Leer después de quemar
Rafael Soler
Madrid, 1ª edición, febrero de 2019
Colección “Vuelta de tuerca” número
3
Edita Kalosini S.L.
(Grupo editorial Olé libros)
ISBN: 978-84-177737-19-1
La
obra de Rafael Soler no me recuerda a ninguna otra obra, ni él como autor nunca
ha seguido y cacareado lo que otros hicieron, probablemente por incompetencia
para menester tan común. Sea como fuere él siempre es solo él, porque ser uno
mismo es la mayor empresa y el mayor logro. La obra de Rafael Soler tiene en sí
misma, hechuras de género.
Por
estas y otras razones que desconozco, y por eso mismo no importan estas últimas,
me dispongo a fracasar, yo, a diferencia del referenciado, sí voy a intentar ex
profeso escribir una lectura, un texto a la postre fuera de canon sobre este
libro. Estar a la quimérica altura de las circunstancias.
Y
luego dirán los listillos (inicialmente escribí sus envidiosos) que esto no es
una reseña, aunque lo sea, tanto como el prólogo de este libro lo es siendo
otra cosa. En él, Rafael Soler manifiesta Que
la poesía es un lícito acto de legítima defensa, y uno se pregunta por qué
o quién es el atacante, aunque el autor avanza, para tranquilidad del lector,
que hay múltiples respuestas y que algunas son incluso convincentes. No les voy
a aburrir con las mías.
Sigue
Soler en su terapéutico prólogo transparente desgranando de qué libros surgen
los poemas de esta antología, que lo es, de su importante producción poética.
Surgen del donoso escrutinio noventa y nueve poemas, una cifra al estilo rebajasdeenero pero tan generosa y
representativa, aunque llama la
atención la ausencia caprichosa del redondeo a cien. Salen de cinco libros: Los
sitios interiores (sonata urgente) (1979), Maneras de volver (2009), en el momento en que yo conocí al vate en
Madrid, Las cartas que debía (2011), Ácido almíbar (2014) y No eres nadie hasta que te disparan
(2016).
En
una primera lectura desconcierta la organización que uno sospecha inicialmente
que va a ser una selección por libro, o cronológica, pero no. Y en la segunda
lectura, inevitable, te das cuenta de que Lucía Comba los organiza y distribuye
en seis partes huyendo del fácil orden cronológico, siguiendo un orden mucho
más meritorio e ilustrativo como lo es un orden temático, que da unidad a la
vez que relevancia a los diferentes mundos creativos de Rafael Soler. Nadie
aclara si los títulos de cada una de las seis partes son creación de la
antóloga, del poeta, o de ambos a la vez. Debo suponer que son de Lucía Comba,
que tiene toda la autoridad para haberlo hecho quien conoce de primera mano la
obra y vida del poeta. De ello da fe el propio Soler al otorgarle el mayor de
los avales a Lucía: la bida, sí, una
palabra muy de su catálogo o caladero de ideas y que no dice significar otra cosa que la vida bien bebida. Y
añade a esa autoridad absoluta: los
desmanes de la vida, de sus vidas en común digo yo de paso, como único hilván…, remata. En cualquier
caso, los títulos de esas seis partes son un acierto y un dato añadido por lo
que sugieren, y con ellos, voy a organizar mi lectura.
Cierra
Rafael el prólogo con una maravillosa y genial elipsis, él, maestro del
recurso, él, que escribe el aire y la ausencia, el silencio que queda entre las
palabras para que entendamos el prodigio de su obra.
Que nadie mejor dice para terminar… y este lector
aventura que nadie mejor que él mismo para dar la explicaciones iniciales, o que
nadie mejor que Lucía Comba para organizarnos y seleccionarnos la reliquia, o que
nadie mejor que el lector, siempre ganador, para darle sentido a todo… Todo o
nada, como en las jugadas de póker definitivas. Sírvanse ustedes.
1. Basta
callar para que todo empiece
Este bloque, que alterna un combate
entre la fugacidad y la dificultad de vivir, al más puro estilo de las tesis de
Emil Cioran y lo contrario, es decir la exaltación y el goce de estar vivo; se
inicia con un poema titulado Parto a
término. En él leemos versos como
estos:
(…) epifanía de lo amargo por venir y lo nacido (…)
(…) ahora que alzándote de nalgas
a un vacío sin fin te precipitan.
que bien podrían haber inspirado, de
no ser imposible temporalmente, títulos como “Del inconveniente de haber
nacido” (1973) del filósofo rumano. De otra manera también ilustran que sin permiso nos nazcan… como el
mismo Soler dice en el prólogo.
En la mayoría de poemas el autor
interpela al lector para ir desgranando su ideario personal, su actitud vital
desde experiencias reveladoras que le permiten advertir, sugerir, casi
aconsejar a veces lo que nos conviene para sobrevivir a la propia vida.
En El amante secreto de las balas sentencia el primer verso con algo
tan lapidario como esto:
No pierdas la costumbre de perder (…)
Para seguir con rotunda lucidez, con
la solución reveladora que da la razón al contrasentido anterior:
(…) no pierdas la costumbre
de ser el primero en las derrotas (…)
perder es la manera
de alumbrar en soledad una certeza (…)
Más adelante, en Cuando tu única certeza es el insomnio (poema
que por cierto ilustra la contraportada del libro) añade exhortaciones como Sé
fugaz (…) el hábito de amar las
renuncias (…) y en plenitud porfía/
luciendo con orgullo cada herida/pues siempre vivir te costará la vida.
En definitiva, un bloque de tonos
agridulces sazonado con momentos de acidez, una evaluación de la vida bibida…
2. Perdidos
en la misma cama
Se
divide esta cama en dos partes, quizás porque son dos los protagonistas los que
hacen un viaje de doble sentido, un trayecto desde el alma hasta la piel y
viceversa. El poeta y la musa, el amado y la amante propietaria de voluntades,
para vivir la relación humana y con ella la seducción del amor y el erotismo,
el gozo del espasmo de los cuerpos, el dolor incomparable del desamor.
2.1.
¿En
qué lado duermo yo?
Esta
pregunta a modo de entradilla abre la primera parte y ya, con tan poco, sabemos
tanto... ¿Porque no es acaso una de las primeras preguntas que se hacen dos al
acostarse las primeras veces? Pregunta de amantes, de encuentros amorosos y que
no suele repetirse una vez los cuerpos se arrellanan el uno en el otro para
compartir almohada.
El
primer poema, Armas de seducción, se
cierra con el error universal de los amantes que se prometen cosas a ultranza cuando
empiezan una relación:
(…)
y la palabra jamás
al entregarlo todo.
O
la misma idea, en otro poema, Mujer con
un panal al fondo, cuando los amantes se terminan…
(…)
y todo abrazo pendiente en la palabra
nunca.
Habitación por horas con nevera es un título que lo dice todo,
de otro de los poemas. Una cruda descripción de la transacción de los cuerpos
en la voz de una prostituta:
(…) no
soy Lolita piensas
de
cuarenta para arriba abriendo las exclusas
pero
este lavabo es suficiente
y
tu loción de cura antiguo
tu desbordada tripa
y tu silencio cansado cuando
acabes
durarán el tiempo de una ducha.
Nos
encontramos también con la idea del tercero, ese personaje como es bien sabido,
a menudo necesario para que las relaciones, las dos, sobrevivan al tedio y se
consoliden en el tiempo. En Razón de estado:
(…) que
amante transitiva
guardaré del
silencio las volutas
y que así
menesterosa
tan a propósito
de nada
te ofrezco
civilizadamente
mi
locutorio púbico.
O en Siempre
fuimos tres:
Cosa
de dos amor lo nuestro
por
terceros atados a pespunte
yo
contigo
tú
conmigo a veces
y
del brazo encaramados los terceros (…)
2.2.
El
otro cincuenta por ciento de la cama
Es
esa mitad en la que ya, definitivamente duerme él o bien ella, ahora que ya son
parte de su común historia y miran atrás para explicarse, para entender el por
qué, o para seguir sin entenderlo por innecesario. Para recordar lo ocurrido
desde aquél día en que alguien preguntó en qué lado de la cama debía dormir…
Del
poema titulado LVIII, la culpa del azar, un lavarse las manos…:
(…)
yo no elegí ser el primero en navegarte
y surcar tu cuerpo cada noche
como un río
bebiendo amaneceres que no me
pertenecen
yo no subí las cimas coronadas de
tu cuerpo
ni bajé a sus profundidades
yo no busqué la deriva de tu
sueño
ni tengo cien años para darte
yo estaba en mi camino sentado
con la tarde
y tú pasaste
En
Se nos apaga el mundo (cine puro), momentos
de pasión, noviazgo en cines de tardes de domingo:
(…)
y en las butacas numeradas siete y nueve
pasillo central y terciopelo
lento zoom con música de piano
mientras abres descarada
el pan de la merienda y de tu
falda.
En
A la voz de tres y acción, la espera
desesperada del ser amado:
En vaso ancho y mucho hielo
cualquier licor pierde la vida
por verte aparecer (…)
Y
a modo de colofón, esta pequeña joya testamentaria de vida amorosa agradecida, Desde tu corazón de ayer:
Así cruzamos juntos
las solemnes avenidas y los
campos
los anchos días plenos y los años
miserables
la fiebre y sus salones
sin caer en la cuenta de tus
cuentas
y el futuro más cerca del pasado
cuando entiendas que la vida que
te falta
es entera la vida que me has
dado.
Este
bloque dividido en dos partes, el más largo de la antología, a mi modo de ver
es muy representativo de la poesía de Rafael Soler. Porque en él se asienta un
discurso amoroso, apasionado y sensual, emocionado, trágico y necesariamente
agridulce como lo es la catarsis del sexo, motor del mundo y de todos los
caminos. Un discurso en el que el poeta se acomoda hasta desbocarse sin
tapujos, pero tampoco sin evidencias de blonda, con el punto canallesco en preciso
equilibrio con la dulzura del placer descrito, añorado. Un discurso amoroso en
el que la mujer alcanza la condición de altar.
3. Nadie
dijo que esto iba a ser fácil
Se
pone de relevancia en este apartado un ajuste de cuentas vital con uno mismo
cuando ya le hemos visto las orejas al lobo, a un lobo más fiero que uno mismo.
Esa vida, más lobo que camino de rosas, que empieza a anunciarnos las señales de la derrota. Desde el epicentro de
la tragedia, desde la soledad y el temor
oculto del impertérrito, que grita sin nada ya que perder. Algo así como lo que
pretendía Jaime Gil de Biedma con aquél poema titulado No volveré a ser joven y que empieza con esos dos versos
demoledores: Que la vida iba en serio/uno
lo empieza a comprender más tarde (…)
Grabado a cuchillo sobre piedra, es un botón de muestra:
No
dejarás en nada huella
ni
quedará tu voz entre las ramas
nadie
halará de ti después de tu silencio
ni
tu nombre viajará de boca en boca
nadie
vestirá ese traje al musgo parecido
de
abotonada angustia
y
acéptalo
no
lanzarán al agua más ceniza que la tuya
vivir
es ahora una urgencia demorada
al
empezar tu sopa.
4. El
principio del fin es amarillo
Bloque
en el que los poemas siguen algunos de los temas ya tratados, pero ahora con un
novedoso tono de ironía resignada, de argot notarial. Lo podemos ver en títulos
como en el del primer poema Perder es
solo cuestión de método, que cierra con el verso que da título al bloque: de cerca/el principio del fin es amarillo. O
en otros como Conste en acta, un
verdadero testamento:
A quien corresponda lego mi
petaca
mi manual de perder al póker (…)
a mis deudos el cortés beneficio
del olvido
a Lucas otra ronda (…)
y a mis tres hijos la lluvia
para que crucen indemnes el otoño
y sus besos de agua
repentinos
limpien de tristeza
la frente de los cuatro.
5. Quien
por todos habla
En
este breve bloque de siete poemas, el tema no es otro que Dios y de manera
persistente en todos ellos. Un diálogo juanramoniano, de tú a tú con el todopoderoso
aclaro, no una reflexión filosófico existencial sobre su papel en nuestras
vidas, la típica mirada hacia las alturas desde un corazón poético; no. Es una
mirada más irónica que mística, ligeramente descreída o a lo sumo, una mirada
que pide explicaciones y reta, una mirada que me recuerda al Unamuno que dijera
aquello de Creer en Dios es querer que
Dios exista…
Se
observa ya en los mismos títulos pero especialmente en Oración en voz baja y en ayunas, donde incluso el uso de las
mayúsculas, no habitual, añade ese tono de crítica ironía:
Gracias te doy Señor del Abandono
Manifiesto (…)
gracias te doy y no me sobran
Mísero Señor Desocupado
Rey de los Desastres y las Bocas
Supremo Hacedor de mi Desgracia
por esta muerte diaria que me
endosas
abanico del viento
voz sin alma.
Y
sobre todo, en el valiente, descarnado y honesto poema En busca y captura desde antaño, que cierra el capítulo:
Cuídeme
el Todopoderoso
desde
su palco por horas reservado
de
cuantos quieren mi bien y lo alimentan
líbreme
Ése que nunca baja a visitarnos
por
razones de Estado
sin
tener en cuenta nuestro estado (…)
de
tipos como yo
en
un mundo de certezas
viviendo
con su Duda.
6. Cuerdo
de atar estoy que vivo
Este último bloque es
quizás el más difícil de catalogar, pero llegados a este punto ya no va de una posible
derrota más en mi lectura, de manera que sigo conjeturando. Lo componen solo dos poemas
aparentemente de temáticas y estilos diversos y solo cuento con una pista,
sospecho que definitiva. El primer poema pertenece al poemario mas antiguo de
Rafael Soler Los sitios interiores (sonata
urgente)
(1979), y el segundo, al más reciente, No
eres nadie hasta que te disparan (2016). Esto me hace pensar que entre un
poema y otro Lucía Comba ha querido dar testimonio evidentemente panorámico
entre una voz poética y otra, que son la misma pero separada por treinta y
siete años. ¿Qué mejor cierre para una antología?
En
el primero, En Madrí, a veintitantos, Rafael,
el Rafaelito de Jávea, de Valencia pero recién llegado a Madrid nos decía:
(…)
porque ahora
en madrí
con la pupila dilatada
sentado en esto que viene cauteloso
dispuesto a socorrerme besando
donde duele
y todo mi dolor es un chiquillo
que nunca llega al mar (…)
(…)
aquí
en madrí y veintitantos
dueño de nada
ya sabes (…)
Y
en el segundo y último poema del capítulo y del libro, Asomado a un instante que no es tuyo, Soler se despide rotundo como
siempre, sentenciándose, como nunca:
Y
qué buscas tú pelma insolente (…)
dónde
crees que vas
traducido
tu pasmo a seis idiomas
hastiado
el corazón
dónde
ingenuo
predador de los tinteros
encontrarás
tasada voz metro fonema (…)
cómo
perder (…)
por
un regocijo
este
semblante roedor de prohibiciones
en
el negocio abominable de los versos (…)
¿Qué
añadir, suponiendo que haya tino en lo dicho, que no sean los versos citados?
¿Qué me dejo? ¿Qué no he dicho que fuera relevante?
Que Rafael Soler eleva lo
cotidiano al olimpo de la poesía absoluta y que acerca cualquier idea o
sentimiento por universal, inasible o melifluo que sea; al barro de la
realidad. Que en Rafael Soler no hay artificio de manual, trucos copiados al
peso en el mercado de lo prescindible. Que convierte la elipsis en verso, que
hace verso de la ausencia entre las palabras que rescata. Que incluso decidió
olvidarse de la puntuación por cierto, y en sus poemas, más o menos desde Los
sitios interiores (sonata urgente) (1979), no los usa. Yo lo interpreto como una concesión a
la libertad del lector, aunque también podría ser que la precisión de la
sintaxis, que la lógica interna del poema y de la estrofa convierten en
prescindible cualquier otra acotación que no sea la propia palabra y la
separación de un verso a otro. En cualquier caso siempre será el lector quien
hará suya la experiencia del poema.
Sea
como sea lean y quémense con esta magnífica antología, sea como sea, Leer después de quemar, transgresor
desde el título, es un libro para bibirlo.
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