Lengua de orangután
Iván Humanes
Barcelona, 1ª edición de marzo de 2015
Editorial Base
ISBN: 978-84-15706-42-7
Esta es una reseña escrita a cuatro manos.
La inteligencia del azar ha querido que Àngels Campos y yo leyéramos Lengua de orangután al mismo tiempo, que
su autor, por diferentes caminos estuviera relacionado con ambos y finalmente,
que las características de este libro poliédrico, surrealista y provocador
necesitara, ¿por qué no? de dos lectores empedernidos para comentarlo. Como el
protagonista es un simio, un orangután concretamente, nosotros hemos jugado a
ser Jane y Tarzán, llevando de la mano a la traviesa mona Chita.
Lo que sigue aquí es fruto de un consenso inaudito
para celebrar el experimento.
Si estamos de acuerdo en que es un síntoma
de inteligencia reírse de uno mismo, el silogismo está servido: Iván Humanes es
crítico y escritor, IH se ríe de los críticos y de los escritores, luego IH es
inteligente.
Lo es desmitificar la literatura desde la
condición de escritor y lo es hacerlo con la crítica desde la condición de
crítico. Al final, todo va a parar al mismo núcleo pues todo escritor lleva en
su alma una predisposición a la crítica, aunque no siempre a la autocrítica, de
la misma manera que todo español aficionado al fútbol lleva un entrenador
dentro aunque el último balón que chutara fuese en el patio de su colegio.
Lengua de orangután es un libro desafiante y gamberro, de
libertad desbocada, un ejercicio de reordenación del concepto literario desde
la propia ilusión intelectual de la literatura, desmitificación desde el propio
mito. Y todo ello, muy al gusto del admirado y también citado Enrique
Vila-Matas, apoyándose en numerosas referencias que tanto pueden corresponder al
“canon oficial”, como los escritores Kafka, Philip Roth, Flaubert, Julio
Cortázar, André Breton, Virginia Woolf o James Joyce, como romper con lo convencional
y establecer un “canon paralelo” que da mayor sentido a este libro irreverente
y simiesco. Son los Robert Walser, Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowsky,
Eduardo Chicharro, Marcel Duchamp, Alfred Jarry, Leopoldo Marechal, Ezra Pound,
Juan Eduardo Cirlot o Boris Vian.
Y añade a cineastas como David Cronenberg,
Stanley Kubrick, David Lynch o Luis Buñuel. A músicos como Vivaldi, a pintores
como Dalí, a filósofos como Wittgestein o a editores como Planeta, Herralde, o como
a un editor zaragozano, que IH sabrá…
Y monstruos más raros aún como el precursor
del dadaísmo, Arthur Cravan, cuando IH alude, en boca del protagonista, a la acción
como alternativa a la literatura sobrevalorada: “O en vez de crítico puedo
hacerme poeta, un poeta violento como Arthur Cravan, no estaría mal escribir
cosas tan pasmosas como loco por boxear
le sonreía a la hierba” (pp.106-107). Un Arthur Cravan de cuya performance como boxeador en la plaza de
toros Monumental de Barcelona, se cumplirán cien años la próxima diada de Sant
Jordi. ¡Exigimos conmemoración! Un Arthur Cravan que hizo de su vida, su propia
obra, un ejemplo de víctima de un mal, acuñado por Vila-Matas, como el mal de
Montano.
Tampoco hubiera sobrado incorporar a un tal
Cervantes y a su Alonso Quijano, que un buen día, y cito literalmente a IH “(…)
ya se sabe lo que les ocurre a las mentes socavadas por la literatura: que acaban
quemándose en el fuego del delirio”, en lugar de levantarse convertido en un
escarabajo, lo hizo convertido en un caballero errante tan esperpéntico como el
orangután de prodigiosa inteligencia protagonista de esta obra. Como también
hubieran podido sumarse a la fiesta el poliédrico Antonio Beneyto, otro
patafísico viviente, o a Jaime D. Parra, profesor de lengua castellana y
literatura y uno de los mortales que más sabe sobre la compleja obra de Juan
Eduardo Cirlot. Pero, ¿quiénes somos Tarzán y Jane para hacer sugerencias?
En un buen libro la historia que se cuenta puede
resultar, como es el caso, una mera excusa. Porque lo que prevalece
verdaderamente es la manera en que está contada. Sin embargo, vamos a resumir
lo que ocurre a lo largo de sus dieciséis capítulos en ciento ocho páginas,
para acabar de ligar la salsa.
Helmut Otto es un pongo pygmaeus wurmbii u orangután de Borneo, fruto de un malogrado
experimento de los servicios de “inteligencia” franquista, muy reconocido como
crítico literario, que va a ser distinguido como miembro de la Real Academia y
está preparando su discurso de investidura.
Mongoy -evidente parónimo del Tongoy de Vila-Matas en El mal de Montano -, es el presidente de
la Unión de escritores, paradójico nombre para tal colectivo. Mongoy es humano,
mal escritor, envidioso y corrupto. La Unión, con Mongoy al frente, traman la
“Operación Kong” consistente en secuestrar a Otto y suplantar su personalidad
para impedir que se convierta en académico. Así, Mongoy y sus secuaces van a
visitarlo con la excusa de firmar la paz y aceptar que las críticas de Otto
hacia sus obras son acertadas. Pero entonces lo duermen con cerbatanas
envenenadas, lo depilan y lo llevan a un cementerio de coches mientras Mongoy
se disfraza de orangután.
A partir de ahí, se suceden una serie de
situaciones delirantes como el discurso fascistoide de Mongoy, las
elucubraciones de Otto antes de la huida y su conversación con Emma, la responsable
de la protectora de animales a quien Otto imagina como la Emma Bovary de Flaubert,
la intervención del CESID, a quienes Mongoy confunde con el CESIC, en una
disparatada conversación entre él mismo y “pies profundos”, nombre improvisado
sobre la marcha para referirse a la voz que desde un micrófono instalado en el
disfraz de orangután va dando indicaciones al suplantador. En dicha
conversación, que por absurda, recuerda a algunos diálogos teatrales de Miguel
Mihura, en el séptimo capítulo, uno de los momentos más hilarantes del libro,
los del CESID/CESIC afirman tener controlada la situación y la huida de Otto
del desguace, y sobre todo colaborar en la defenestración del crítico.
Durante el discurso, Mongoy, que a los ojos
del público, es Otto, lanza una soflama ácida, insultante y carente de criterio
intelectual contra los escritores. Los ánimos se calientan, llega Otto al
edificio de la celebración, atestado de seguridad, les dan captura a él y a
Emma que lo ha seguido, pero logran escapar. Finalmente, Otto decide que lo
mejor para él, enamorado de Emma es huir definitivamente con ella a Borneo. Y
abandonar la crítica y la literatura, al fin y al cabo, artes sobrevaloradas. Decide
dedicarse al “boxeo en Borneo”, a “traficar con tulipanes”, “o tomaré el
ejemplo de Boris Vian” dice, “y me pondré como meta el ultraje de las buenas
costumbres. Escribiré. Escribiré teatro. Crítica de jazz como Vian, y letras de
canciones. Teatro, jazz y poesía. Saltaré a la comba. Lo demás es un exceso,
novelas que no dicen nada, intentos por recuperar algo que se deshace entre los
dedos.” (pp. 106-107)
Pero antes de esta definitiva y voluntaria
deserción de la crítica, en el antepenúltimo capítulo tiene lugar una
conversación clave, en la que a través de la metempsicosis, Otto explica a
Mongoy, que se disculpa y se defiende aturdido, cómo alcanzar la dignidad
literaria y le regala sus teorías. Lo convence de que la literatura no es “una
patata caliente” como piensa el escritor, sino una “verdad enmascarada” (p.98)
y de que “(…) la literatura tiene que ser vista como un artificio para
disolverse, para derretir la identidad; porque “(…) el objetivo de la escritura
no es la exposición pública, sino la tendencia a la desaparición. Desaparecer entrelíneas.”
(p. 99)
El último capítulo, el dieciséis, es
íntegramente una cita de El otoño en
Pekín de Boris Vian, y está ahí sin duda para ilustrar y cerrar la idea de
la deserción del capítulo anterior.
Algunas referencias más o menos ocultas, y
al mismo tiempo, elocuentes, son las que relacionan a Otto con Copito de nieve,
el gorila albino que el general Franco regaló al zoo de Barcelona.
O a Fernando Arrabal cuando los miembros de
la Unión de escritores, espoleados por el discurso de su mentor, gritan: ¡El
nuevo visceralismo va a llegar!, en clara alusión al momento más absurdo y más
publicitado del genial Arrabal, cuando en 1989 en un programa de televisión
conducido por Fernando Sánchez Dragó, quien apuntaba maneras y se quedó en
aprendiz de Mongoy; dijera ebrio aquello de “El milenarismo va a llegar! Un
Fernando Arrabal que también es citado en la página 80. Un autor cuya sombra
misteriosa y potente sostiene el espíritu simiesco del libro y de su autor.
A los tiempos en los que ser escritor era
peligroso, como cuando el propio Arrabal escribió su Carta al general Franco, con el dictador aún vivo, y era
perseguido, considerado peligroso y había que, “saber correr más que escribir
para salvar el pellejo”; IH ironiza la parodia de la mediocridad, del parnaso
de las subvenciones de los escritores de cámara, la patrulla de salvación de la
casta literaria, en más que probable alusión a unos de los blogs literarios actuales
más reconocidos y de un anonimato sospechoso, o al virus de las redes, como
ventana también al servicio del sistema de mercadotecnia editorial.
Hay también un elogio a “El último ismo
español: el postismo. Todo lo que ha seguido ha sido un juego de niños” (p.63)
Cataloga de grande al poeta y pintor Eduardo Chicharro y podría haber añadido a
la gran desconocida, descatalogada y no menos grande, Gloria Fuertes.
En el fondo de la obra lo que subyace es la
negación de la trascendencia de la literatura, la convicción de que el éxito es
circunstancial, el concepto del éxito visto como la disolución del escritor en
sus propias palabras, la desintegración de la identidad y la vanidad. En
definitiva, otra manera de interpretar el mal de Montano.
La singularidad del planteamiento
metaliterario de esta novela reside precisamente en que la reflexión sobre la
literatura y la crítica literaria se presentan al lector revestidas de un
discurso disparatado e hilarante, detonador de la trascendencia que IH maneja
con brillante destreza.
No sabemos hasta qué punto habremos
acertado en la descodificación del mensaje, hasta qué punto IH estará de
acuerdo con este revoltijo de palabras, pero de lo que sí estamos seguros es de
que Lengua de orangután es una
extraordinaria oportunidad para tomarse el asunto literario de otra manera.
Pals-Pallejà, agosto de 2015
Àngels Campos Martínez
Profesora de lengua castellana y literatura
Jorge Gamero
Escritor
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