de 2020

Reseña de la antología "Leer después de quemar" de Rafael Soler





Leer después de quemar
Rafael Soler
Madrid, 1ª edición, febrero de 2019
Colección “Vuelta de tuerca” número 3
Edita Kalosini S.L.
(Grupo editorial Olé libros)

ISBN: 978-84-177737-19-1


La obra de Rafael Soler no me recuerda a ninguna otra obra, ni él como autor nunca ha seguido y cacareado lo que otros hicieron, probablemente por incompetencia para menester tan común. Sea como fuere él siempre es solo él, porque ser uno mismo es la mayor empresa y el mayor logro. La obra de Rafael Soler tiene en sí misma, hechuras de género.
Por estas y otras razones que desconozco, y por eso mismo no importan estas últimas, me dispongo a fracasar, yo, a diferencia del referenciado, sí voy a intentar ex profeso escribir una lectura, un texto a la postre fuera de canon sobre este libro. Estar a la quimérica altura de las circunstancias.
Y luego dirán los listillos (inicialmente escribí sus envidiosos) que esto no es una reseña, aunque lo sea, tanto como el prólogo de este libro lo es siendo otra cosa. En él, Rafael Soler manifiesta Que la poesía es un lícito acto de legítima defensa, y uno se pregunta por qué o quién es el atacante, aunque el autor avanza, para tranquilidad del lector, que hay múltiples respuestas y que algunas son incluso convincentes. No les voy a aburrir con las mías.
Sigue Soler en su terapéutico prólogo transparente desgranando de qué libros surgen los poemas de esta antología, que lo es, de su importante producción poética. Surgen del donoso escrutinio noventa y nueve poemas, una cifra al estilo rebajasdeenero pero tan generosa y representativa, aunque llama la atención la ausencia caprichosa del redondeo a cien. Salen de cinco libros: Los sitios interiores (sonata urgente) (1979), Maneras de volver (2009), en el momento en que yo conocí al vate en Madrid, Las cartas que debía (2011), Ácido almíbar (2014) y No eres nadie hasta que te disparan (2016).
En una primera lectura desconcierta la organización que uno sospecha inicialmente que va a ser una selección por libro, o cronológica, pero no. Y en la segunda lectura, inevitable, te das cuenta de que Lucía Comba los organiza y distribuye en seis partes huyendo del fácil orden cronológico, siguiendo un orden mucho más meritorio e ilustrativo como lo es un orden temático, que da unidad a la vez que relevancia a los diferentes mundos creativos de Rafael Soler. Nadie aclara si los títulos de cada una de las seis partes son creación de la antóloga, del poeta, o de ambos a la vez. Debo suponer que son de Lucía Comba, que tiene toda la autoridad para haberlo hecho quien conoce de primera mano la obra y vida del poeta. De ello da fe el propio Soler al otorgarle el mayor de los avales a Lucía: la bida, sí, una palabra muy de su catálogo o caladero de ideas y que no dice significar otra cosa que la vida bien bebida. Y añade a esa autoridad absoluta: los desmanes de la vida, de sus vidas en común digo yo de paso, como único hilván…, remata. En cualquier caso, los títulos de esas seis partes son un acierto y un dato añadido por lo que sugieren, y con ellos, voy a organizar mi lectura.


Cierra Rafael el prólogo con una maravillosa y genial elipsis, él, maestro del recurso, él, que escribe el aire y la ausencia, el silencio que queda entre las palabras para que entendamos el prodigio de su obra.
Que nadie mejor dice para terminar… y este lector aventura que nadie mejor que él mismo para dar la explicaciones iniciales, o que nadie mejor que Lucía Comba para organizarnos y seleccionarnos la reliquia, o que nadie mejor que el lector, siempre ganador, para darle sentido a todo… Todo o nada, como en las jugadas de póker definitivas. Sírvanse ustedes.


1.    Basta callar para que todo empiece
Este bloque, que alterna un combate entre la fugacidad y la dificultad de vivir, al más puro estilo de las tesis de Emil Cioran y lo contrario, es decir la exaltación y el goce de estar vivo; se inicia con un poema titulado Parto a término.  En él leemos versos como estos:
(…) epifanía de lo amargo por venir y lo nacido (…)
(…) ahora que alzándote de nalgas
a un vacío sin fin te precipitan.
que bien podrían haber inspirado, de no ser imposible temporalmente, títulos como “Del inconveniente de haber nacido” (1973) del filósofo rumano. De otra manera también ilustran que sin permiso nos nazcan… como el mismo Soler dice en el prólogo.
En la mayoría de poemas el autor interpela al lector para ir desgranando su ideario personal, su actitud vital desde experiencias reveladoras que le permiten advertir, sugerir, casi aconsejar a veces lo que nos conviene para sobrevivir a la propia vida.

En El amante secreto de las balas sentencia el primer verso con algo tan lapidario como esto:
No pierdas la costumbre de perder (…)
Para seguir con rotunda lucidez, con la solución reveladora que da la razón al contrasentido anterior:
(…) no pierdas la costumbre
de ser el primero en las derrotas (…)
perder es la manera
de alumbrar en soledad una certeza (…)
Más adelante, en Cuando tu única certeza es el insomnio (poema que por cierto ilustra la contraportada del libro) añade exhortaciones como Sé fugaz (…) el hábito de amar las renuncias (…) y en plenitud porfía/ luciendo con orgullo cada herida/pues siempre vivir te costará la vida.
En definitiva, un bloque de tonos agridulces sazonado con momentos de acidez, una evaluación de la vida bibida…

2.    Perdidos en la misma cama
Se divide esta cama en dos partes, quizás porque son dos los protagonistas los que hacen un viaje de doble sentido, un trayecto desde el alma hasta la piel y viceversa. El poeta y la musa, el amado y la amante propietaria de voluntades, para vivir la relación humana y con ella la seducción del amor y el erotismo, el gozo del espasmo de los cuerpos, el dolor incomparable del desamor.

       2.1. ¿En qué lado duermo yo?
Esta pregunta a modo de entradilla abre la primera parte y ya, con tan poco, sabemos tanto... ¿Porque no es acaso una de las primeras preguntas que se hacen dos al acostarse las primeras veces? Pregunta de amantes, de encuentros amorosos y que no suele repetirse una vez los cuerpos se arrellanan el uno en el otro para compartir almohada.
El primer poema, Armas de seducción, se cierra con el error universal de los amantes que se prometen cosas a ultranza cuando empiezan una relación:
(…) y la palabra jamás
al entregarlo todo.
O la misma idea, en otro poema, Mujer con un panal al fondo, cuando los amantes se terminan…
(…) y todo abrazo pendiente en la palabra nunca.
Habitación por horas con nevera es un título que lo dice todo, de otro de los poemas. Una cruda descripción de la transacción de los cuerpos en la voz de una prostituta:
      (…) no soy Lolita piensas
      de cuarenta para arriba abriendo las exclusas

      pero este lavabo es suficiente
      y tu loción de cura antiguo
tu desbordada tripa
y tu silencio cansado cuando acabes
durarán el tiempo de una ducha.
Nos encontramos también con la idea del tercero, ese personaje como es bien sabido, a menudo necesario para que las relaciones, las dos, sobrevivan al tedio y se consoliden en el tiempo.  En Razón de estado: 
     (…) que amante transitiva
guardaré del silencio las volutas

y que así menesterosa
tan a propósito de nada

te ofrezco
civilizadamente
      mi locutorio púbico.
      O en Siempre fuimos tres:
      Cosa de dos amor lo nuestro
      por terceros atados a pespunte
 
      yo contigo
      tú conmigo a veces
      y del brazo encaramados los terceros (…)


2.2. El otro cincuenta por ciento de la cama
Es esa mitad en la que ya, definitivamente duerme él o bien ella, ahora que ya son parte de su común historia y miran atrás para explicarse, para entender el por qué, o para seguir sin entenderlo por innecesario. Para recordar lo ocurrido desde aquél día en que alguien preguntó en qué lado de la cama debía dormir…
Del poema titulado LVIII, la culpa del azar, un lavarse las manos…:
(…) yo no elegí ser el primero en navegarte
y surcar tu cuerpo cada noche como un río
bebiendo amaneceres que no me pertenecen
yo no subí las cimas coronadas de tu cuerpo
ni bajé a sus profundidades

yo no busqué la deriva de tu sueño
ni tengo cien años para darte

yo estaba en mi camino sentado con la tarde
y tú pasaste
En Se nos apaga el mundo (cine puro), momentos de pasión, noviazgo en cines de tardes de domingo:
(…) y en las butacas numeradas siete y nueve
pasillo central y terciopelo

lento zoom con música de piano
mientras abres descarada
el pan de la merienda y de tu falda.
En A la voz de tres y acción, la espera desesperada del ser amado:
En vaso ancho y mucho hielo
cualquier licor pierde la vida
por verte aparecer (…)
Y a modo de colofón, esta pequeña joya testamentaria de vida amorosa agradecida, Desde tu corazón de ayer:
Así cruzamos juntos
las solemnes avenidas y los campos
los anchos días plenos y los años miserables
la fiebre y sus salones

sin caer en la cuenta de tus cuentas
y el futuro más cerca del pasado
cuando entiendas que la vida que te falta
es entera la vida que me has dado.

Este bloque dividido en dos partes, el más largo de la antología, a mi modo de ver es muy representativo de la poesía de Rafael Soler. Porque en él se asienta un discurso amoroso, apasionado y sensual, emocionado, trágico y necesariamente agridulce como lo es la catarsis del sexo, motor del mundo y de todos los caminos. Un discurso en el que el poeta se acomoda hasta desbocarse sin tapujos, pero tampoco sin evidencias de blonda, con el punto canallesco en preciso equilibrio con la dulzura del placer descrito, añorado. Un discurso amoroso en el que la mujer alcanza la condición de altar.


3.    Nadie dijo que esto iba a ser fácil
Se pone de relevancia en este apartado un ajuste de cuentas vital con uno mismo cuando ya le hemos visto las orejas al lobo, a un lobo más fiero que uno mismo. Esa vida, más lobo que camino de rosas, que empieza a anunciarnos las  señales de la derrota. Desde el epicentro de la tragedia, desde la soledad  y el temor oculto del impertérrito, que grita sin nada ya que perder. Algo así como lo que pretendía Jaime Gil de Biedma con aquél poema titulado No volveré a ser joven y que empieza con esos dos versos demoledores: Que la vida iba en serio/uno lo empieza a comprender más tarde (…)

Grabado a cuchillo sobre piedra, es un botón de muestra:
No dejarás en nada huella
ni quedará tu voz entre las ramas

nadie halará de ti después de tu silencio
ni tu nombre viajará de boca en boca

nadie vestirá ese traje al musgo parecido
de abotonada angustia

y
acéptalo
no lanzarán al agua más ceniza que la tuya

vivir es ahora una urgencia demorada
al empezar tu sopa.

4.    El principio del fin es amarillo
Bloque en el que los poemas siguen algunos de los temas ya tratados, pero ahora con un novedoso tono de ironía resignada, de argot notarial. Lo podemos ver en títulos como en el del primer poema Perder es solo cuestión de método, que cierra con el verso que da título al bloque: de cerca/el principio del fin es amarillo. O en otros como Conste en acta, un verdadero testamento:
A quien corresponda lego mi petaca
mi manual de perder al póker (…)

a mis deudos el cortés beneficio del olvido
a Lucas otra ronda (…)

y a mis tres hijos la lluvia
para que crucen indemnes el otoño
y sus besos de agua
repentinos
limpien de tristeza
la frente de los cuatro.

5.    Quien por todos habla
En este breve bloque de siete poemas, el tema no es otro que Dios y de manera persistente en todos ellos. Un diálogo juanramoniano, de tú a tú con el todopoderoso aclaro, no una reflexión filosófico existencial sobre su papel en nuestras vidas, la típica mirada hacia las alturas desde un corazón poético; no. Es una mirada más irónica que mística, ligeramente descreída o a lo sumo, una mirada que pide explicaciones y reta, una mirada que me recuerda al Unamuno que dijera aquello de Creer en Dios es querer que Dios exista…


Se observa ya en los mismos títulos pero especialmente en Oración en voz baja y en ayunas, donde incluso el uso de las mayúsculas, no habitual, añade ese tono de crítica ironía:
Gracias te doy Señor del Abandono Manifiesto (…)

gracias te doy y no me sobran
Mísero Señor Desocupado

Rey de los Desastres y las Bocas
Supremo Hacedor de mi Desgracia

por esta muerte diaria que me endosas
abanico del viento
voz sin alma.
Y sobre todo, en el valiente, descarnado y honesto poema En busca y captura desde antaño, que cierra el capítulo:
Cuídeme el Todopoderoso
desde su palco por horas reservado
de cuantos quieren mi bien y lo alimentan

líbreme Ése que nunca baja a visitarnos
por razones de Estado
sin tener en cuenta nuestro estado (…)

de tipos como yo
en un mundo de certezas
viviendo con su Duda.

6.    Cuerdo de atar estoy que vivo
Este último bloque es quizás el más difícil de catalogar, pero llegados a este punto ya no va de una posible derrota más en mi lectura, de manera que sigo  conjeturando. Lo componen solo dos poemas aparentemente de temáticas y estilos diversos y solo cuento con una pista, sospecho que definitiva. El primer poema pertenece al poemario mas antiguo de Rafael Soler Los sitios interiores (sonata urgente) (1979), y el segundo, al más reciente, No eres nadie hasta que te disparan (2016). Esto me hace pensar que entre un poema y otro Lucía Comba ha querido dar testimonio evidentemente panorámico entre una voz poética y otra, que son la misma pero separada por treinta y siete años. ¿Qué mejor cierre para una antología?
En el primero, En Madrí, a veintitantos, Rafael, el Rafaelito de Jávea, de Valencia pero recién llegado a Madrid nos decía:
(…) porque ahora
en madrí
con la pupila dilatada
sentado en esto que viene cauteloso
dispuesto a socorrerme besando donde duele
y todo mi dolor es un chiquillo
que nunca llega al mar (…)
(…) aquí
en madrí y veintitantos
dueño de nada
ya sabes (…)
Y en el segundo y último poema del capítulo y del libro, Asomado a un instante que no es tuyo, Soler se despide rotundo como siempre, sentenciándose, como nunca:
Y qué buscas tú pelma insolente (…)

dónde crees que vas
traducido tu pasmo a seis idiomas
hastiado el corazón

dónde
ingenuo predador de los tinteros
encontrarás tasada voz metro fonema (…)

cómo perder (…)

por un regocijo
este semblante roedor de prohibiciones
en el negocio abominable de los versos (…)

¿Qué añadir, suponiendo que haya tino en lo dicho, que no sean los versos citados? ¿Qué me dejo? ¿Qué no he dicho que fuera relevante?


Que Rafael Soler eleva lo cotidiano al olimpo de la poesía absoluta y que acerca cualquier idea o sentimiento por universal, inasible o melifluo que sea; al barro de la realidad. Que en Rafael Soler no hay artificio de manual, trucos copiados al peso en el mercado de lo prescindible. Que convierte la elipsis en verso, que hace verso de la ausencia entre las palabras que rescata. Que incluso decidió olvidarse de la puntuación por cierto, y en sus poemas, más o menos desde Los sitios interiores (sonata urgente) (1979), no los usa. Yo lo interpreto como una concesión a la libertad del lector, aunque también podría ser que la precisión de la sintaxis, que la lógica interna del poema y de la estrofa convierten en prescindible cualquier otra acotación que no sea la propia palabra y la separación de un verso a otro. En cualquier caso siempre será el lector quien hará suya la experiencia del poema.
Sea como sea lean y quémense con esta magnífica antología, sea como sea, Leer después de quemar, transgresor desde el título, es un libro para bibirlo.