La vida
negociable
Luis Landero
Barcelona, 1ª edición de febrero de 2017
Colección Andanzas nº 900
Tusquets Editores S.A.
ISBN: 978-84-9066-371-4
Después de El balcón en invierno hace un par de años, un ajuste de cuentas
consigo mismo en el que se alejó de la ficción para exorcizar algún fantasma,
una autobiografía parcial de lo fundamental en su vida, la relación con sus
progenitores, acaso como le ocurre a la mayoría de los seres humanos, y en un
momento en el que Luis Landero declaró estar algo saturado de novelas; ahora
vuelve a las andadas con La vida
negociable. Había dejado la puerta abierta, porque sabe que el goce de la
ficción lo debe a aquellos cuentos de la abuela Francisca y a los avatares vitales
del su primo Paco. Y las andadas en esta novela en la que la relación del
protagonista con sus padres vuelve a ser el quid
de la cuestión, no es otra cosa que ese estilo tan propio de Landero, socarrón
y visceral, irónico y lírico, burlón y cruel, con esa forma de poner a los
personajes en la misma línea del abismo de la vida, ora gozosa, ora trágica,
siempre azarosa, esa narrativa tan cervantina de Landero en definitiva. Esa
forma de contar tan cálida, tan cercana y sencilla que te acompaña en las
historias de una forma mullida y amable haciéndote sentir como en casa.
La vida
negociable es una tragicomedia y una novela picaresca escrita en primera persona y
estructurada en dos partes de trece capítulos cada una.
El protagonista abre la narración de su vida
captando así la atención de sus clientes lectores: Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas,
apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a
contarles. Cuando yo era adolescente, (…) Más adelante y sobre todo al
final de la novela sabremos que Landero, a través de su personaje nos ha
convertido en pelucandos, palabra que
de entrada nos desconcierta y nos encanta,
una forma latinizada de substantivo derivado de un gerundio que vendría a
significar algo así como “el que va a ser peluqueado”, o sea, a quien se le va a cortar el pelo. Y
rápidamente nos dejamos llevar por la agradable sensación del masaje de las
yemas de los dedos lavando el cabello, con jabón y agua calentita, del peine
acariciando y el cric-cric de las
tijeras, del corte de la navaja en la patilla y el cogote atusado, de la
fragancia del agua de colonia para fijar finalmente el peinado.
Yo, que ya soy calvo, lo recuerdo con
nostalgia.
Hugo Bayo es un pícaro a la fuerza, alguien
que en plena adolescencia descubre que su madre tiene un amante, ella misma le
pide que le guarde un secreto: que está enferma y que va a visitar a un doctor
con frecuencia. Pero Leo, una chica vecina de la comunidad donde supuestamente
va la madre de Hugo a curarse, lo saca del engaño y le descubre la verdad.
También tiene un padre que, tras su discurso de impecable y bíblica corrección,
(…) recuerda que Dios todo lo ve
(…) esconde a un estafador y a un
estraperlista, como una inmensa contradicción que justifica por amor, (…) Que sepas que todo lo hice por amor a tu
madre y, cuando tú llegaste al mundo, también por amor a ti. Y si por amor he
de ir al infierno, si ese es el precio… (…) Mira, Huguito, en la vida todo es negociable, y también con Dios, digo
yo, se podrá negociar.
Pronto, el sentimiento de culpa ante el que
lo aboca su madre si desvela el secreto, (…) recuerda una cosa. Si tu padre se entera de lo que voy a contarte, tú
serás el culpable de lo que pueda ocurrir. Júramelo otra vez. (…) él lo convertirá
en una coartada para chantajearla cuando descubre la mentira; y la decepción de
descubrir en su padre a un cornudo ignorante y mangante de medio pelo lo lleva
al odio, (…) Yo entonces lo miré a la
cara no sé de qué forma, supongo que con todo el desprecio que me merecía su
mediocridad, sus negocios turbios y apocados, (…) No, respondí. Por nada del mundo quiero ser como tú. (…) lo llevará
a pretender extorsiones, estafas o robos de mayor envergadura, y no a seguir
con los tejemanejes de barrio que su padre le quiere dejar en herencia.
Pero también hay un atisbo de mezquindad
innata en el desprecio y el maltrato a su amigo Marco, un adolescente sumiso y probablemente
homosexual, del que Hugo al principio se aprovecha y se deja llevar para
experimentar el placer pero al que al final rechaza y maltrata hasta casi
dejarlo medio muerto a pedradas.
Ya tenemos al personaje Hugo Bayo frente a
todo un abismo vital, el tópico universal de la pérdida de la inocencia frente
a la cruda realidad. Y a un personaje frente a ese universo landeriano de
individuos que se caen y se levantan mil veces en una desenfrenada e inagotable
voluntad por llegar a ser mejores y más felices. No rendirse jamás. El afán,
ese tema constante en sus novelas. Conocerá el vértigo del robo y de la
necesidad de huir. Y en ese ir y venir, nos encontramos constantemente con esos
clásicos conectores tan propios de la literatura oral, como Y de repente, una tarde sin embargo, hasta
que al fin, cuando un día, y así fue como…, que nos mantienen literalmente
atados a la narración.
Desde el Gregorio Olías de Juegos de la edad tardía, Landero
siempre nos ha regalado este tipo de personajes que rodeados y expuestos al
mal, acaban conviviendo y trapicheando con el para ser otra cosa distinta de lo
que son. Ahí está la comedia, en todos los avatares del camino para llegar al
fin a la tragedia, la de no conseguir ser ese proyecto que habían soñado de si
mismos.
Y Hugo conocerá el amor, el sexo y los celos con
Leo, su compañera hasta el final, y el desamor y el desengaño con Olivia que se
da cuenta muy pronto de que él no es más que un soñador con el estigma del
fracaso a cuestas y lo manda a paseo. El erotismo lo disfrutará en la mili con
la esposa del coronel, a la que empieza peinándola y haciéndole las manos y
acabará rasurando las axilas y el pubis. El ejército le ofrece una salida y
allí conocerá al brigada Ferrer, uno de esos personajes consejeros tan
landerianos que le mostrará el descubrimiento de su vida: Hugo Bayo está
especialmente tocado para el arte de la peluquería. Esa habilidad innata lo
acompañará siempre como un clavo ardiendo para poder salir de la miseria.
Siempre aparece en la obra de Landero el
valor de los oficios de toda la vida como oportunidad para la prosperidad, y no
tanto en el sentido puramente crematístico. Pero ese descubrimiento no es suyo,
no lo ha escogido él, por lo que lo toma y lo desestima en varias ocasiones,
tantas como tantos otros proyectos inundan su cabeza fruto de su gran
imaginación. Un quiosco por ejemplo una vez más, una pequeña fijación de
Landero que ya aparece en otras novelas. Una ferretería finalmente que de
manera natural y azarosa ante la visita de un comandante que se acuerda de él,
acaba reconvirtiéndose poco a poco en salón moderno de peluquería en el que
incluso Leo, aprenderá el oficio. El negocio llega a ser tan próspero que su
situación económica mejora muchísimo pero ante su profunda insatisfacción,
porque Hugo Bayo sigue convencido de ser un genio aún no aprovechado para la
humanidad, aún sin una hoja de ruta que lo conduzca a lo más alto; de nuevo
corta con el presente y en un momento de revelación vuelve a abandonar la tijera y el peine.
Siempre hay un personaje, solo uno, otro de
los consejeros que en este caso también es Leo, capaz de escupirle la verdad al
protagonista. (…) Yo la trataba de
ignorante, de voluble, de superficial, de conformista. Y ella: Lo que te pasa
ahora con los libros es lo mismo que te ha pasado siempre con todas tus cosas.
Es solo humo, un poco de humo y nada más. Y más vale que te rapes la barba y te
quites esas gafas ridículas, que parecen de feria. Tienes como un modo cómico
de parecerte a ti mismo. (…) Eso se lo dice en una época en la que Hugo se
vuelca el los libros y en la cultura, convencido de que el oficio de peluquero
necesita de ese bagaje para poder conversar con sus clientes de cualquier tema.
Más adelante, en un nuevo momento de lucidez
llega a la conclusión de que reencontrarse con la madre para pedirle perdón y
liberarse de sus culpas le servirá de redención, encontrar la paz interior que
necesita para triunfar y volver a empezar de nuevo. Leo le acompañará, como
siempre. En medio de sus pesquisas descubrirá que el padre no había muerto como
le había hecho creer su madre años atrás. A saber por qué…
Finalmente, una vez los encuentra y se pone
ante ellos, a pesar de todo, se dará cuenta de que aquello no soluciona nada.
Siempre le quedará la tijera y el peine para
seguir intentando sacar lustre a su vida. Pues como su padre le había enseñado
cuando era adolescente, la vida es negociable siempre.
En fin, que yo creo haberles recomendado a un
buen profesional, ahora a ustedes solo les queda decidir si me hacen caso, y se
convierten en sus pelucandos.
Créanme saldrán mucho más guapas y guapos de
la lectura.
La vida siempre tan negociable; y más y mejor, vivida. Fantástica reseña.
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