Necesito una isla
grande
Rafael Soler
Valencia, 1ª edición, diciembre de 2019
Ediciones Contrabando
ISBN: 978-84-121010-8-9
Ayer martes 31 de marzo de este año con virus, iba a
tener el honor y la responsabilidad, como ya tuve con su anterior novela, “El
último gin-tonic”, de presentar en la Librería Alibri de Barcelona esta última
de Rafael Soler, “Necesito una isla grande”. Confinados como estamos, una
obligación la de ahora nada ajena a lectores y escritores aunque debido a
otro virus, el de la literatura; estos días he ido compensando la cruda
realidad con algún vídeo en FB leyendo fragmentos de la novela. Y hoy subo una
lectura, mis notas más que una reseña, con las ideas de lo que podría haber
sido mi presentación.
EL CONTENIDO, O LOS
CALADEROS DE RAFAEL SOLER
El propio autor ha dicho en alguna entrevista que esta
novela gira en torno a tres ejes que son: el amor a la vida, la dignidad del
perdedor y, mira por dónde, la capacidad de resistencia. Así que voy a
centrarme en estos tres ejes y si cabe, ya añadiré algún otro matiz derivado.
Necesito una isla
grande nos cuenta una huida hacia delante, pero no una huida en falso, sino una
huida que es un viaje hacia una vida mejor mientras les quede tiempo a los
viajeros. La llevan a cabo, aunque parezca contradictorio, un grupo de ancianos
que escapan de una residencia para la tercera edad. Huyen de la decrepitud de
esos centros con menú y olor de hospital acondicionados para morir, y van en
busca del placer de la vida, del cumplimiento de sueños pendientes, de una
muerte más digna e incluso gloriosa, de un loft
espacioso para vivir, de una isla para sentirse a salvo, cuanto más grande,
mejor, más libertad si cabe. La excusa para el viaje es que a algunos les ha
tocado un buen pellizco en la lotería y como uno de los agraciados, el Pulga,
vaya por Dios, acaba de morir, el resto monta la expedición casi como un
homenaje también.
Los protagonistas principales son Panocha, alias de Liberto
Gómez, que actúa con hechuras de jefe, el Coronel, un bebedor tenaz que será
quien conduzca la furgoneta robada, Tomás, que tiene una enfermedad terminal, mucho
que ganar y nada que perder, su hijo Julián, escaldado en pleno proceso de
separación y de conflicto profesional, Rocky, ex boxeador necesitado de cariño
y Carmina, una ex profesora con alma de escritora frustrada aunque qué narices,
Carmina escribe igual o mejor que el propio Soler.
¿Existe mayor canto a la vida que el de estos
personajes, algunos octogenarios, que quieren apurarla hasta sus últimas
consecuencias? En ese sentido la novela también es un elogio a la amistad de
verdad y un alegato a favor de la tercera edad a la que no se la valora como
merece. Tan vitalista es la intención y el mensaje de Rafael Soler, que como
ya vimos en la anterior novela, hace hablar a los muertos, o los hace sentir al
menos, puesto que el narrador omnisciente se mete dentro de ellos para darles
voz desde el más allá. Y es que los muertos, en verdad, a veces dicen más de
nosotros que nosotros mismos, con nuestras reacciones frente a la ausencia.
(…) Lo segundo
que hizo Pulga al morirse del todo fue arrepentirse, justo es reconocerlo.
(…) En los primeros minutos que
transcurrieron desde su muerte definitiva, Pulga tomó entre doce y quince
decisiones que afectaban a su vida cotidiana y a la otra, (…)
El tratamiento del fracaso dignificando al perdedor es
aún más palpable. Cierto es que el fracaso es una vis literaria universal pero
el tono puede ser lacrimógeno, tragicómico o como es el caso, nuclear,
definitorio y definitivo para ser personaje, con una narrativa a cuestas como
aval. Comparto este enfoque y no son palabras huecas, tengo pruebas. En la
entradilla de un bloque de relatos de uno de mis libros yo decía que sin
perdedores no existe el éxito. Y en nuestros tiempos actuales, nuevos gurús de
los recursos humanos o no, abogan por preguntar a candidatos a un puesto de
trabajo, cuántos fracasos han tenido y no cuántos éxitos, como la medida real
del que ha hecho algo en la vida, o al menos lo ha intentado…
Todos los personajes de “Necesito una isla grande”, sin
excepción, tienen un buen expediente de derrotas. Podría poner un sin fin de
ejemplos pero pongamos, como botón de muestra solo algunos muy significativos:
(…) Campeón
regional de boxeo en un tiempo remoto, Rocky tenía más horas de gimnasio que
todos los campeones juntos. De aquella época intensa y aciaga en que contaba
sus combates por derrotas sin que decayera un ápice su ánimo, conservaba Rocky
un caminar bamboleante, a un lado, al otro, como si avanzase a duras penas por
la cubierta de un buque arribando a puerto.
(…) Porque si
algo tenía Carmina a estas alturas de su vida, además de un paño de tristeza en
sus ojos azules, y una almohada repleta de suspiros, eran historias que
aparecían de repente y ella recogía cuidadosa.
(…) De tumbo en
tumbo, Panocha había sido taxista, pinche de cocina con poca mano para el
guiso, guarda forestal, linotipista, almacenero, y de todos sus oficios hablaba
con orgullo, pues en todos aprendió que no hay que andarse con remilgos, y que
la vida ofrece al osado aquello que no busca, bendita sea, y al triste una
ración de empanadillas frente al televisor, y es que la vida, en el decir de
Panocha, había que vivirla a la manera de los cuerdos de atar, siempre cerca
del fracaso, que es una forma honorable de aprender, y de tomar impulso,
(…)
Y finalmente, la capacidad de resistencia, es el eje más
evidente de los tres. Porque, ¿qué son sino resistentes estos personajes? ¿cómo
se entiende la lucha por los sueños si no es perseverando, como ellos?
(…) —El presente
que no falte joven –asintió Panocha dándose un respiro-. No tenemos otra cosa.
(…) Para perder siempre hay tiempo –les obsequió
el comisario con una verdad escrita a sangre en sus informes. Una verdad
carísima, si por fin la entiendes.
En fin, no insistiré al respecto.
En cuanto a los caladeros, ese sustantivo al que acude
Rafael Soler cuando se refiere a su universo temático o narrativo, los
encontramos también en la intertextualidad de sus obras, no solo en las
novelas, sino además en su poesía y entrambas, por supuesto.
Lo he dicho en otras ocasiones y sus lectores
habituales también lo saben, que Rafael Soler es un gran poeta que escribe
buenas novelas. Yo ya no sabría decir en cuál de los dos géneros es mejor pero
tampoco sé si es necesario decirlo. Porque lo que es evidente es que se trata
de un autor que borra las fronteras de los géneros, que es narrativo en los
poemas, y lírico en su prosa. A nadie como a él he leído, que difumine hasta
tal punto las fronteras y al servicio, sencillamente, de la buena literatura.
Así, en algún momento de la novela dice:
(…) Y aquí Tomás
no admitía titubeos, pues bastante duro es que nos nazcan sin permiso y a la
buena de dios, con perdón del Todopoderoso Ausente, (…)
Ese “nacerte sin permiso” es la manera en que define lo
que hay detrás de su poemario “Ácido almíbar” y que explica así en el prólogo
de la antología poética a cargo de Lucía Comba, “Leer después de quemar”
(2019):
(…) Ácido almíbar
(2014), (…) incompleta reflexión sobre la falta de respeto que supone que sin
permiso nos nazcan, para ser luego sin permiso tramitados; (…)
Y más adelante:
(…) un segundo
terminal para la vida que te falta, Rocky, la vida que tienes entera por vivir
(…)
(…) Y entonces te inventas un viaje hasta la
costa, con amigos, con pasta, para no jugar en el casino, porque lo único
importante, lo que de verdad importa a estas alturas es el tiempo que te queda.(…)
o ya casi al final:
(…) Era tarde, y
la pareja de siempre se abrazaba de nuevo cuando Pablo leyó la última página, que
contenía un relato muy corto, un relato que era solo un título y una manera
distinta de disfrutar la vida: EL TIEMPO QUE NO QUEDA (…)
Esta idea recurrente del tiempo por vivir, esa
reflexión que nos crece a lo largo de la vida a medida que nos hacemos mayores,
la encontramos también en su poesía, como en este poema, entre otros, “Desde tu
corazón de ayer” perteneciente al poemario “Maneras de volver” (2009) donde
dice:
(…) sin caer en
la cuenta de tus cuentas
y el futuro más
cerca del pasado
cuando entiendas
que la vida que te falta
es entera la vida
que me has dado.
Y luego están esos otros caladeros casi secretos que
percuten toda la obra del autor. El lenguaje cinematográfico, un accidente con
muerte traumática, Elvira… esa amante
transitiva que está también en las vidas de dos personajes de “Necesito una
isla grande” y que tiene todo un capítulo de poemas, el “Cuaderno de Elvira”,
primera parte del poemario “No eres nadie hasta que te disparan” (2016)…
TRES PARA NINGUNO
(…) 2. Elvira era
de los dos, por turnos. Como la bici que tenían de prestado. Turno de mañana,
turno de tarde, la bici. Turno de ida, turno e vuelta, Elvira. Turnos cortos,
eso sí, porque aún no se habían declarado, ninguno, y Elvira estaba en la
inopia de os arrebatos que provocaba en ellos su melena rubia, su caída de
ojos, y la falda, que dejaba ver unas piernas con vello de melocotón que
embobaba al más pintado.
Estos caladeros evocadores de un universo narrativo que
se reparten entre este Pulga de ahora, que bien podría ser el Ignacio
Santisteban Peláez, alias Cara gato en “El último gin-tonic”, ese Panocha que
se parece al Lucas de entonces, ese Rocky que nos recuerda al “Artillero”, esa
Carmina parecida a Lola, con un saber escribir muy a lo Diego Wiekman, o esa
Elvira que nos recuerda a pesar de la fatalidad de esta, a la victoriosa María
también del Gin-Tonic, o este Baltasar (padre de Carmina), a aquél Pedraza,
ambos secundarios con frase en una película… Y hay más, y todos tienen su poema
o su verso repartidos en los libros de Soler pero, hasta aquí ya he pasado
seguramente de largo mi cupo de arriesgadas conjeturas. Para un directo en una
presentación y con el autor al lado, vale, pero para lanzar esto a las nubes,
es suficiente.
LA FORMA DE ESTA
ISLA
En cuanto a lo puramente estructural, Rafael Soler no
suele utilizar esqueletos convencionales, al menos, en las novelas que yo he
leído, la forma siempre está al servicio de la historia. Lo segundo, condiciona
a lo primero y, en cualquier caso, son estructuras, también originales, también
fuera de cánones. Entre su primera novela, una obra maestra como “El grito”
(1979),
Novela o qué; escrita en cinco capítulos y
ocho referencias debidamente numeradas, de fácil manejo y probada utilidad para
el lector,
como el mismo autor escribió en una entradilla, y que para
mí además, era un verso de ciento cincuenta páginas; y “Necesito una isla
grande”; encuentro cierta similitud estructural.
La forma en que nos presenta la novela es en veintiocho, llámalo capítulos,
partes o fragmentos, como podrían ser doce o veinte, de estructura y extensión
irregulares. Algunos de ellos a su vez, como ocurría con “El grito”, ocho
concretamente en este caso, contienen trufados otros textos “satélite” que
también son muy útiles para el lector pues ponen una lente de aumento en el
alma de algunos de sus personajes. A medida que avanza la novela esos textos
satélite son más extensos, más elaborados y líricos. Y mi intuición de lector
me lleva a imaginar que los va escribiendo Carmina en la Olivetti que se lleva
durante el viaje, por eso, algo más arriba dejo caer la ironía de que Carmina
escribe mejor que el propio Rafael Soler.
Otro de los valores de la novela son los diálogos, por
su forma por supuesto, transparentes de tal realismo y nulo artificio
innecesario, y por la gran cantidad. Algo que ya ocurría en “El último
gin-tonic”, y no tanto en las anteriores novelas donde los diálogos son sobre
todo, internos.
En este caso además, suelen añadir un punto de humor
oxigenado que convierten la lectura en un divertimento además de un placer
estético. Por ejemplo:
(…)
—Si se inscriben
con pensión completa les regalo estas cajas de tortas de la tierra –le escuchó
decir-. Y un mapa ecoturístico de la zona.
—¿Y con media
pensión? –veló Panocha por los intereses generales de su gente.
—Con media pensión
les pongo seis mermeladas en el desayuno.
—¿Podemos ver el
menú? –intervino Rocky, que mejoraba mucho su retardo cuando alguien hablaba de
comida. Le gustaba la mermelada de albaricoque, y más si la servían de seis en
seis.
—El restaurante
está a su disposición. Así que cuando gusten.
—Eso queremos -y aquí Rocky se mostró algo más confuso,
aunque seguían en los mismo.
—¿Perdón?
—Que nos guste el
restaurante, me refiero yo –intentó Rocky resumir sus intenciones.
—No servirán
ustedes mortadela –puntualizó Coronel antes de que firmara Panocha la tarjeta.
—Jamás.
—¿Y
espárragos?
—De
los finitos –aclaró Carmina.
—Espárragos
de los muy finitos.
—A
veces, en la ensalada –reconoció a regañadientes el gafitas-. Pero los de
ración son bien gordos.
—¿Gordos
gordos, o gordos regular?
—Tremendos.
—Pues
media pensión para los siete.
¿CONCLUSIONES?
Seguramente iban a ser otras distintas de las que
siguen, seguramente las de manual ya no sean necesarias y estén dichas. Probablemente hubiera añadido que no hubo un último
gin-tonic no, que esta isla es otro trago largo que cierra este par de novelas
magníficas, este caladero único donde las redes de una pluma o caña prodigiosa,
han pescado personajes y situaciones inolvidables. Dos novelas que son un ciclo
testamentario, el de un autor que va a entrar, que ya está, entre la nómina de
los grandes. Un autor que como bien dice Luis Landero en la contraportada, es uno de los escritores más libres y soberanos
que hay en nuestra lengua, y que lo demuestra con hechos, que son sus
poemas y novelas; añado.
Bien sabemos que la realidad siempre supera a la
ficción, y que cuando eso sucede, la realidad, ese guiño del tiempo, ese y de
repente necesario en toda historia, presenta su candidatura para convertirse en
ficción. La realidad en la que se apoya esta novela, ya la sabemos. Es ese
apego a la vida, esa cabeza bien alta a pesar del currículum de derrotas, es
esa capacidad de resistencia hasta el último suspiro, es la dignificación y el
respeto perdido a la tercera edad en esta sociedad cruel…
Y esta ficción
encuentra una rabiosa realidad cuando un hombre de 89 años, don Rafael también
llamado, abandonó apenas hace una semana la residencia de ancianos donde se
encontraba, al darse cuenta de que sus amigos iban muriendo. No quería quedarse
allí a esperar a su hora sufriendo en soledad y llamó a su hija para que fuera
a buscarlo. No entro a valorar si hizo bien o mal, si había virus o no lo había,
solo constato que bien podría ser uno de nuestros personajes buscando su isla.
Si lo conocen háblenle de esta magnífica novela.
Termino la lectura del borrador de este texto, justo
cuando estaría acabando la presentación, ahora mismo, en la Librería Alibri de
Barcelona. Y vendrían las preguntas del público y los aplausos, y las firmas y
las fotos y la cena y la copa con la amistad y el aprendizaje; con la satisfacción
de haber creado otro grato recuerdo literario. Como el que también tuvimos a
finales de febrero en Madrid, la última vez que nos vimos.
Pero estamos confinados e infectados del virus de la
literatura sin vacuna posible, aquí sudando palabra a palabra con décimas de
fiebre expresiva y tos seca entre línea y línea, cuando suena mi teléfono.
Es Rafael Soler que me llama para excusar su ausencia
en Barcelona y disculpando la mía y, hecha la ironía, nos prometemos que no
será por nosotros que no celebremos esta presentación llegados a otra isla.
Y no se me ocurre mejor manera de cerrar que con esta
voluntad de enmienda. Eso será cuando quiera dios, el juanramoniano Todopoderoso
Ausente de Soler; y cuando le quitemos al virus su corona.
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