No voy a entrar en cuestiones políticas y en la protesta fácil
sobre el cierre del Café Comercial de Madrid, y menos hoy, el mismo día en el
que la valiente Carmena ha sido capaz de frenar más de dos mil desahucios.
Seguramente en este caso es más bien una cuestión privada de la familia de
propietarios, que tras al menos siete generaciones ha mantenido con vida este
lugar emblemático de la cultura de la ciudad. Y puedo asegurar que de ello
estaban orgullosos algunos de los dueños con los que pude hablar en alguna
ocasión.
Hoy solo quiero lamentar el cierre y
evocar el recuerdo, quizás el último reducto de justicia que nos queda frente a
la inexorable barbarie del tiempo. Durante los cuatro años y medio que viví
en Madrid, el Café Comercial fue para mí un refugio y una parada obligada. Allí
terminé de leer más de un libro, y de emborronar alguna Moleskine. Allí asistí
a numerosas lecturas y presentaciones. Sentado en sus mesas degusté las
fenomenales porras con chocolate, departí con amigos e imaginé un tiempo mejor
en el que la literatura era imprescindible para respirar. De allí salió la
amistad con los incondicionales de la editorial Vitrubio, que ocupaba un espacio
importante en la planta de arriba, y la de los excelentes escritores Paco
Moral, Ana Ares, Rafael Soler, Raúl Nieto de la Torre o Antonio Ferrer. Me dejo
alguno, seguro. Allí yo fui un catalán bien acogido, a la madrileña, con cañas
y campechanía de por medio. Allí soñé con un premio nacional que pudo ser y que
ya jamás será.
En el Café Comercial viví uno de los
días más grandes de mi humildísima carrera literaria, 7 de noviembre de 2013,
cuando el inmenso escritor, mi admirado amigo y maestro Luis Landero presentó
mi último libro Las tres caras de la
moneda. Fue en la planta de arriba, para los incondicionales y nostálgicos,
y en honor a la historia, en el rincón de don Antonio (Machado). Y fueron
testigos mis muchos amigos de las editoriales Santillana, Alfaguara, Gramática
Parda y tantos otros a los que tanto cariño debo agradecer.
Imposible olvidarlo. Imposible ya volver.
Es cierto lo que dice Marcos Ordóñez hoy
en El País, que hay otros muchos rincones literarios en Madrid, una de las
razones por las que un letraherido como yo mantiene un íntimo e invisible
cordón umbilical con la ciudad. Pero no es menos cierto que el Comercial ya no,
que el Café Comercial cierra su honrada y eterna puerta giratoria. Y como
cuando se te muere alguien querido, hay que llorarlo y recordar lo grande que
era. Descanse en la paz imborrable del
recuerdo, este santuario de la literatura.
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