Las defensas
Gabi Martínez
Barcelona, 1ª edición de marzo de 2017
Editorial Seix Barral S.A.
Colección Biblioteca Breve
ISBN: 978-84-322-2991-6
El mes pasado leí a Hume. Dice que
la identidad personal es una ficción.
Página 384. Las defensas. Gabi Martínez
Empiezo por la cita de esta frase del mismo
libro, que cacé al vuelo en pleno fragor de la lectura, porque tiene que ver en
gran parte con las cosas de las que habla esta magnífica novela y con algunas
de las que voy a escribir a continuación.
A muchos escritores alguna vez nos
han dicho aquello de: tienes que escribir mi historia, es que mi vida daría
para un libro… Y es probable que así sea, que en cada vida anide una novela,
pero eso dependerá de la voluntad de cada autor, que a menudo escarbamos entre
la realidad y nuestra imaginación, para encontrar esas historias que valgan la
pena ser contadas. Porque lo que es cierto es que tanto a los que querrían que
alguien contara su vida, como a los escritores que procuramos escribir una
buena novela, nos mueve una misma voluntad: trascender a nuestra efímera
existencia, dejar huella, servir de algo a los demás etc.
Lo que no ocurre todos los días es que tú
estés firmando tu última novela en Sant Jordi, y de repente, se plante ante ti
un desconocido y te sirva en bandeja, y te regale, la posibilidad de una
argumento extraordinario.
Eso
es lo que le ocurrió al periodista y escritor catalán Gabi Martínez (Barcelona,
1971) hace algo más de tres años, cuando Domingo Escudero, Camilo Escobedo en
la ficción, le dijo que tenía una historia que podría interesarle. Gabi
Martínez, sabedor de la condición de imán de vanidades que tiene todo escritor,
le indicó que tenía prisa pues le esperaban en otro sitio para seguir firmando
y que solo disponía de un momento. Domingo supo aprovechar muy bien ese
momento, y lo que quería contar al mundo era tan extraordinario, que Gabi
Martínez aceptó citarse con él una semana más tarde.
Él era un neurólogo que durante una
época de su vida se volvió loco de verdad, que había contraído la misma
enfermedad que estudiaba, que había sido ingresado en el mismo hospital en el
que trabajaba y que, afortunadamente un año después, consiguió recuperarse. Un
caso único en el mundo. Mas aún si cabe, teniendo en cuenta que el propio
Escudero se auto diagnosticó su enfermedad antes de ser descubierta, apoyándose
en los estudios de Josep Dalmau, otro neurólogo de prestigio internacional al
que había escuchado y leído tiempo atrás. Aunque quizás no sea lo más
importante en una reseña que por supuesto no es científica, hay que decir que
la enfermedad se le manifiesta en un par o tres brotes sicóticos,
diagnosticando algunos colegas suyos en primera instancia un trastorno bipolar,
en el fondo para ocultar en realidad el no saber qué tenía Domingo, pasando por
un indefinido y ambiguo diagnóstico como el de psicosis no especificada, por el
de esquizofrenia e incluso por el de algún extraño cáncer cerebral; hasta
llegar al NMDA, una encefalitis autoinmune cuyos anticuerpos se rebelan contra
el propio sistema neuronal que se supone que deben proteger. Y durante un
tiempo, agrede e insulta a todo el mundo, incluso a sus seres queridos, y
adopta una actitud autodestructiva, suicida e irracional, incompresible. Como
diríamos los profanos, Domingo se vuelve loco de remate.
¿Cómo no iba a sucumbir Gabi
Martínez a una historia tan singular? De repente se le acababa de aparecer el
tío Celerino de Juan Rulfo, pero de verdad. Otra cosa es que como aquél, fuera
necesario ser un gran escritor para materializar una historia en apariencia
sencilla, pero en el fondo, tan compleja, y conseguir sobre todo, lo que para
mí es uno de los mayores méritos de Las
defensas: llenar ese año de silencio, de vacío, de desconexión de la
realidad, que duró la locura o enajenación de Domingo Escudero. Y no solo crear
el personaje, que en realidad lo ha acompañado, para suerte de ambos a lo largo
de todo el proceso de escritura; sino además, meterse dentro de él, hablar,
sentir y expresar toda la degradación, la sensación de soledad, la pérdida del
equilibrio emocional y toda esperanza de volver al mundo de los supuestamente
cuerdos, con tanto loco suelto de por medio. Locos no diagnosticados, como
Subirats por ejemplo, el primer director del hospital, quien primero contrata a
Escobedo y quien después, lo toma como objeto de un encarnizado bullyng
personal y profesional que sin duda, contribuye a desencadenar la desconexión
del protagonista. Lo que plantea también la reflexión sobre la presión
profesional y de la sociedad en general que nos empuja al estrés y la ansiedad,
caldo de cultivo necesario para cualquier tipo de depresión o desequilibrio
emocional.
Para
todo ello decía, ha hecho falta un buen escritor, con una mirada que traspasa
lo aparente y se cuela en el alma del personaje, como algunos neurólogos,
cuando la química no es capaz de explicarlo todo y necesitamos de la literatura.
Y para denunciar ciertos atavismos del sistema sanitario en general, y de los
departamentos de psiquiatría y neurología en particular, la corrupción política
y la de la industria farmacéutica, o la de los tejemanejes de los fondos para
la investigación, ha hecho falta la mirada aguda y crítica del periodista que
también es Gabi Martínez. Y para retratar la Barcelona de la transición e invitarnos
muy sutilmente, al debate sobre el proceso actual por la independencia de Catalunya. Son temas todos ellos de los
que no trata la novela, pero que la acompañan y la arropan como un marco
verosímil, necesario.
En ese contexto narrativo, los
capítulos se alternan entre la vida del personaje desde los años 70 más o menos
y hasta el presente, y los momentos de locura, en los que narra su conciencia
de degradación y cómo el personaje es capaz de entender lo que le está pasando,
cómo sus colegas erran en los diagnósticos y tratamientos pero él no puede
hacer nada hasta que llega un momento de lucidez y él mismo le da la pista a
Emma, su segunda esposa, sobre lo que le ocurre. Durante esos periodos Gabi
Martínez utiliza una fórmula muy acertada, el uso del futuro del verbo decir,
así que todos los personajes de su entorno, profesional y personal “dirán” esto
o aquello cuando el protagonista, Camilo Escobedo salga del trance y pueda
contar lo que cada uno de ellos, efectivamente le explicarían sobre lo
ocurrido, ya como un recuerdo.
La novela describe un universo de
relaciones familiares extraordinario, especialmente complejo, con un Camilo
rodeado de mujeres, todas ellas muy importantes. Su primera mujer, Sol, su
hermana Carmen, su segunda esposa, Emma, realmente clave, y un regalo del destino
y del amor pues decide compartir su vida con él en pleno proceso de
degradación, sus tres hijas, su compañera profesional y amante, amiga hasta el
final, Diana, amén de otras tantas amantes. Y su madre que, sin que yo pretenda
jugar a ser Freud para vincular el caso de Domingo con la figura materna, no
puedo sin embargo dejar de citar un párrafo significativo, entre otras cosas
por tratarse de un streep tease del alma increíble:
Dicen que el nivel de ansiedad deriva en gran parte de la relación con
las primeras figuras de apego. En especial con la madre. Yo he padecido
momentos de torturadora ansiedad. De todas formas, quién no. Mi madre está
convencida de que me pasa algo con ella. No se explica mi agresividad. Dice
que, al mirarme a los ojos, en ellos lee: no te quiero. Y así es. (Página 140)
¿Cómo de angustioso debe ser eso de
sentir que no quieres a tu propia madre…? Ahí lo dejo.
Y luego está la literatura, como no,
lo decía antes, que llega a dónde no llega la química o la medicina. Es otro de los temas que trata y que me interesa especialmente de esta novela. La literatura
que interviene como terapia, como antídoto para la salud del alma. Las defensas ofrece un bonito repertorio
de ejemplos y de confesiones íntimas sobre algo que algunos tenemos muy claro:
que la literatura, cura. Cura esta novela gracias a la cual muchos neurólogos
tendrán una nueva visión de ciertos conflictos a partir de ella, cura al
protagonista, quien ya tuvo la necesidad de explicarla él mismo hasta acudir a
Gabi Martínez. Cura porque es capaz de explicarnos la realidad desde diferentes
ángulos y así, entenderla.
Siempre ha habido alguien que nos ha
empujado hacia ese camino sin retorno. En este caso es Diana, la colega de
Camilo en el hospital, amante durante una época y a la postre, amiga hasta el
final, quien le inocula el vicio de la lectura de ficción.
Y no empieza por mal camino; no.
Yo estoy en mi cuarto. Animado por la opinión de Diana –vas bien, vas
muy bien–, intento leer un libro. No tardo en elegir a Rulfo. Avanzo lento pero
a buen ritmo. Comprendo cada línea. Es un libro lleno de piedras, casuchas y
soledad. Un paisaje lamentable que me sienta bien. (Página 143)
Más adelante, en una conversación
también con Diana, hablando por ejemplo de Henry Roth y del estado de su
relación sentimental Camilo le dice:
–Sin embargo –dije–, de eso habla la literatura. De sentimientos.
Y ella le contesta:
–Quizá por eso me interese. Cubre una carencia. (Página 208)
Y en la misma conversación Camilo hace
una afirmación mucho más rotunda aún:
(…) me recomendó leer poesía, insistiendo en que me atreviera con la de
José Ángel Valente. “Ante la pútrida rosa de la infancia arrasada, no conoce
límites el odio”. Amé a Diana por señalarme al poeta. (Página 209)
Entre tanto, hay otras declaraciones
flagrantes de lo terapéutico de la literatura:
Los brazos de la literatura me mantuvieron en vilo, aún en el aire, sin
estrellarme. (…) En las historias de otros vi proyectada la mía, me observé con
distancia de lector, (…) (Página 298)
Leía como si estudiara, pero más libre. (Página 299)
E incluso se permite un comentario
crítico sobre el que habría que pedir cuentas al personaje real:
Carmen (…) Vino con un libro de Jorge Bucay y un jersey nuevo de color
granate (…) lancé el jersey sobre el respaldo de una silla sin probármelo ni
agradecerlo.
—Y el libro ese te lo metes por donde te quepa —dije—. ¿Quién te has
creído que soy? (Página 352)
La lectura es en definitiva un acto emocional,
así que la bondad de sus propiedades terapéuticas para el equilibrio de la
mente, son fácilmente defendibles.
Llegados a este punto, con la
esperanza de haber hilvanado sobre el papel los ingredientes para que ustedes
se acerquen a Las defensas, debo
confesarles otra evidencia, que lo de Hume
los escritores lo tenemos muy claro: que la identidad personal puede ser una
ficción. Y que la ficción sirve para crear y consolidar identidades. Como la de
este personaje de carne, papel, tinta y hueso, como la de este buen escritor,
como la de este trepidante ejemplo de realidad novelada.
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