Dialogando en el Café Salambó

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viernes, 15 de abril de 2022

Reseña de la novela "Una historia ridícula", de Luis Landero


Una historia ridícula

Luis Landero

Barcelona, 1ª edición de febrero de 2022

Colección Andanzas nº 1007

Tusquets Editores S.A.

ISBN: 978-84-1107-069-0


Prácticamente todos los personajes de Landero son quijotescos, en el mejor sentido de la palabra, si es que dentro del territorio de la literaturadicción hubiera otro sentido posible. Otra cosa es fuera del contexto, en el uso interesado, malicioso y desleído de la palabra. A todos ellos los mueve el ejercicio apasionado del afán, llegar a ser aquello que no son, a sabiendas o no de que la quimera no tiene visos de convertirse en verdad y por lo tanto, seguirán siendo personajes soñadores, afanosos y alejados de lo que anhelan ser. 

Pero Marcial Pérez Armel, a decir de don Luis Landero autor único de este monólogo, es el último de esa galería de personajes landerianos, el culmen literario del antihéroe en su obra. De esta manera y desde la primera página, Marcial muestra boca arriba las cartas sobre la mesa, en primera persona, anunciando su testimonio en un formato casi doctrinal, una profunda y delirante exposición de su manera de entender la existencia y las relaciones humanas, que junto a unos hechos de lo más cotidianos, lo conducen a un final apoteósico.

 

No creo pecar de orgullo, como demostraré a lo largo de mi exposición, si comienzo diciendo que soy un hombre con ciertas cualidades. Quizá no resulte especialmente apuesto y llamativo, pero sí educado, discreto, concienzudo, culto y buen conversador. Todos cuantos me conocen saben, o deberían saber, de mi honradez y rectitud. En otros tiempos tuve un buen puesto de trabajo y un piso en propiedad. ¿Mi visión del mundo y de la vida? Trágica y trascendente. ¿Mi historia? De amor, de odio, de venganzas, de burlas y de ofensas. Me llamo Marcial Pérez Armel, resido en Madrid, y tengo en muy alta estima el viejo concepto del honor.

Algún malicioso dirá: “Sí, pero careces de estudios superiores”. A lo que yo respondería que, sobre este asunto de los estudios, habría mucho que hablar.

 

 

            Marcial es matarife, y encargado en una empresa cárnica, pero a su manera también es un sabio autodidacta y el descubrimiento del amor por Pepita, desmesurado y arrollador, lo lleva a hacerse pasar sobre todo por filósofo y escritor. Tal es su enajenación amorosa, que él mismo se cree el embuste, y lo adorna y lo justifica hasta tal punto de que en los momentos precisos del cortejo, realmente se convierte en un digno filósofo ocasional y en un escritor repentinamente vocacional.


Pepita Núñez de Ayala por su parte, es una bella joven, estudiosa del arte, y de familia culta y adinerada. Aunque tiene otros pretendientes de mayor caché que Marcial, como Fidel, violinista, y Víctor, historiador; ella se deja seducir y le sigue el juego a Marcial para solazar su vanidad y, a tenor de los acontecimientos, para regodearse, calladamente, de la ingenuidad de Marcial, al que le deja incluso robarle dos besos en sendas citas iniciales, conseguidas no sin esfuerzo y después de las rocambolescas tribulaciones de Marcial.



Pero el amor entrambos es un amor de concreción y materialización absolutamente imposibles. Lo sabe ella desde el principio, mientras que él no lo descubre hasta el momento final, ya en la boca del lobo de la realidad. 

            Una historia ridícula es ante todo una historia de amor total y sublime contada en primera persona con el formato de una exposición de hechos y sentimientos. Una especie de informe memorístico que Marcial escribe por el encargo terapéutico de su médico. El doctor Gómez, en una de estas, le dice a Marcial:


            ¿Y por qué no lo escribes, o lo grabas de viva voz, lo de tu vida y tu filosofía? Podrías hacer incluso un libro, y más ahora que está tan de moda la narración confesional.



Marcial accede a pesar de relativizar sobre el valor científico de la escritura, a la que le resta la importancia que le otorga la sociedad, total, en un libro sobre la propia vida de uno mismo, todo está ya inventado de antemano, diceSiguen debatiendo sobre la cuestión y mientras el doctor Gómez le sugiere que evite las disquisiciones y la inspiración y se ciña a los hechos, él considera  que importan más los temas que las peripecias, la filosofía más que la acción. Finalmente, aunque ambas posturas se irán entreverando, el discurso de Marcial es ante todo un monólogo transcendental, ostentoso, vital, reflexivo, urdido en torno a pequeños avatares de lo cotidiano y a los crueles trampantojos del loco enamoramiento del que se reconoce víctima inevitable. Un discurso en el que nos argumenta su particular manera de entender el amor, el odio y las relaciones humanas, llenas de hipocresía y de envidia,


            (...) Alguien dirá: “Hay una forma positiva de envidia que es la envidia sana”. Falso. Eso se llama envidia a secas, no envidia sana. La envidia es siempre sucia y perniciosa. Es el pecado más secreto de todos, el que nadie, nunca, se atreve a confesar, y por eso se ha inventado lo de la envidia sana, para así poder confesarlo y quedar al mismo tiempo absuelto.

 

            La vida de Marcial está marcada por los traumas, por el resentimiento y el odio a la especie humana hasta enamorarse de Pepita. De niño, carente del cariño y los besos maternos, también es víctima de la burla y el desprecio de compañeros y profesores, en la comunidad y el barrio, vive su aversión con un tal Ibáñez y la mesonera de su bar habitual, y en el trabajo, alimenta la competitividad con Cordero, un compañero más o menos amigo al principio y vencido rival a la postre. En definitiva, Marcial necesita tener siempre a quien odiar pues considera que el odio es tan legítimo como el amor y que ambos sentimientos, como acabará comprobando, son dos caras de una misma moneda: la vanidad humana. Ya se sabe, del amor al odio y viceversa, solo hay un paso, un paso que a menudo lo marca la historia más ridícula.

            Además de Pepita, Marcial tiene otras dos relaciones amorosas. Natalia, es la más duradera, con quien llega a sincerarse más, la más fácil y plácida y a la que termina por despreciar tras atreverse ella a desaconsejarle su litigio de amor por Pepita. 


            “Tienes una buena vida, no te la compliques. No merece la pena”. “Además”, dijo al ratito, “ese no es tu ambiente, ellos son distintos a ti”. (...)

            “¿Qué sabes tú de mí y de lo que soy capaz o no de hacer?” (...)

            A ver, ¿por qué no merezco yo a Pepita?

 

y así, rompe su relación de todos los sábados, a la misma hora, las 19:00, y en el mismo lugar durante dos horas pagadas. La otra es Merche, la cuidadora de su madre, inculta, dulce y embelesada ante el verbo y la cultura de Marcial, hecha de retales de aquí y de allá. Merche es la mujer abnegada y sumisa que le recomienda su madre para centrar su vida, pero la pobre Merche no superará ni de lejos, cualquier comparación con Pepita.


En esta exposición que ocupa de principio a fin este magnífico libro, como hemos dicho más arriba narrado en primera persona, se añaden algunas otras particularidades a destacar, tres sobre todo. En primer lugar el humor por ejemplo, es un humor que yo diría que es accidental, puesto que nace precisamente de la absurda solemnidad y la falta de voluntad de hacer reír en el discurso del propio Marcial, que es el primero y quizás el único en tomarse en serio a sí mismo. Marcial nos hace reír sin quererlo y sin saber que lo consigue, como le ocurre seguramente con Pepita y los de su clase social. Así pues, yo diría que estamos ante un texto tragicómico de manual, y del fracaso firme y silencioso como leitmotiv. Otra particularidad es la interpelación constante al lector. A mí, y a ustedes, sí, directamente y sin subterfugios. Seguramente un lector que él supone tener desde el presente histórico de su narración. Marcial dialoga con sus lectores con una mirada única, sin contrastes de pareceres con otros narradores, que no los hay, u otros personajes. Los lectores, quizás sean el único contrapunto en el que puede apoyarse y les atribuye o les supone interpretaciones, reacciones, ideas o prejuicios. A veces los llama a la atención; Atención a lo que voy a contar ahora, por ejemplo, o teme que el mismo lector se ría de sus confesiones... y en otras, incluso llega a encararse con él:

 

Muy a mi pesar, aquí me veo obligado una vez más a encararme con el lector, con ese moderno papanatas que al leer mis últimas frases habrá pensado de inmediato: “Bah, una vida monótona, como tantas otras”. A ese lector, y a tantos otros, y ya de paso al doctor Gómez, les diré que el que mi vida fuese en apariencia monótona no quiere decir que fuese vulgar ni mucho menos. 

 

En tercer lugar está el carácter Kafkiano de la lógica interna del relato... Sabemos los lectores habituales del gran Landero que en Kafka el autor tiene uno de sus caladeros literarios, y este libro no es una excepción. A Marcial le cede ese desajuste entre el discurso elevado, con un punto incluso barroco, y lo absurdo y la ridiculez de los hechos que protagoniza o entre los que se enreda por una suerte de azar hostil que lo aproxima al esperpento y la psicopatía. Después de explicar como compartió su primer cuento en el colegio, Marcial dice:

 

El profesor me preguntó si había leído a Kafka. Era la primera vez que oía su nombre. Me prestó “La metamorfosis”, la leí y me gustó, no está mal, aunque no acabo de entender por qué todos en la novela consideran que es una tragedia convertirse en insecto. (...)

 

Y al final, insecto ya él, Marcial volverá a Kafka:

 

Ahora comprendo la tragedia de aquel viajante de comercio de Kafka convertido de repente en insecto. Ay, Pepita, amor mío, hechicera mía, mi dulce pesadilla, mi bendita locura, mi hada dañina, (...)

 

            Después de todos estos mimbres expuestos en cuarenta y seis fragmentos cortos y doscientas sesenta y cuatro páginas, en los siguientes y últimos dos capítulos nos encontramos con la traca final.

Pepita finalmente invita a Marcial a una de las tertulias que tienen lugar en su casa, con gente de su calaña social e intelectual. De repente Marcial duda entre qué le pesa más, si mantener a flote su honor, o el temor acechante de no estar a la altura y perder a Pepita para siempre si es que alguna vez fue suya. 

Se suceden una serie de equívocos, absurdos lances y humillaciones de las que es víctima anunciada Marcial, y de repente, una escena esplendorosa concentra toda la tensión de todo el libro en un par de miradas entre él y Pepita. Los supuestos amantes se miran, en la primera ocasión ella baja sus ojos y en esa última mirada larga y sostenida, ella descubierta en su farsa y él, derrotado definitivamente en su último intento de conquista; se concentra toda la profundidad de la tragedia amorosa... 

 

(...) una mirada larga y sostenida, y otra vez nos reconocimos entre la multitud, pero ahora no por obra del amor, como yo creí cuando nos conocimos, sino de una repentina y sincera aversión. Aquel fue nuestro único y verdadero flechazo sentimental. El idilio que el destino nos tenía preparado.

 

Y llega el discurso final de Marcial, con título, “Asalto a la casa de la mujer amada”, un discurso concluyente y magistral, doctrinal, encendido, ácido, inteligente, provocador, poético y doliente hasta echarse a llorar.

Lo que sucede después, ya es anécdota.

            

Para terminar, querría hacer un elogio que no acostumbro a hacer, quizás porque no siempre me parece tan evidente y en este caso aplaudo a la editorial Tusquets por la maravillosa cubierta. El pavo real, con la cola plegada, deprimida quizás, está encaramado encima del respaldo de una silla vacía. La silla y el pavo real están orientados hacia una misma dirección, como si un público ficticio esperase su elocución al otro lado, pero en la silla no hay nadie y el pavo real no muestra, o ya lo hizo antes de la escena, su maravillosa sinfonía de colores y simetrías. La simbología y la metáfora son perfectas y captan el alma de esta extraordinaria ¿novela?, de esta extraordinaria confesión del último personaje de Landero.



Gracias, Luis, por sorprendernos de nuevo desde la solvente maestría de tu narrativa tan personal y humana, amable y acogedora que nos invita a hacer de la ficción un espejo frente al que reflexionar.


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