La tierra que pisamos
Jesús Carrasco
Barcelona, 1ª edición de febrero de 2016
Editorial Seix Barral S.A.
Colección Biblioteca Breve
ISBN: 978-84-322-2733-2
Jesús Carrasco, con dos novelas ya ha conseguido el honor, o la
inevitable factura según se mire, de provocar más ríos de tinta que los que él
mismo ha escrito, o de los que hubiera querido provocar. Yo, desde este momento
espero su tercer libro y que no ocurra como con El zorro más sabio, una de las muchas y maravillosas fábulas de
Monterroso, en la que el zorro, por ser más listo que el resto de los animales,
decide dejar de escribir para no dar el gusto a algunos críticos de encontrar
con qué atizarle. Algunos ya lo han hecho ahora, pero estoy seguro de que a
Carrasco nadie va a quitarle las ganas de seguir buscando la perfección
narrativa, ahí es nada, o cuando menos; lo bailao.
Para los que aún no la hayan leído, La
tierra que pisamos se sitúa en un lugar de Extremadura en el que viven su
retiro militares jubilados. Eva Holman, esposa de uno de ellos, Iosif, que en
su momento fue cruel y despiadado, ahora está enfermo e impedido, aunque aún no
ha perdido su bilis contra los ocupados. Ambos perdieron un hijo en la guerra,
la guerra que él le enseñó al hijo y de la que ahora, Eva, abomina y se
avergüenza. Un día Eva descubre la presencia de Leva en su jardín, un
misterioso mendigo y superviviente de la masacre, pero lejos de denunciar la
presencia, se dedica a observarlo primero, a cuidarlo y a solidarizarse con él
finalmente, jugándose su propio bienestar amparado por las fuerzas militares de
su país y ante la impotencia del marido que lo hubiera matado el primer día de
haber podido. La narración se arma entorno a los cuadernos que escribe Eva en
los que explica la evolución de su mirada de la tragedia, recomponiendo la
historia de Leva en un campo de trabajo, su detención y el exterminio de su
mujer y de su hija además de su pueblo, Olivenza, el pueblo por cierto de Jesús
Carrasco. Paralelamente, Eva va desarrollando su propia evolución frente al
conflicto pero sobre todo frente a su propio conflicto humano.
Se le ha recriminado a Jesús Carrasco la relativa indefinición espacial,
la invención del contexto histórico e incluso la dominancia excesiva de la voz
de la narradora y coprotagonista Eva Holman. Para mí, no ha lugar. Al menos a
mí no me importa que me diga con exactitud meridiana y con coordenadas, el
lugar de los hechos. Porque los hechos narrados han ocurrido y ocurren en
numerosos lugares del mundo. Lo mismo me ocurre con la invención del contexto
histórico, que los ha habido, los hay y los habrá casi seguro por desgracia, en
los que hay genocidios, masacres, explotación económica, política y militar y
por lo tanto haber concretado en un contexto real, pongamos por caso, el
genocidio del pueblo Kurdo, la habría convertido en una novela sobre el pueblo
Kurdo por ejemplo. En este caso, la singularidad radica en que sea el pueblo
español el sometido por tropas extranjeras. Supongo que una vez más también por
alejarse de datos concretos y objetivos, o quien sabe si por sugerir que nadie
está libre de ser víctima.
Finalmente, el peso de la voz narrativa de Eva Holman lo considero no
solo acertado sino imprescindible. A mi modo de ver no deja de ser una
estrategia narrativa deliberada. El conflicto está en ella y en su mirada, y
también en la evolución de las mismas, desde la distancia e incluso el
desprecio, y el miedo del bando de los poderosos,
Su delito ha sido su saber, porque el conocimiento enerva a los
poderosos. Todo lo que no tiemble ante el acero afilado de una espada ha de ser
aniquilado. (página 117)
al principio, hasta sentirse una refugiada más,
del sistema y de sí misma. Y Leva, el refugiado, que apenas interviene, es
visto desde principio a fin por esa mirada, que empieza siendo de rechazo y
compasiva, más tarde solidaria, y ya casi intimista y amorosa por lo que ha
tenido de espejo de su propia ocupación, la contemplación del mendigo.
Si no lo denuncié nada más verlo fue por la
fascinación de su presencia. Si no lo hago ahora es porque hay algo que nos une
y debo tratar de averiguar qué es antes de que los soldados entren y se lo
lleven, como se llevaría un basurero los desechos de una cocina. (página122).
En la mirada de Eva está el quid de
la cuestión, en ella están la culpa y el perdón de la condición humana, que
quizás sean, los dos grandes temas de la novela. Y el descubrimiento de uno
mismo a través del otro. Eva conecta su propio sufrimiento, desde el bando del
poder, con el de Leva, en el bando de los oprimidos. Y se da la paradoja de que
se siente escuchada por primera vez en su vida, por alguien que apenas es capaz
de hablar porque el horror lo ha dejado prácticamente mudo.
Una mirada que actúa como un espejo que le devuelve el perdón,
Estoy a dos metros de él. Se gira y detiene
sus ojos en los míos. Y yo me quedo quieta porque hay algo en ellos que nunca
he visto. Ni en él, ni en nadie. La mirada de un niño al que una cometa
encandila. En el fondo de sus cuencas vacila una seda incandescente que me
inflama. Noto cómo se me humedece la mirada y el labio me tiembla. Mi cabello
es de ceniza y nada de lo que sé ni de lo que siento me sirve para cubrirme en
este estado de desnudez. (páginas 123-124), y una mirada que le devuelve la
culpa, No había más misterio que la
culpa: la de saber que había levantado mi casa sobre la sangre de los suyos. La
de haberme envuelto en la bandera de la tradición, el Imperio y la religión
para participar de este expolio. (página 245).
También se ha dicho que tanto dolor anestesia, que la visión del mundo
descrito es tremendista, que empacha… y bien, siendo respetable la opinión, no
lo es menos que la literatura se alimenta del dolor quizás para exorcizarlo, y
que la realidad aún nos empacha más cada día, abriendo un periódico o
escuchando inmunizados las noticias, especialmente en Tele5. Lo que hace Jesús
Carrasco es buena literatura con la realidad, así de sencillo, y nos cuenta a
través de la voz de Leva, cosas como ésta, que son verdad, señores críticos de
salón, que ocurren…:
Mi hija tiene los labios secos y el
pelo revuelto; la boca medio abierta y la frente entera. Tiro de sus brazos
hasta que separo su cuerpo de los otros. Me levanto y me la llevo al pecho,
como si la sacara de la cama en medio de la noche. Trato de abrazarla pero su
cabeza no busca el escalón de mi hombro para seguir durmiendo, sino que cuelga.
Me llevo entonces sus brazos a la espalda. Quiero que me abrace pero sus
extremidades de alambre vuelven a caer como si hubiera encontrado, entre los
muertos, una nueva familia. (página 264)
Sobre el estilo narrativo y la forma
de contar de Jesús Carrasco está casi todo dicho, sobre todo cuando se le ha
comparado, yo el primero en mi anterior reseña de Intemperie, con Cormac McCarthy, en esa manía que tenemos, quizás
inevitable de comparar a los autores. Pero también con Coetzee, o con el
realismo sucio de Richard Ford o Raymond Carver y ya más cercano a nosotros, al
menos por la lengua, con Delibes, por la presencia y el buen trato del léxico y
la atmósfera rural ya en la primera novela y ahora de nuevo en La tierra que pisamos. Un delicioso
botón de muestra:
En su duermevela se
mezclan también los olores cerosos de los panales, el cuero de las guarniciones,
el hollejo madurando, las tablas húmedas de las zarandas. (página 101)
Al margen de las comparaciones, Jesús Carrasco ya es uno de nuestros
grandes valores de la nueva narrativa española y en español, más allá de sus
tramas, sobre todo por algo que nadie discute: el mimo y el respeto que da a
nuestra lengua en pos de la precisión y de resaltar su belleza, para significar
siempre, para mantener la tensión lingüística en lo alto línea a línea, alejado
del fácil barroquismo artificioso y por lo tanto, vacío de alma.
Imprescindible en medio del océano
literario, habrá que seguir observándolo.
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