El animal más triste
Juan Vico
Barcelona, 1ª ed. enero de 2019
Editorial Seix Barral S.A.
Colección Biblioteca Breve
ISBN: 978-84-322-3462-0
Cuando empecé la lectura de esta
novela de Juan Vico no tenía pensado escribir reseña alguna, aunque tampoco
esto lo va a ser. Más bien se trata de mis notas de lectura. Es cierto que tenía curiosidad por el autor, con quien compartimos algunos conocidos. La
primera novela Los bosques imantados,
con el mismo sello editorial, había
provocado buenas críticas, la seductora cubierta de esta de ahora, la sinopsis
de la contra, la cita inicial y la primera frase; finalmente me convencieron, y
compré el libro el Sant Jordi pasado. Incluso el título, El animal más triste, me recordaba al de otra novela,
extraordinaria y de placentera lectura, La
historia más triste, de Javier García Sánchez, que fue Premio Herralde en
1991, (Barcelona, 1991, Editorial Anagrama). Aunque debo decir que en esta sí
que había sexo, no tanto en la novela que nos ocupa. Esto, que puede parecer en
principio una crítica, tampoco tiene por qué serlo, la novela tiene otros
muchos valores pero, todo el parafraseo promocional que cacarea ese papel
preponderante de lo sexual, son ganas de despistar. Y ya entrando en las
tripas, no deja de ser curioso también que el autor haga decir lo siguiente a
una de sus protagonistas:
(…) Constaté de paso que el sexo, en literatura, o se aborda con humor o se
aborda con crudeza, no admite medias tintas. (…)
Cuando en realidad, en El animal más triste, el sexo no está
planteado ni con humor, ni con crudeza y se queda más bien en las medias
tintas. Sí, ya sé que personaje, narrador y autor no tienen por qué estar de
acuerdo, pero es sintomática la coincidencia de lo que a mi modo de ver, es una
contradicción. El sexo es solo una veta
de la línea argumental que liga las vidas y las relaciones del enjambre de
personajes. Nada más. No es el tema. El tema es la literatura, el cine, la
amistad, la creatividad en definitiva y cómo todo ello se relaciona para
explicar la vida desde el arte, desde la reflexión metaliteraria.
Y esto sí que me interesa, y esto sí
que es un valor de la novela.
Como decía al principio, ya que no
había pensado en una reseña y los hilos y argumentos están explicados en la
contra y en otros muchos rincones nebulosos, lo que yo voy a hacer es citar
fragmentos y mis reflexiones sobre dichos pasajes, que de alguna manera,
también darán muchas pistas sobre los entresijos de la novela, unas veces para
elogiar lo que me parece brillante, y otras quizás para matizar, contradecir y
dialogar con el autor desde la intimidad de mi lectura hasta el casi anonimato
de mi blog. Una forma de escribir sobre la escritura de otros más a lo
Vila-Matas, ya que Juan Vico, me da a mí que es uno más de los muchos
seguidores de esa, ya escuela, de entre los que en este mundillo somos.
Se abre el libro con una cita del
visionario cineasta francés Robert Bresson, de sus Notas sobre el cinematógrafo:
Haz aparecer lo que sin ti quizás nunca se vería.
La interpretación, que puede ser tan
abierta como compleja, a mí me llevó a pensar en que precisamente tanto el cine
como la literatura quizás compartan la facultad, o mejor, el propósito, de
mostrar las cosas más allá de lo aparente, más allá de la imagen que nos
muestra la realidad. Y de paso, me hizo pensar en otra afirmación parecida, del
escritor uruguayo Mario Levrero cuando decía que había que crear la mentira que diga la verdad…
La primera frase del libro, que abre
la primera parte de las tres que tiene El
animal más triste, es prometedora y sugerente:
Bailo sobre mi silla giratoria, soy un ágil derviche consagrado a la
mística de la rutina.
Cuando menos, no deja indiferente. Y
aunque ya sabemos de la importancia de las primeras frases de una novela…
habría que averiguar la razón, en este caso, la asociación entre algo tan
trascendente como la mística y la rutina más absurda me hizo pensar en que
también hay una mística de la rutina, del dolce
far niente, de la ociosidad del pensamiento de los intelectuales, y en el
libro, por cierto, abundan, para lo bueno y para lo malo.
Seguimos.
Se dice más adelante:
El mundo está lleno de supuestos escritores que jamás escriben, dice
Paula; yo conozco a unos cuantos. Y peor aún, dice Roberto: de supuestos
escritores que sí escriben.
Escribe el narrador el sí en cursiva, para resaltarlo. Cuánta
razón tienen ambos, Paula y Roberto. Sobre todo Roberto, uno de los personajes
más potentes y nucleares de la novela, como si fuera un auténtico Bolaño. Solo
añadiría por mi parte y eso va para el narrador y para el escritor, incluso
para mí mismo, que aunque el tipo de escritor que somos no lo debemos decir
nosotros, nunca nos vamos a reconocer en ninguno de los dos tipos. Esto, que
puede parecer tan evidente, no lo es. Porque hoy día todo el mundo escribe,
porque hoy día mola ser escritor, nada que ver con siglos pasados, porque hoy
día la categoría de escritor es el anhelo de los influencers… Disculpen la digresión, pero tan equivocados andan,
ellos y los editores fabricantes de libros, cuando el primer modelo de
influencer que deberían seguir es el de un tal Cervantes, don Miguel de.
Curiosidad o coincidencia
biográfica.
Están hablando de la obra de Roberto
y el narrador de esa primera parte dice:
(…) el asombro que nos producían los textos que de tanto en tanto nos leía
o nos permitía leer. Narraciones escurridizas, versos que no se parecían a nada
de lo que conocíamos, inclasificables artefactos literarios.
Y recuerdo que eso de “artefactos
literarios” lo dijo de mi segundo libro de relatos alguien muy grande. Pero voy
a obviar el nombre, solo lo saben unos pocos y una de ellos, si lo escribo, me
riñe porque cree que me acuerdo demasiado a menudo. La vanidad… Pero como nunca
es tarde, debo de reconocer que tenía razón.
Otra genialidad prestada, la que
encabeza la tercera parte, para mí la mejor de las tres en este interés mío in crescendo por la novela, es de nuevo
una cita, de nuevo de otro genio de la imagen, del fotógrafo Henri
Cartier-Bresson:
Solo tienes que vivir y la vida te dará fotografías.
No puedo estar más de acuerdo con la cita y la intención y lo que no sé
es si en la cabeza del autor, está mi siguiente reflexión, o quizás lo que pretendía
era provocarla, venga va... Que donde dice fotografías,
escribes textos, te inventas que la
frase es del genio de Bolaño, por poner un buen ejemplo, y la cita funciona
igual de bien. Solo cabría añadir, a mi modo de ver, que a pesar de la
evidencia, tienes que ser un buen fotógrafo o un buen escritor, no
necesariamente Cartier-Bresson o Bolaño para ver ese retorno de la vida. Pues el
común de los mortales pasa de largo por la vida sin cumplir aquello de Gil de
Biedma, dejar huella quería…
Lo mejor de Vico en esta novela, está en el inicio de un capítulo de la tercera parte cuando
escribe, con muy poco, solo un punto aparte
y un verbo; y lo dice todo:
Acabo de escribir un poema.
Creo.
Luego añade,
(…) habla del pasado, como todos los poemas. (…) Los poemas no salen de ninguna parte. (…)
También,
(…) El poema habla de un pasado ficticio, como todos los pasados. (…),
o como diría mi amigo, el poeta Paco Moral, pasados
improbables…
Después de esta introducción sigue
disertando sobre la forma de entender la poesía, de ser poeta, antes que
escritor diría yo, interpreto yo, y combina ideas interesantes como esta:
(…) El poema en realidad es un agujero, como todos los poemas; la idea de
un agujero. Una carencia. Una sustracción. Un pozo seco. (…)
Con evidencias como esta otra:
(…) al fin y al cabo, la literatura no es más que un acto de seducción
(…)
Desde ese Creo inicial, desde esa duda sobre haber escrito o no un
poema, y a lo largo de unas veinte paginas, se desarrolla todo un ideario, una
declaración de intenciones y de principios literarios, un manifiesto personal
aunque en muchos aspectos también universal dentro de los cánones del respeto
por el oficio; que gana mi complicidad con el autor, que comparto, y que aplaudo.
Y termina este largo subcapítulo, en el que podríamos considerar que se halla
un poco la esencia de la intención de toda la novela, el yo frente a la
literatura, con lo siguiente: está hablando de la obra que está por llegar, del
libro que su agente le reclama:
(…) Ya lo estoy viendo, le diré a mi agente. Este libro sobre el que me
desangro, insomne y feroz, caerá como una bomba en las mesas de novedades, hazme
caso. Un libro que no nació como un libro, pero que va camino de parecerse a un
libro. A mi gran libro. Nada menos que un diario íntimo, intimísimo, imagina.
Un diario sin tapujos, servido en crudo. Un diario visceral, eviscerado.
Detallado hasta el exceso. Escabrosamente desmedido. Ejemplarmente inmoral.
Un diario de ficción, por supuesto: como todos los diarios.
Bien, pues a mi no me importará
leerlo. Ahí andamos muchos pero de momento, lo primero que me vino a la cabeza,
y escribí en lápiz, claro, sobre la página en cuestión fue esto: ¿Un libro como
Ordesa de Manuel Vilas, por ejemplo?
Ahí lo dejo.
Y voy a terminar con otro fragmento
puesto en boca y voz narrativa de otro personaje, que si bien puede parecer contradictorio
con la voz anterior, quizás no hace más que significar que hay tantas maneras
de entender el oficio como escritores y que quizás ambas sean válidas e incluso
compatibles:
(…) Ya me entiendes, dice. Al menos mis libros no pierden el tiempo preguntándose
sobre su propio sentido, ni me hacen preguntarme sobre su pertinencia. Escribo
y punto. No sé por qué escribo, aparte de para ganarme la vida, y tampoco
pretendo saberlo. Los escritores estamos obsesionados con nuestro trabajo, pero
el lector no tiene la culpa.
Y tiene razón, la verdad, aunque en mi caso, a veces no puedo evitarlo y aunque solo sea por eso, porque dudar es bueno, tampoco voy a pedir disculpas.
Y tiene razón, la verdad, aunque en mi caso, a veces no puedo evitarlo y aunque solo sea por eso, porque dudar es bueno, tampoco voy a pedir disculpas.
En definitiva, y para terminar, El animal más triste, es un buen libro
para los que nos sentimos “literaturadictos”, pone en funcionamiento la
reflexión, más que la ficción y digamos que vale la pena leerlo teniendo esto
en cuenta.
Y ¿por qué el más triste? Porque
como se dice en la primera parte, a
vueltas con el guión de un corto de cine que los protagonistas habían
perpetrado en sus años universitarios: Lo
sacamos de aquel proverbio latino tan manoseado, dice Marta: Post coitum omne
animal triste est. «Todo animal está triste tras el coito», traduce Paula
aplicadamente. Algo así, apruebo sin disimular mi repentina, confortable
tristeza.
Y pasa igual con la literatura, que
al inmenso placer de quien termina de escribir un libro, a veces también de
leerlo, sobreviene una sensación de tristeza, o más bien de insatisfacción, de
la convicción de haberlo podido gozar aún más, de repetir y repetir hasta la
flaccidez. Pero como dije al principio, en este libro, al contrario de lo que
pueda parecer, hay más palabras que piel.
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