Canon de cámara oscura
Enrique Vila-Matas
Barcelona, 1ª edición, abril de 2025
Colección Biblioteca Breve
Editorial Seix Barral S.A.
ISBN: 978-84-322-4479-7
Treinta años, media vida leyendo a Enrique Vila-Matas y seis reseñas escritas en los últimos diez, dos de ellas por cierto, listadas en su Web oficial. Pero su anterior libro, “Montevideo”, del año 2022, fue mi primera decepción. Aún conservo el archivo de la reseña que quise escribir entonces, se titula para siempre “Reseña Inacabada de Montevideo”. No fui capaz de terminarla. Más tarde, al final de una reseña general de todas mis lecturas del año 2023, me dejé llevar manifestando mi contrariedad.
En aquel libro, donde nos hablaba de un Bartleby más..., un autor en crisis que ha renunciado a seguir escribiendo, seguramente él o un trasunto de sí mismo como suele hacer, enmascarado en un narrador equis, escribía en las páginas 80 y 81 lo siguiente: “Daría lo que fuera por ir caminando un día por alguna calle de alguna ciudad del mundo y encontrarme con alguien que salga a mi encuentro para decirme que cada día le está costando más entender lo que escribo. Sería genial oírlo, porque me permitiría ser Valéry por unos segundos en toda mi vida y responder al reproche con las mismas palabras que le dijo a su amigo, el abad y crítico literario Bremond, cuando éste le regañó por lo mismo. Valéry miró al clérigo de arriba abajo y le dijo que tenía que comprender que no había estado levantándose toda la vida entre las cuatro y las cinco de la mañana para escribir necedades.”
La primera parte de la cita tiene sentido y cierta gracia tratándose de Vila-Matas, e incluso guardaría relación con la evolución reciente de su narrativa. La segunda parte, desde ”Sería genial” hasta “necedades” en cambio, me pareció algo ofensiva, jactanciosa.
En cualquier caso, si algo así ocurriera y me tropezara otra vez con mi admirado Vila-Matas –que ya en una ocasión me fintó con lógica y elegancia una pregunta pertinente– le diría que cada vez entiendo menos lo que escribe, me pasó con “Montevideo” y mi perplejidad y necedad aumentan ahora con este “Canon de cámara oscura”. Si eso es lo que pretende el genio, dicho esto sin ironía alguna, desde luego conmigo lo ha conseguido.
Tropiezo con una frase de entre las toneladas que nos ha regalado, de Voltaire en este caso: “El secreto de aburrir es contarlo todo”, y me digo a mí mismo que ni voy a contarlo todo, ni quiero aburrir a los cuatro amigos que van a leer esto, ni aburrirme yo tampoco leyendo a Voltaire, con todos los respetos, habiendo Chirbes y Cabrés, Moncadas y Enríquez o Cartarescus y Gospodínovs entre tantos y tantos otros.
Y para no contarlo todo, lanzo solo un par de titulares significativos de mi interpretación como lector y que cada uno lo analice como crea.
Titular número uno: que Enrique Vila-Matas, desde “Bartleby y compañía”, libro brillante que lo encumbró como el autor que hoy es, ya no volvió jamás a escribir una sola novela.
Titular dos: que Enrique Vila-Matas a día de hoy ha conseguido terminar convirtiéndose, él mismo, en un nuevo género literario, el género “vilamatas”... Esto último creo que es más un elogio que una crítica, pero está bien que así sea, que no vengo a matar, como la señorita de la portada del libro.
Y ¿por qué lo digo? Lo digo porque en “Canon de cámara oscura”, Vila-Matas da una vuelta de tuerca de más, forzándola hasta romper la rosca, en lo que hasta ahora había sido su sello personal.
Me refiero a ese juego tan suyo de construir un texto sobre otro texto referenciando otros textos, de escribir sobre lo escrito sobre lo que hubiera querido escribir si escribiera según la idea que construye sobre el acto de escribir... La pulsión narrativa, el porqué de ella, la utopía de que escribir y respirar se equiparen como un mismo gesto o latido vital. Con todo eso comulgo como el “literaturadicto” sin remedio que soy. Siempre me sentí identificado, y durante tantos años además, la lectura de Vila-matas me obligaba a escribir. También he aplaudido siempre esa habilidad suya de entretejer géneros siendo su resultado una original mezcla entre memoria personal, crónica y ensayo novelados, la antinovela quizás, hecha de pedazos de lecturas personales y citas de unos y de otros. Un narrador raro y único en definitiva. Y las citas, otro de los nutritivos tics narrativos de Vila-Matas, un corpus intertextual con el que iba tejiendo su universo, bien buscadas, bien hiladas entre sí, citas que explicaban su asombro, sus lecturas y deglución, su vida en definitiva, en tanto que vida al servicio de la literatura y no al revés. Todo ello, puesto en una coctelera, es lo que se dio en llamar, o yo al menos lo he llamado siempre así, con el título de otro de sus grandes libros del pasado “El mal de Montano”. O, como le ha sorprendido gratamente a Paco Cerdà, como concepto que lo explicaría todo, la “literofagia”, que acuña un senegalés, Papa Mamour Diop, en un profundo estudio sobre la obra de Vila-Matas. La literatura que se alimenta de sí misma para comérsela, digerirla, excretarla y volver a generar nueva literatura.
En “Canon de cámara oscura”, Vidal Escabia, quien se supone que se había suicidado en la segunda novela de Vila-Matas, “La asesina ilustrada” (1977), es un lector y un autor, “auctor” o “asistente” acaba llamándolo, que se propone determinar la selección de setenta y un libros en un cuarto oscuro de su casa. Un canon al margen de la “normalidad”, del que impondría la crítica editorial convencional, Harold Bloom por poner un ejemplo. Así, Vidal Escabia se propone “meter la cabeza en lo oscuro” como decía Bolaño, que es de lo que va la literatura comprometida y realmente peligrosa, y así va destacando su selección y de cada libro, algún fragmento, “un Canon como de reserva india”, dice en la página 201. Los libros pertenecen a la biblioteca personal de su maestro, el escritor barcelonés Antonio Altobelli, para quien el protagonista trabajó como secretario.
Pero hay quienes piensan que Escabia es un androide, un Denver-7, nombre de generación o fabricante, que en realidad bien pudiera serlo dado que ya estaba muerto desde 1977. A partir de ahí, todo vale sobre la cuerda floja de saber si lo que nos está contando es verdad, es mentira, o son ambas cosas a la vez sobre una trama forzada para justificar la condición brumosa de novela, incluso los libros y las citas, muchos de los cuales parecen ser falsos, he ahí una de las muestras de la vuelta de tuerca a la que me referí anteriormente. Me doy cuenta de que esto en realidad lo justificaría uno de los autores que Vila-Matas cita, el peruano Julio Ramón Ribeyro cuando, para explicar lo que debe ser un buen cuento dice: “La historia del cuento puede ser real o inventada. Si es real, debe parecer inventada y si es inventada, real”. Obviamente donde se lee cuento, vale leer ficción, a secas. Me salto lo de la exnovia Violet, la hija, Ryo, lo de K, y otros detalles porque no modifican mi impresión caótica, desconcertada y necia sobre este artefacto literario.
Sobrevuela una clara alusión a la inteligencia artificial que de repente se ha metido en este territorio que parecía solo nuestro. Antes leíamos y escribíamos sobre lo leído y escrito, la metaliteratura en la que Vila-Matas ha sido un maestro y ahora, la IA puede acabar haciendo lo mismo sin necesitarnos. ¿Qué ideas, teorías o tendencias incorporará esta rareza de libro a los algoritmos de la IA? A saber...
Resultado práctico según yo he contabilizado en mi lectura: ochenta libros citados, la mayoría raros e incluso algunos, al parecer, falsos. Y ochenta y tres citas, muchas de ellas ininteligibles, y obviamente algunas puede que inventadas pero además, en muchos casos, de discutible o difícil concordancia con lo narrado. Esto pone en entredicho lo que siempre fue una genialidad de Vila-Matas, la sincronía entre escritura, lectura y vida o, utilizando una cita real de un libro real, “Imposturas” de John Banville, incorporado al canon resultante, se cargaría la genialidad que honrosamente reconoce Vila-Matas a través del irlandés en la página 185: “Yo me había convertido en un experto en fingir gran erudición acerca de una amplia variedad de temas mediante el diestro empleo de ciertos conceptos clave, espigados de la obra de otros, pero a los que sabía dar un sesgo personal”.
Añadir a ese conteo, quizás innecesario, que también se citan doce películas y siete referencias musicales, en este caso, la inmensa mayoría, muy interesantes.
He intentado ser transparente, decir lo que me ha ocurrido con este libro, aislarme de los críticos que le ríen las gracias al maestro, porque se lo ha ganado, porque lo merece, no lo dudo.
Pero se acabó, no tengo la intención de volver a leerlo, a menos que en realidad Vila-Matas no esté tramando convertirse en un Bartleby más.
Es más que probable que el problema sea yo y que ya esté muy lejos de poder seguirle el hilo, que el lector que soy haya cambiado. Pero como Altobelli, seguiré siendo el “fracasista” que, a pesar de saber que estaba fracasando seguía escribiendo, que yo, a pesar de todo lo dicho, siga admirando a Enrique Vila-Matas y que vuelva a comprar su próximo libro.
Porque hay pasiones inexplicables y quién sabe, después de treinta años leyéndolo, quizás vuelva a estar a la altura de su profundidad subterránea, magmática.
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