Dialogando en el Café Salambó

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sábado, 11 de febrero de 2012

Cuando la noche calló sobre Lisboa. Paco Moral. Madrid 2012. Editorial Celesta

  
Quiero que esta reseña, o lo que sea esto, sea digna del verso de mi amigo el poeta Paco Moral. Y pienso en qué debe ser la dignidad y concluyo en que entre otras cosas la dignidad es escribir versos como los que escribe él. O lo que es lo mismo, que la dignidad, como diría nuestro amigo común José Ángel Cilleruelo, sólo está en el texto. Luego hablaremos de la persona que habita y envuelve al poeta, que esa es otra dignidad pero ahora, voy a ver si enfilo este texto meritorio.
 He leído a tantos poetas y tantos poemas como pueda hacerlo alguien que quiso serlo y desistió. Y creo que puedes leer doscientos millones de versos de algún poeta y quedarte a dos velas, que es una manera poética de quedarse sin entender nada, huyendo de la impostura, del ruido del ripio o del deslumbramiento cegador de malabarismos sintácticos de cartón piedra, construidos en líneas que para despistar, se retiran a mitad de página y bajan a la línea inferior para seguir despistando al lector. Y luego hay otros poetas. Otros como Paco, que tras una lectura conmemorativa de la república hace ahora un año más o menos, me convenció ya para siempre con un poema, Habitaciones vacías, y dentro de este poema, con unos versos como éstos:
(…) Saben a hiel y a muérdago.
Huelen rancias y llevan
por el aire un silencio espeso como semen.
NI tú ni yo, no habitan
sus muros los espectros, ni se hacinan
en ellas misteriosos pasados improbables.
            Y de ahí me fui a parar a la lectura de su segundo libro de poemas Libro de las cartas (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2008) para convertirme en incondicional suyo con poemas como Carta 7, de 1980:
Ese espejismo de tu boca cuando…
dentro del ascensor
te bebiste la mía…
Y ese otro de tu pecho
(¿lo sientes cómo late,
su cadencia obstinada
de ochenta pulsaciones?)
cercado por mil telas,
por mil jerséis de lana.
Ese muro textil infranqueable
para mi mano torpe,
muñón de las quimeras.
            Y ahora, a la tercera va la vencida, vuelvo a reincidir.
            El pasado 17 de enero, en el primer piso o altillo del café Comercial de Madrid asistí a dos nacimientos: el de la Editorial Celesta y el del tercer libro de poemas de Paco Moral, Cuando la noche calló sobre Lisboa. Al frente de la Editorial Celesta, está el también poeta Rafael González, que con este nuevo sello y en los tiempos que corren, malos para casi todo, acaba de convertirse en un héroe con esta colección de poesía. Presentó también otro poeta, Rafael Soler, con palabras tan precisas y voz de locutor, que parecían de otro tiempo. Me acompañó entre el público un juglar, mi amigo Emiliano Valdeolivas a quien sólo se le ocurren las músicas con los buenos poemas de grandes poetas, desde los célebres anónimos autores de las jarchas del siglo X, hasta poetas vivísimos como Paco Moral. Porque según me juró Emiliano después el acto, camino ya de los torreznos de la calle Goya, se iba de Madrid con una música enamorada ya de un poema.
            Y yo salí con la voluntad en el corazón y en el cerebro de esta reseña que debería ya arrancar.
            Cuando la noche calló sobre Lisboa, como todo buen poema es sobre todo lo que no dice. Para empezar, el título es hijo de un equívoco, o de un capricho de la homofonía del verbo calló, que sólo el azar de una grafía provocó un poético debate entre Paco y su compañera, Ana Ares. Creo que Paco quiso que fuera cayó, de caer, pero se salió con la suya Ana con su calló, de callar. Y seguro que las dos opciones serían buenas aunque a mi modo de ver, la de Ana, una vez leído el libro es la más precisa y fiel al espíritu del mismo. Porque las cosas que nos sugiere y nos cuenta Paco en su poemario callan las que imaginamos que sucedieron justo cuando las noches que él estuvo allí, caían sobre Lisboa.
            Así es, Paco fue enviado por su empresa a Lisboa para dar un curso de maquetista durante un par o tres de semanas. De 9 a 4 cumplía con su cometido, pero de 4 en adelante, dice, la ciudad era para él. Y supo convertir, como buen ilusionista de la realidad, la experiencia vital en experiencia poética escribiendo los poemas que componen el libro.
            Está dividido en tres partes, aunque se inicia con un poema previo titulado Anunciación, que quizás pretende recordar las universales expectativas de todo viajero, expectativas tales que sin embargo a menudo quedan en nada, o sólo en un eco, o en este libro que para el lector que vaya a Lisboa después de su lectura puede servirle de rastro de recuerdos prestados, de un puñado de versos como pulsos por regalo:
Tú deberás
decir lo que no viste,
contar lo imaginado y lo vivido
para que otros iguales vengan y no hallen
la luz de tus palabras
sino el eco de tus huellas junto a casas
que habitaban hombres
iguales a ti en su soledad.
La primera parte, El niño junto al río, la componen cinco poemas, cinco estampas o imágenes asombradas de su mirada de niño junto al Tajo. Miradas de Lisboa, de Pessoa, que también se sentía envuelto por el río, que es también un mar y un espejo, imán de alegrías y tristezas, de amantes y suicidas. Son cinco miradas de sí mismo en el reflejo del río y la ciudad. Como ésta, la primera, que da título al libro:
CUANDO la noche calló sobre Lisboa
las gaviotas del Tajo
cruzaron mustias el puente que separa
la verdad y la vida,
la pureza y la nada,
el silencio y las sombras,
y fueron lentamente a posarse en el muelle
junto a un ferry cansino
vacío ya por dentro de muertos con maleta,
de espíritus sin alma,
de dioses del crepúsculo,
de cuerpos oxidados.
La segunda parte, Esbozos orientales, la componen cuarenta y dos haikus. Es la parte más juguetona y traviesa del libro. Ayuda a ello la métrica del haiku, su inmediatez y su concisión material, placentera como un estornudo veloz y cosquilleante. Pero sobre todo ayuda a ello la experiencia lisboeta que hay detrás. Los escribió Paco en recuerdo de la noche en que un poeta de Timor oriental, bordeando el mar le regalara a Paco sus haikus que improvisaba con la agilidad del desterrado. Y ese agradecimiento poético se debía a que Paco lo invitó a una buena cena, con un buen vino, antes de que el timorense tuviera que abandonar Lisboa con las incertidumbres de un nómada. De los cuarenta y dos haikus me quedo con todos pero si tengo que escoger, rescato estos dos:
Dame la mano…                                                  
la guardaré en secreto,                                           
como un regalo.    

Algunas veces
me contemplo y me digo
si no soy otro.
La tercera y última parte, La terquedad de la memoria (o crónica de ausencia), la componen catorce poemas con título, uno por día, dedicados al amor, oxígeno de la poesía, dedicados a la mujer amante y a su hija Paula. A esa idea entonces de una amante cuya existencia aún buscaba, un amante ideal que tiempo después acabara llamándose Ana Ares. De esta parte yo destacaría Día uno. Telegrama, en el que nada más llegar, apenas vivida la ausencia ya echa de menos a esa amante, un poema con algunos de ese tipo de versos definitivos de los que hablaba al principio, que te enganchan para siempre:
Seguramente entonces temblarían
mis piernas, y mis manos no acertaran
a descubrir la luz tras los ojales
de tu blusa imposible, de tu falda
como catarata de candados, y sería tan torpe como ahora
que voy soñando en alto con tu nombre (…)
O bien, Día once. Breve declaración de principios para Paula, un soneto para su hija que pone el corazón de punta, que toca la fibra sensible de cualquier padre exiliado del alma, o del lugar de residencia, o de ambas cosas:
QUE todo pasará, que habré pasado
cuando esto que te escribo lo comprendas,
y nadie vendrá ya a traerte ofrendas
de amor de las que siempre te ha guardado.
Y hablando yo de dignidades, Paco las explica mejor a continuación, la dignidad de la vida:
QUE hay otros muchos solos, olvidados,
que no tienen ni un nombre que te aprendas
y está tu dignidad en que sorprendas
su propia dignidad de acorralados
Y sigue hasta el final, realmente entregado ya a la quimera de las quimeras por un amor de padre que sí es eterno, la eternidad, contra la tiranía del puñetero tempus fugit:
(…) juntos a los otros, los damnificados
de una vida, hija mía, que quisiera
pobre idiota de mí, siempre a tu lado.
Breve declaración, lo siento por el tópico, que no he podido evitar comparar en calidad, al sin duda universal poema Palabras para Julia del enorme José Agustín. Pero esto es algo que seguro, a Paula, siendo hija de Paco, le debe importar un rábano.
           Para terminar, y no acabar recomendando cada uno de los sesenta y dos poemas del libro, diría que Paco convocó en la presentación a un nutrido puñado de amigos, muchos de ellos poetas, e incondicionales entre los que quiero contarme sin ningún tipo de indulgencia barata hacia su poesía. Porque Paco, sencillamente, es un buen poeta. La poesía de Paco es radical, incisiva, está escrita para ser dicha con una voz como la suya, una voz cazallera y rotunda, una poesía que no deja indiferente, que es como la pedrada en la sien de la que hablaba Ramón Irigoyen, poeta de los setenta. Al mismo tiempo, es de una hondísima sensibilidad cuando se trata de hablar del ideal del amor, de los sueños incumplidos, de la bella y efímera grandeza de los instantes olvidados.
No puedo evitar añadir algo que singulariza a Paco persona, al Paco comprometido. Paco Moral es el madrileño más catalanista, si se me permite el atrevimiento, que jamás sospeché que pudiera existir, así de estúpidos son algunos tópicos. Primero me agradeció en catalán y en público mi asistencia, para una vez que soy el único en algo… porque yo debía ser el catalán de la sala. Y después, ya incorporado a su discurso, recordando la revolución de los claveles, recitó en catalán castizo y sin leer, el siempre vigente poema No era això, companys, no era això… de nuestro admirado Lluís Llach.
             En definitiva, el poeta y la persona, a la altura el uno del otro.
Felicidades Paco, volveremos a vernos en los versos, que los pasillos y los ascensores de la Prisa son sólo una circunstancia.
            Enero de 2012
            Madrid-Ave-Barcelona

1 comentario:

  1. Gracias Paco por ti y a ti Jorge por lo dicho de él. Gloriosos los dos! Olga

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