Este año 2023 mi mirada se ha dirigido mucho más a lo interior que a lo exterior, a lo personal que a lo público. Y no ha sido así solo como un propósito estratégico sino como la consecuencia de lo vivido. De una manera natural u ordenadamente azarosa, las lecturas y la vida se han adaptado las unas a la otra y viceversa más que nunca, y he leído menos de lo que acostumbro, si es que leerse a uno mismo para reescribirse no cuenta.
Han sido veintitrés libros. Siete en catalán y dieciséis en castellano. Tres ensayos, uno de crónica histórica, cinco de poesía, una novela infantil, seis novelas juveniles, seis novelas más para adultos y dos libros de diarios. Otros años, hubiera escrito reseñas individuales de algunos de estos libros pero como decía, me he aislado un poco del ruido alrededor del mundo literariamente hablando.
Empecé el 2023 releyéndome y reescribiendo mi novela inédita “Burladero”, cinco lecturas desde enero hasta junio, con diferentes artefactos de escritura para anotar el original –que entonces ya no lo era– en color rojo, azul, verde, negro y a lápiz. Propósito y resultado: adelgazar la novela de quinientas a trescientas páginas para facilitar el juicio a editores perezosos. Ahora, la novela anda por ahí, midiendo sus embestidas, sin entrar al trapo.
Entre una cosa y otra, he cumplido con el encargo de una segunda novela infantil, y con la redacción y revisión de dos relatos para adultos, uno ya editado recientemente con uno de mis dos colectivos de escritores y el otro, que dios edición dirá para el año nuevo. Y el borrador de mi tercera novela juvenil, por titular aún, que ahora mismo sigue en el quirófano con un pronóstico esperanzador, después de decepciones y aprendizajes de este año neurálgico.
Y me dejo para el final, pero no quiero profundizar aquí y ahora, la visita inesperada de un personaje que ha secuestrado mi voluntad creativa desde el verano a esta parte. Un personaje que me tiene noqueado y al que me he visto obligado a sentar en la banqueta del ring para terminar lo citado antes de volver a bailar sobre la lona. El año 2024, espero que también sea su año en las fauces de mi ordenador y en el interés de editores.
Pero vamos ya a las veintitrés lecturas.
El primer ensayo fue el de “Fuster per a ociosos”, una antología de Xavier Aliaga, Sembra Llibres, 2017, sobre el pensamiento de Joan Fuster, un libro que me regaló mi amigo Albert Vilanova en su casa de Canet justo hace ahora un año. El ensayo se organiza de manera temática, así, Aliaga rescata fragmentos de libros, artículos o revistas en los que Joan Fuster opina sobre literatura y la lectura como compromiso y su importancia, “Els libres no suplexien la vida, però la vida tampoc no supleix els libres”, sobre cultura en general, sobre la vida y la muerte, la política y la idea de país etc. y los fragmentos ilustrativos hacen brillar con luz propia al gran autor valenciano.
Luego tropecé con un autor que en su día me sirvió para afianzar algunas convicciones profesionales sobre la enseñanza, Ricardo Moreno Castillo, y que ahora, con este título sugerente y provocador: “Breve tratado sobre la estupidez humana”, libro prologado por Francesc de Carreras y editado por Fórcola Ediciones en 2018; volvía a parecerme discutible y necesariamente radical en algunos de sus postulados. En cualquier caso, de una manera brillante y acompañado del soporte de citas de grandes filósofos, el libro nos afianza en dos ideas. Una es el principio de Hanlon, según el cual “La estupidez es más dañina que la maldad, porque es más fácil luchar contra la segunda (porque actúa con cierta lógica) que contra la primera (que carece de ella). Si pudiéramos suprimir la maldad, el mundo sería un poco mejor. Pero si pudiéramos suprimir la estupidez, el mundo sería muchísimo mejor”. La otra es la diferencia principal entre tontos e inteligentes, afirmaba Goethe que “Estar preocupado es ser inteligente, aunque de un modo pasivo. Solo los tontos carecen de preocupaciones”. Y aunque uno lee el libro con la vanidad de sentirse fuera de la estupidez, de caer del lado de los inteligentes y de no ser malvado, hay momentos en los que, en realidad, dudar suele confirmártelo.
El tercer ensayo leído ha sido ya más puramente literario. Del gran poeta Ángel Guinda, fallecido apenas hace un par de años, “Leopoldo María Panero. El peligro de vivir de nuevo” editado por Huerga y Fierro en el 2015. Un excelente libro sobre el controvertido y denostado poeta, el mediano de los Panero, con análisis brillantes sobre aspectos de la obra, sobre el malditismo y sobre su vida, con reseñas, artículos, cartas, anécdotas y la reproducción de algún texto y fotografías originales. Un libro que el propio autor en la presentación inicial afirma, huyendo del protagonismo que sin embargo merecería, que “Este modesto trabajo desea ser, sobre todo, un sentido homenaje al hombre y al poeta que admiré, quise, acompañé, soporté, abandoné, pero jamás compadecí.”
El libro de crónica histórica, o más bien de testimonios de la represión franquista, anti catalanista, contra la sociedad civil, el asociacionismo de izquierdas y sobre todo, contra las mujeres y de todo ello a la vez es “Torturades”, de Gemma Pasqual editado por Comanegra este año; un libro necesario. El subtítulo reza “Via Laietana, 43. Vint-i-dues dones, testimonis del terror (1941-2019)”, lo dice todo, sobre lo ocurrido prácticamente hasta antes de ayer en la comisaría de la policía nacional de la Via Laietana de Barcelona, una de tantas casas de los horrores de la represión franquista, que se ha mantenido hasta mucho después de morir el dictador. Un libro que pone los pelos de punta sobre lo que ya sabíamos, pero que pocas veces o nunca en algún caso, se nos había contado de esta manera. Duele y produce rabia su lectura pero es un gran servicio a la verdad. Como titula la autora del prólogo, Carla Vall i Duran, es un libro “Contra la desmemoria” y la propia autora y conductora, casi periodística, Gemma Pasqual, al final del libro, en el apartado “La casa del terror” pone nombre y apellidos a los torturadores, fragmentos de cartas de sentencias y de juicios donde salen todos ellos retratados.
Le toca a la poesía... ese género al que tanto respeto le tengo y que cada vez frecuento más y con mayor asombro y placer...
Empecé el año con “Contestaciones”, editado por Visor el año pasado, del Premio Cervantes de 2022, el poeta venezolano Rafael Cadenas. Era un poeta que me habían recomendado hacía muchos años y, ya se sabe que a veces, los premios hacen justicia con las deudas de lectura. Se trata de una propuesta curiosa en la que Cadenas, con un marcado estilo aforístico, escoge versos de otros poetas, desde el noruego Jan Erik Vold hasta el japonés Kobayashi Issa, pasando por Cervantes, Neruda, Machado, Borges, Cortázar o Pessoa, y les responde con sus propios versos. Una especie de diálogo poético.
Algo parecido ocurre con otro libro de poesía, “Ciudad Fonollosa (Versiones y perversiones para un centenario)”, editado el año pasado, por Ediciones 4 de agosto y Edhasa, con la colaboración de Cartonería del Escorpión Azul y Cuadernos de la Errantía; una edición curiosa, cuidada y limitada a 300 ejemplares. Compré el número 115 en la librería Animal Sospechoso de Barcelona el día en que se presentaba, un veintisiete de mayo, con el amigo Raúl Nieto de la Torre, o Sergio Gaspar, entre otros. El motivo del libro ha sido conmemorar el centenario del nacimiento del poeta barcelonés y ponerlo en el humilde recuerdo de unos pocos. José María Fonollosa fue un poeta “marginado por su época pero también un poeta que decidió marginarse expresamente, de una época con la que no comulgaba” en palabras de los propios coordinadores del libro. Y la propuesta consiste en un poema (en negro sobre páginas de fondo blanco) que se inspira, que sigue, que cabalga, que dialoga también sobre poemas de Fonollosa (en blanco sobre páginas de fondo negro). Y los poetas invitados son desde los mismos De la Torre y Sergio Gaspar hasta Javier Gil, pasando por el viejo amigo José Ángel Cilleruelo, o mis muy queridos Rafael Soler o Ana Ares.
Luego vino “Piedra negra, piedra blanca” de Raúl Nieto de la Torre, editado por Huerga y Fierro en 2022. Lo presentó mi también amigo y poeta, Jorge Rodríguez Hidalgo, en Animal Sospechoso el pasado 21 de octubre. Se trata de un poemario excelente que marca un punto álgido en el in crescendo de la obra del joven poeta madrileño. Son cincuenta y siete poemas como “pedradas en la sien” que diría, y lo recordamos en la presentación, el poeta pamplonés Ramón Irigoyen. Cincuenta y siete dardos envenenados de verdad, para señalar el prodigio de la palabra exacta, la que nos pone a los pies de los caballos de la vida.
Le siguió la lectura, muy reciente, de “El viajero”, de Joaquín Calderón, editado por Renacimiento este mismo año y prologado, con precisión de cirujano poético, mi amigo Jorge Rodríguez Hidalgo. Es el tercer libro de poemas del autor, esta vez dedicado a los entresijos del ir y venir del músico que también es, y que va de gira, mostrando su perplejidad crítica del mundo envuelto en ese marco engañoso de la exposición a las redes y a la fama, entre otros asuntos.
Y me dejo para el final de lo poético un libro muy especial para mí: “Beber de la sombra. (Poesía reunida 1986-2017)” de mi viejo amigo, el venezolano Víctor Fuenmayor, editado en Caracas, en 2017, por Oscar Todtmann editores. Conocí a Víctor en Barcelona allá por los años 1987 o 1988 en un momento crucial de mi vida, cuando el amor estaba poniendo al límite la consolidación de mi personalidad y mi carácter y también, cuando estaba confirmándome definitivamente como escritor por encima de todo. Víctor Fuenmayor, Maracaibo 1940, fue un descubrimiento del destino para guiarme, con su algo de chamán y su sabiduría intelectual y espiritual. El escritor venezolano también fue abogado, coreógrafo, bailarín, investigador del arte, docente, semiólogo, tallerista y conferenciante internacional sobre arte, expresión y creatividad. No todos los días conoce un imberbe de 22 o 23 años a un creador de esta talla, doctor en semiología por la Universidad de París, exalumno de Roland Barthes, Caballero de la Orden de las Artes y de las Letras de la República Francesa o Doctor Honoris Causa por la Universidad de Zulia.
De manera providencial y algo azarosa, supe de este libro con su poesía reunida, el año 2018. Hice una lectura en vertical entonces y este año, otra más detenida, anotadora y consciente como merece el autor y el amigo. El conocimiento de la vida y la personalidad del hombre se ha visto ahora enriquecido y multiplicado por el conocimiento del autor a través de su obra poética puesto que, aunque ya había leído un par de libros suyos hace más de veinticinco años, entonces seguramente estuve lejos de saber sacar partido de su lectura y ahora, con la perspectiva de los años, su poesía me lo ha radiografiado, confirmando mi intuición, la de estar frente a un autor genial.
La antología reúne cuatro partes y ciento ochenta y siete poemas, divididos entre las dos primeras, correspondientes a los dos poemarios iniciales, inéditos hasta entonces, “Vivo callando el grito” (2017) y “Beber de la sombra” (2007), y dos partes más para “Donde la luz me encarna”, Ediciones Dharma, Maracaibo, 1991, y “Libro mi cuerpo”, Ediluz, Maracaibo 1991, Premio Bienal José Antonio Ramos Sucre, mención poesía, 1986.
La poesía de Fuenmayor está atravesada de vida y muerte confundiéndose conceptualmente, es una poesía telúrica y atada a su Venezuela natal llena de fuego, de mar, de tierra madre y de aire, con la infancia como hacedora de todo. Es una poesía que recurre a la mística en el estricto sentido de la palabra aunque a veces también descree del único... Es una poesía en la que el poeta, “armero del alfabeto”, tiene una relación con las palabras casi física, amorosa, en la que el cuerpo y la danza, también forman parte innegociable de la existencia del verso, como de su vida. La madre recordada es oráculo inspirador de vida y arte, el padre en cambio aparece difuminado, silencioso, misterioso, solitario y lejano... Un poema como “Mi padre el silencio” lo dice todo al respecto: (...) Vos nunca sellaste una tarjeta de amor,/vos nunca me tocaste ni con el pensamiento./Estabas ocupado desatando soledades, silencios,/sin discernir conmigo el alma del secreto. (...) Mi padre el silencio selló sus labios/y esperó setenta años, toda una vida,/para decirme: mijo, si te contara,/y su tiempo ya lo tenía contado,/y mi vida, a fin de cuentas,/se había hecho ya de su silencio/de otra manera. Se trata de un poema, que según me dijo poco después de comentarle mi lectura, le piden a menudo en todos sus recitales.
Finalmente, una anécdota y curiosidad personal. A lo largo del libro aparece hasta tres veces en diferentes poemas un sintagma, “La piel de las palabras”, que forma parte del significado y la simbología del título de mi tercer libro de relatos “Los arañazos de la piel y las palabras, Stonberg Editorial, 2020, lo que me pareció una feliz coincidencia.
Doy un salto a la novela infantil de mi amigo Jordi Cervera, “Els prínceps desorientats”, Jollibre, febrero de 2023, que, aunque de lectura independiente, sigue de alguna manera al título anterior “Les princeses insòlites” que ya fue y sigue siendo un gran éxito de prescripción en el mundo escolar. “Els prínceps desorientats” va por el mismo camino. Dos títulos muy poco monárquicos, divertidos, irónicos e inteligentes, que tienen la virtud de entretener y orientar a los niños sobre los tópicos más carranclones de la historia y de la tradicional imaginería cuentista sobre princesas y príncipes y todo ello, sin tratar al tierno lector como un inválido intelectual.
En esa línea y por diferentes motivos profesionales, leí las novelas juveniles “Extraños en un aeropuerto” de Arturo Padilla,
“Las últimas 30 páginas” del gran Jordi Sierra y Fabra, editadas por Loqueleo en el 2023 y en el 2022 respectivamente.
Y también “Ningú no es perfecte” de Gemma Pasqual, un título llamado a ser otro Best Seller de la autora valenciana, editados también este año en castellano por Loqueleo y en catalán por Jollibre.
De Jollibre también, pero más antiguo, del 2010, releí “L’herència congelada” de mi amigo Miquel Arguimbau, escrito a cuatro manos con su hijo Daniel. Me apetecía volver a recuperar la lectura de este libro sobre la relatividad de la felicidad otorgada por el dinero.
Y la última fue “Mentira”, de Care Santos, Premio Edebé de Literatura Juvenil 2015. Se trata de un thriller sobre la búsqueda de la identidad y el amor en plena maduración adolescente, una novela que podría figurar, perfectamente, como un modelo de literatura juvenil con todos sus ingredientes necesarios.
Las novelas leídas, sin etiqueta, han sido seis aunque una de ellas me la dejaré para el final. La primera, “Mendel el de los libros” de Stefan Zweig, editada por Acantilado en 2009 trata de la trágica historia de Jakob Mendel, un librero ruso judío admirado y admirable, de esos ya extinguidos de memoria prodigiosa. Tanto es así que el Café Gluck de Viena lo tenía acogido como un servicio exquisito para su culta clientela. Pero todo se trunca cuando en 1915 las autoridades lo envían a un campo de concentración acusado injustamente de colaborar con los enemigos del Imperio austrohúngaro. Seguramente el equívoco se debió a que el sabio librero no discriminaba las obras, o a los solicitantes de bibliografía, fueran del pensamiento u origen que fueran mientras la cultura y el saber, fueran el único criterio.
Después volví a J.D. Salinger, y digo volví porque dos años antes ya había revisitado el centeno y los nueve cuentos que cuando fui alumno de COU, cuarenta años antes, madre de dios... seguramente no supe exprimir. En esta ocasión, en abril tropecé con dos libritos que no tenía de Salinger en una librería de Sant Feliu, “Franny y Zooey” y en el mismo volumen, “Levantad, carpinteros, la viga del tejado” y “Seymour: una introducción” ambos, editados por primera vez por Alianza Editorial en 1987 y 2010 respectivamente. Leí el segundo libro y, aunque Salinger merecería mayor extensión, por su profundidad freudiana y su complejidad, diré que ambas historias giran en torno al fantasma persecutorio de Seymour, el hermano suicida de J.D. Salinger. La primera cuenta la visita de Buddy, el narrador, a la boda del hermano Seymour, y sobre todo, de la esperpéntica huida de este antes de la ceremonia y de la persecución de invitados y familia de la novia acompañados por Buddy que se debate entre encontrarlo o protegerlo de la inquina de la sociedad. Y la segunda es un homenaje en toda regla a la literatura a través de la veneración que siente de nuevo su hermano Buddy por Seymour, su hermano mayor escritor y en realidad, fetiche ficcional de Salinger.
A continuación, le siguieron dos de mis descubrimientos literarios del año: Eva Baltasar y Rosario Villajos.
De la escritora catalana he leído “Permangel” y “Boulder”, editadas ambas por Club Editor en 2018 y 2020 respectivamente. Dejo para el año que viene “Mamut”, puesto que si bien las tres son de lectura independiente, la crítica habla de trilogía debido al punto que comparten las tres novelas: la posición protagonista de una mujer, de tres mujeres distintas, una por título, frente a la vida. Eva Baltasar había publicado hasta esta trilogía solo poesía y me confirma algo que no recuerdo donde leí o a quien escuché: que cuando un buen poeta se ponía a escribir narrativa, los narradores no poetas, teníamos que empezar a preocuparnos por la competencia o simplemente a disfrutar como lectores. Eva Baltasar ha sido un descubrimiento para mí por dos razones.
La primera por la forma. Se trata de una narradora poética y muy sugerente que incide como un cúter en nuestra necesidad lectora con un raro pero eficaz equilibrio entre la belleza y la contundencia del relato. Es alguien capaz de atraparnos desde el magistral dominio de la elipsis sugerente y llevarnos a toda velocidad, sin voluntad de pausa a la esencia del conflicto humano de sus personajes. Creo que con Eva Baltasar, tenemos la salud de la narrativa catalana más que asegurada y consolidada pues además, con “Boulder” ha sido finalista del premio internacional Booker Prize, y es la primera vez que al mismo opta una obra en catalán. La segunda razón de mi elogio es el contenido, pero si digo que “Permangel” trata de una mujer suicida que no encuentra sentido y resquicio de felicidad en su vida, y que “Boulder” trata de las relaciones amorosas y sexuales de otra mujer, y de la experiencia de la maternidad, tampoco parecería que añade nada nuevo a la literatura. Pero sí lo hace. Eva Baltasar me ha obligado a revisitar y corregir un tópico, un debate que siempre consideré baldío: el de la consideración o no de que exista una literatura femenina, una literatura de mujeres. Y yo era de los que venía afirmando que no, probablemente en virtud de la evidencia de que la buena literatura si lo es, lo es al margen del sexo de quien la escriba. Ahora pienso sin embargo, por mucha Virginia Woolf, o por mucha Montserrat Roig, entre otras, que admirase y hubiera leído que sí; que sí existe literatura de mujeres y el mejor ejemplo que acabo de conocer es Eva Baltasar. El sexo, directo y gozoso entre mujeres, la maternidad, vivida con un resbaladizo equilibrio entre la admiración del prodigio y el rechazo y la volatilidad de las relaciones entre dos mujeres donde la condición de género no las hace mejores o peores sino simplemente falibles, maravillosas o mezquinas, Eva Baltasar las describe con la naturalidad de la vida misma, a ratos, llenas de sensibilidad, a ratos de miseria y fugacidad. La relación con el propio cuerpo y el gozo de sentirlo lo cuenta de manera distinta a como lo hacemos los hombres. Pero lo siento, creo que no voy a saber explicarlo mejor y si lo intento, seguramente me equivocaré. Así que léanla y luego me cuentan si les ha pasado como a mí.
Y llego a “La educación física” de Rosario Villajos, publicada por Seix Barral este mismo año, y que ha sido Premio Biblioteca Breve. Otra voz femenina muy particular. Se trata de una demoledora novela sobre la cosificación sexual de las mujeres y la educación machista de la escuela y de la sociedad en general, represoras y culpabilizadoras. La historia, aunque ambientada en los años noventa, valdría para ilustrar igual tiempos anteriores e incluso, desgraciadamente, los actuales. En ello también radica la necesidad de novelas como esta, señalizadoras del abuso. Rosario Villajos lo hace con un estilo directo, sin paños calientes a la vez que sin el ternurismo fácil que sirven en bandeja estos temas. La autora, aunque desde un punto de vista externo, le da la voz a una adolescente víctima de una agresión sexual. Y consigue que la lectura duela por su verdad, desde párrafos que dibujan la tensión y la violencia de los maltratadores, y el miedo y la soledad de las víctimas. Al final, un rayo de luz, nos da una segunda oportunidad al género humano. Me apetece añadir que aplaudo el bonito gesto de Rosario Villajos al agradecer mi lectura cuando me atreví a etiquetarla en Instagram. Sencillamente porque no es lo habitual. En este mundo de egos literarios, algunas y algunos, cuando llegan a tocar el éxito, se olvidan de dónde venimos todos, y de a dónde vamos todos a parar.
El primer libro de diarios que leí fue “No he salido de mi noche” de la francesa Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura 2022, publicado por Cabaret Voltaire en 2017. Como primer acercamiento a la autora escogí este título de entre los muchos que tiene publicados con el mismo sello, porque el tema me toca muy directamente en esta etapa de mi vida. La autora describe, a través de sus notas personales, el deterioro físico de su madre afectada de Alzheimer e internada en una residencia, notas que escribe después de cada una de sus visitas durante sus últimos tres años de vida. El valor y la honestidad de Ernaux radica en este caso en declarar que con estas notas no pretendía en ningún momento hacer literatura. Cuenta su dolor, sus sentimientos contradictorios, la gestión de la culpa, bidireccional, la rabia y la impotencia, la triste evidencia de la decrepitud de una vida que se apaga, la dureza de una enfermedad cruel que borra la existencia. La literatura dice, “no puede nada”. “Cuando escribía sobre ella después de las visitas, ¿no era para retener la vida?, añade en otro momento. Por eso quizás se trate del libro más personal e íntimo de la autora. En la introducción de esta edición, Annie Ernaux dice que “En ningún caso se leerán estas páginas como un testimonio objetivo (...) sino únicamente como el residuo de un dolor”.“No he salido de mi noche” es la última frase que escribió mi madre –dice también la autora. Una frase que, como tantas otras que pasan por la cabeza de estos ancianos con Alzheimer, seguramente solo son capaces de entender ellos mismos, en su limbo, en esa otra dimensión desconocida para el resto.
Llego al final, reservándome para este momento el mayor descubrimiento y gozo lector del año y la mayor decepción.
En esto que parece un donoso escrutinio sin serlo, el mejor libro del año que he leído ha sido “Diarios. A ratos perdidos 1 y 2” de Rafael Chirbes, con dos excelentes prólogos de Marta Sanz y Fernando Valls y editado por Anagrama en 2021. Este libro fue un regalo, nunca mejor dicho, de la poeta Lola Irún. Y ya tengo esperando en la estantería de lecturas pendientes la continuación para el año nuevo. Tengo el libro profusamente anotado, de hecho, este libro hubiera merecido una larga reseña para él solo pero como excepto a mis amigos, o eso espero, al resto ya los tengo bastante aburridos si es que han llegado a leer hasta aquí, voy a intentar sintetizar al máximo las razones de mi elogio.
Esta primera parte de los diarios del escritor valenciano Rafael Chirbes es uno de los libros más inteligentes y sensibles que he leído en muchos años, y uno de los mejores homenajes hechos a la literatura y el oficio de narrar. Está dividido en dos partes, la primera que abarca desde 1984 a 1992 y la segunda, que abarca desde el 1995 hasta el 2005 en la vida del autor. A lo largo de las cuatrocientas sesenta y cinco páginas el autor nos regala la mención de doscientos noventa y dos libros y setenta y cuatro citas literales, aproximadamente. Ahí es nada. Pero lo mejor, lo que lo hace prodigioso, rotundo y creíble es que tanto los libros como las citas tienen una pertinencia y una relación con lo vivido, con la idea que va desarrollando, impecables, y eso es de una gran dificultad, y conseguirlo, es de una gran verdad como lector voraz y extraordinario. No me ha parecido ninguna de ellas, lo que suele ocurrir con autores que van de intelectuales, menciones de libros y citas forzadas, artificiosas, para conseguir engañar al lector lego e impresionarlo con lo mucho que uno sabe o ha leído.
Chirbes entrevera de manera natural más que magistral, que también, sus experiencias vitales y como escritor con todo ese corpus de lecturas y fragmentos que dan y quitan razón a unos u a otros y a sí mismo. Algo que borda mi admirado Enrique Vila-Matas, pero multiplicado y mejorado.
Y conocemos al autor viajero, al gran cinéfilo, al amante descarnado y lírico, recatado y directo a la vez, al pensador de izquierdas que teme y abomina de la ultraderecha. Al autor descreído de sí mismo y de la crítica a la que casi ridiculiza con argumentos de peso. Conocemos al hombre que teme a la depresión, que la padece, y a la falta de salud, que poco a poco mengua, no en vano Chirbes murió demasiado joven, con 66 años. Conocemos al hombre que temió no tener suficiente tiempo para decir todo lo que quería decir. Muy acertado por cierto, y definidor, el título del prólogo de Marta Sanz: “Ser valiente y tener miedo”
Estos diarios son el testimonio de una vida a través de la palabra y viceversa. Una obsesión por contar y contarse, por conocerse a uno mismo sobre todo a través de la lectura y la escritura. La vivencia de la literatura como su mayor enfermedad inevitable, como una manera de estar en el mundo más que como un oficio, por mucho oficio que tuviera. Y cómo no iba a ser así, o cómo no iba a hacer de su escritura un oficio cuando la mismísima Carmen Martín Gaite fue quien lo recomendó al gran editor Jorge Herralde.
Este es un libro total, que dignifica al diario como género, que nos hace pensar, leer y releer, e incluso, a pesar de la cruda realidad, nos invita a crear a los que padecemos la misma literaturadicción que Chirbes. Es el libro que recuerdo haber anotado más y mejor, siempre a lápiz, y al que le he puesto más banderitas adhesivas tanto a lo largo como a lo ancho de su grosor.
Un libro que hasta las últimas líneas es preciso y demoledor, véanse: “La idea de una futurible escritura me parece cada día más una excusa para fingir que todo este desorden en que se ha convertido mi vida tiene un sentido, una brújula que lo guía y le da sentido, y que me empeño en algo que lleva a algún sitio. La literatura, como criada que te ordena la casa.”
Y para terminar, he aquí la decepción: la novela “Montevideo” de mi muy leído y admirado Enrique Vila-Matas, editada por Seix Barral el año 2022 y con el que prácticamente comencé este año 2023.
Vila-Matas es uno de mis autores de cabecera. Juraría que he leído toda su obra. He reseñado seis libros suyos y siempre he valorado su capacidad para impulsar mi creatividad desde ese juego tan suyo de construir un texto sobre otro texto referenciando otros textos. He aplaudido siempre esa habilidad tan poco habitual de entretejer géneros siendo su resultado una original mezcla entre memoria personal, crónica y ensayo novelados, la antinovela, hecha de pedazos de lecturas personales y citas de unos y de otros. Un narrador raro y único en definitiva.
En esta ocasión incluso empecé una reseña que empezaba diciendo: “Esto no va a ser una reseña al uso, esta vez no me veo capaz, no quiero cerrar una etapa de veinticinco años como lector con mal sabor de boca. Esto solo va a ser una nota triste...”
Pero ni eso, no la terminé, o no me atreví.
Todos los críticos consultados lo aplaudieron, a estas alturas, ¿quién se atreve...? Dijeron que se trata de una “ficción verdadera”, de un “ensayo sobre la ambigüedad” y tal... De acuerdo, cierto, todo es opinable, pero mi ventaja de no ser más que un lector nadie, era la de poder tomar en libertad una decisión madura: dejar de leer a mi admirado autor desde este libro a menos que... Así seguía la introducción de la reseña abortada. Pero ahora añado que seguramente volveré a comprar el próximo libro de Vila-Matas, porque hay pasiones inexplicables y eso, dicho sea de paso, es lo único que le importará al editor quien seguramente después de la convalecencia del autor y tres años de silencio antes de este libro, debió pedirle algún texto que echarse a las cuentas de resultados.
Vamos a fijar el argumento, ¿de qué va “Montevideo”?
Nos habla de un autor en crisis que ha renunciado a seguir escribiendo, un Bartleby..., seguramente el mismo Vila-Matas, como siempre hace, enmascarado en un narrador equis. No sabemos si para superar la crisis o para conseguir la excitante falacia de convertirse en protagonista de su propia ficción, tras la lectura del cuento de Julio Cortázar “La puerta condenada”, decide alojarse en la misma habitación del cuento, la 205 del hotel Cervantes de Montevideo. Y la decepción del narrador es que no existe ninguna puerta ciega, sellada, al otro lado de la cual, como le ocurre a Petrone, el protagonista del cuento de Cortázar, escuchar a un niño llorar y a una mujer que intenta consolarlo.
A partir de aquí –no voy aquí a profundizar en el análisis de la ficción del genial Cortázar– empiezan las digresiones de Vila-Matas en “Montevideo”. Hay muchas, forzadas, incomprensibles algunas, quizás la única válida es la del propio cuento de Cortázar. Cita unos treinta y tres libros, algunos, a cuenta del proyecto, y otros, que o no he leído o no pillo la pertinencia. El mejor y más apropiado de los citados es la recopilación de entrevistas del escritor y periodista Pablo Silva Olazábal a su amigo, el también autor uruguayo Mario Levrero. El libro, al menos en la edición que yo tengo, se titula “Conversaciones con Mario Levrero” y es una recopilación brillante del pensamiento narrativo y la creación literaria del genio de Montevideo.
En cuanto a las citas, otro de los nutritivos tics narrativos de Vila-Matas, hay unas treinta y cuatro, y lo mismo, con la mayoría, se queda uno a dos velas... La mejor, la más brillante, la más claramente relacionada con el argumento vilamatiano es la que corresponde a la entrada “puerta” del mítico “Diccionario de símbolos” de Juan Eduardo Cirlot, libro que por cierto, preside mi estudio sobre un atril de madera.
En definitiva, parece como si en “Montevideo”, todas las virtudes de Vila-Matas en lugar de potenciarse, de mejorarse, de evolucionar hacia un mayor logro, justamente por esa quizás utópica pretensión, se hubieran quedado en un ensayo fallido, en la conclusión de un libro prescindible en su biografía de autor.
Pero también puede ser que el problema sea yo y que ya esté muy lejos de poder seguirle el hilo, que el lector que soy haya cambiado, y que la culpa de esto último la tengan tipos como Mircea Cărtărescu, por poner un solo ejemplo cercano en el tiempo.
De ser así, Enrique Vila-Matas conmigo vería colmado su anhelo, el que declara en las páginas 80 y 81: “Daría lo que fuera por ir caminando un día por alguna calle de alguna ciudad del mundo y encontrarme con alguien que salga a mi encuentro para decirme que cada día le está costando más entender lo que escribo. Sería genial oírlo, porque me permitiría ser Valéry por unos segundos en toda mi vida y responder al reproche con las mismas palabras que le dijo a su amigo, el abad y crítico literario Bremond, cuando éste le regañó por lo mismo. Valéry miró al clérigo de arriba abajo y le dijo que tenía que comprender que no había estado levantándose toda la vida entre las cuatro y las cinco de la mañana para escribir necedades.”
Así que basta ya de necedades. Si algo así ocurriera y me tropezara otra vez con mi admirado Vila-Matas –que ya en una ocasión me fintó una pregunta pertinente– ahora quizás solo le preguntaría si ha leído los diarios de Rafael Chirbes.
Pallejà, 29 de diciembre de 2023
Jorge Gamero