Debe hacer
unos diez años que un amigo mío y gran escritor me decía algo así como: tienes que leer a Antonio Orejudo, es de lo
mejor que se puede leer hoy día en este país… No me molestó el imperativo
de la frase viniendo de quien venía y coloqué la sugerencia en esa sufrida
estantería de lecturas pendientes. Desde entonces, seguían sumándose
incondicionales de mi fiar al Orejudo de las narices y por fin me puse, primero
con el último, Un momento de descanso, y
después con su primera novela, XX Premio Tigre Juan en 1997, Fabulosas narraciones por historias.
A mí, que me cuesta caer en el
elogio fácil, o en el fetichismo o la idolatría obligada, Antonio Orejudo ya me
parece un monstruo. Un monstruo que ha sido capaz de subir el listón, cuya
altura ya me parecía insuperable, de lo que es una obra magistral. ¿Cómo
explicarlo? Pues hasta para explicarlo habría que estar a la altura.
Orejudo es capaz de combinar en
perfecta armonía la irreverencia con el respeto hacia tópicos y verdades aceptadas
universalmente sobre la literatura. Y a mi modesto juicio, acierta en su
selección de flores y mamporros.
Su prosa también es armónica desde
el principio hasta el final, conjuga perfectamente la brillantez más absoluta
en el lenguaje, con el estilo directo, sencillo, sin impostura alguna, como
para desengrasar el nivel de intelectualidad que contiene su discurso sin parecerlo.
La ironía y la seriedad se dan la mano sin esfuerzo, sin que se note.
Un
momento de descanso es una divertida, más aún, hilarante aventura, sobre el
desmoronamiento de lo intelectual, una crítica y ácida denuncia sobre la
corrupción de la institución universitaria.
Fabulosas
narraciones por historias comparte los adjetivos calificativos de la
anterior, esta vez en una historia sobre la pérdida de la amistad debido a la
vanidad y a la competitividad intelectual de sus protagonistas, Santos,
Martiniano, sobrino de Azorín, y Patricio. Los protagonistas, son miembros de
la Residencia de Estudiantes durante los años veinte. Las fabulosas narraciones
no son otra cosa que un repertorio de peripecias y gamberradas donde la
irreverencia, la ironía más disparatada, el erotismo y una pornografía
provinciana e ingenua juegan su papel de desmitificadoras de la generación
literaria del 27 y de sus protagonistas más célebres como Juan Ramón Jiménez,
Ortega y Gasset, José Moreno Villa o Lorca. La República termina por separar a
esos amigos, sin que ninguno de ellos fuera capaz de impedir que la generación
literaria más cacareada de nuestra historia triunfase, con ellos, por supuesto,
fuera de la gloria.
Como yo, que tampoco voy a estar a
la gloriosa altura de la prosa de Orejudo con estas líneas. Pero eso ya lo
sabía desde el principio, así que déjenme que disfrute en el intento y con el
factor gamberro. Estoy seguro de que Antonio Orejudo escribe así de bien por
dos razones que son una al mismo tiempo. De pequeñín y adolescente no salía de
casa, se pasaba las horas leyendo y escribiendo mientras sus compañeros de
generación jugábamos al fútbol en la calle. La razón era bien sencilla, los
chicos se mofaban constantemente de su apellido y de sus orejas, que para colmo
del destino hacían honor a su accidentado apellido. Venga a leer y a escribir
sin parar hasta llegar aquí.
Y claro, tanto va el cántaro a la
fuente que al final va Orejudo y rompe el molde.
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