Dialogando en el Café Salambó

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domingo, 20 de agosto de 2017

Selección poética de la primera mitad del año 2017


HILARIO BARRERO


Este año allá por el mes de mayo, de la mano de amigos comunes, conocí a este poeta, Hilario Barrero (Toledo, 1946), residente desde 1978 en Brooklyn, Nueva York, donde es profesor en el Borough of Manhattan Community College de la City University of New York. Fue con motivo de la presentación de esta antología poética Educación nocturna, en la agrupación de El laberinto de Ariadna del Ateneu de Barcelona. El poemario, como dice José Luis García Martín, prologuista y amigo del autor, más que una antología, pretende ser una “completa autobiografía poética”. Meses después de lectura, y relectura, uno no queda indemne. Me apetece destacar estas pequeñas muestras del valor de este libro y de este autor descubierto. Unos poemas en los que la sensualidad del deseo se manifiesta con una fuerza digna del mejor poeta del amor.
Independientemente de las partes a las que pertenecen, y huyo de la tentación de destacar aquellas de su etapa en Nueva York, tan larga ya, como una fácil alusión al poeta en Nueva York que también es él, condición por la que tanto le preguntan sus alumnos al estudiar a Lorca; destaco sencillamente aquellos que me han zarandeado por dentro que es lo que yo busco como lector de poesía.
Sólo de esta etapa más reciente es este verso, solo destaco un verso brutal, el último del poema titulado Mudanza, perteneciente a la cuarta y última parte de esta antología, del mismo nombre “Educación nocturna”:

(…)
La soledad, como un perro rabioso, le mordía el corazón.

De la primera parte, “Travesía”, son los poemas Sin salida:


Me adentro en el laberinto
donde encontrarte a ti
es la única salida razonable.

Y Viaje:

Me separan de ti,
salgo del mundo de tu mundo
y perdido la ciudad te nombra.
Me pierdo en pasadizos,
entro en bocas marcadas,
huelo antiguos olores
y al salir de la cámara oscura
me encuentro troceado
el rostro de la noche.
Siempre que te perdí volví a encontrarte,
no importa que otros cuerpos te buscaran.
Te encontraré del todo
cuando te pierda para siempre.

Y de la segunda parte, “Modo subjuntivo” es este poema titulado Nihil:

Dejas de reflejarte y eres oscuridad,
va tu cuerpo delante de tu sombra,
ceniza la firma de tus ojos, pavesas los deseos,
arpillera el aliento, la palabra un tizón.
Bajas lento la cuesta, maldices tanta piedra
y al recordar la tarde que te llevó a su casa
se te llena la boca de asfalto derretido.
Darías todo por una sola noche
de aquel verano del setenta y uno.
Dos carbones mojados en tu ingle
y un cansancio de arrugas en tus manos
te recuerdan que ya no tienes nada.
Amarrado al árbol de la noche oscura
tu cuerpo no soporta una saeta más.

ÁNGEL GONZÁLEZ

En una visita profesional reciente a Oviedo, volví a uno de mis poetas predilectos: Ángel González. Compré en la Librería ovetense Ojanguren una edición del propio autor titulada Poemas, de la mítica colección Letras Hispánicas de Cátedra. Y desde entonces, ese libro ha estado por ahí en mi mesilla de noche, velando muchos de esos momentos en los que uno echa el cerrojo al día y se duerme, o lo intenta, con un puñado de palabras dándome la entrada a esa otra dimensión de la existencia. Y Ángel González lo consigue con estos ciento treinta y siete poemas de diferentes etapas, entre los que recuerdo, rescato de otras lecturas de antaño y destaco, los siguientes:

Empiezo con el final del poema de amor En ti me quedo, de Palabra sobre palabra, que me hace pensar en otras cosas además del amor. Allá cada uno con su lectura.

(…)
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
—como te dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que amamos,
—de acuerdo con mi personal experiencia de la patria—
tiene también bastante de presidio.


De la poesía social de Áspero mundo, el imprescindible poema Para que yo me llame Ángel González:



Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por lo siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan solo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…

Y de Sin esperanza, con convencimiento, los versos de este poema Porvenir, que desde los años de la facultad me han acompañado siempre, como un aviso…

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.
… Mañana!
                       Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

GLORIA FUERTES


Este año se está conmemorando el centenario del nacimiento de Gloria Fuertes. Son de aquellos fastos que uno necesita, entre tanto por leer y releer, como coartada para volver, o profundizar en ciertos autores. A pesar de ello, quizás el mejor homenaje que yo haya hecho a la gran Gloria sea el de haberles leído a mis hijos, cuando niños, sus poemas infantiles y sus cuentecitos rimados. Aquellos de los cinco o seis volúmenes editados por Susaeta. Esa obra por la que Gloria fue mayormente conocida y seguramente menos valorada, como si la poesía para niños fuera algo fácil y de poco valor, siendo por cierto, todo lo contrario. Pero tenía pendiente la lectura atenta de su poesía para adultos, de su poesía social y postista.
Y hablando de homenajes, no puedo eludir la mención del que le hace mi amigo Emiliano Valdeolivas en sus conciertos desde hace más de veinte años. En todos esos años, he tenido el placer de escucharle cantar, con su melodía y su voz portentosa, la letra del El vendedor de papeles o el poeta sin suerte, poema también incluido en este libro.
Aprovechando el mismo viaje a Oviedo y en la misma librería donde lo de Ángel González, compré la antología Obras incompletas, una edición a la que le seguía la pista hacía tiempo y que este año conmemorativo me ha servido en bandeja. Son cuatrocientos treinta y siete poemas, la mayoría breves, entre los que yo destacaría los de amor, para este humilde lector de poesía, una enorme sorpresa. Como también lo ha sido comprobar que la mayor parte de esta antología queda por debajo de las expectativas que me había marcado. La profundidad de parte de la antología es evidente, es de una calidad evocativa, de una ironía y jocosa denuncia, tragicómica, más ácida cuanto más leve y desenfadada, acaso esta sea la pauta de la mejor Gloria Fuertes… Pero esto que la eleva y mucho, en una pequeña parte según mi opinión, en la mayor parte de la selección, desaparece vencida por la anécdota rimada, o más o menos rimada.
En cualquier caso, la irregularidad no le resta valor a la obra ni respeto a mi lectura, así que ahí dejo mi particular selección:












NOTA BIOGRÁFICA

Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
a los quince se murió mi madre, se fue cuando
más falta me hacía.

Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores,
—no digo nombres—,
gracias a eso, pude sobrellevar mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad de camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta,
—pero Dios y el botones saben que no lo soy—.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.[1]


CRISTALES DE TU AUSENCIA

Cristales de tu ausencia acribillan mi voz,
que se esparce en la noche
por el glacial desierto de mi alcoba.
—Yo quisiera ser ángel y soy loba—.
Yo quisiera ser luminosamente tuya
y soy oscuramente mía.


YA VES QUÉ TONTERÍA

Ya ves qué tontería,
me gusta escribir tu nombre,
llenar papeles con tu nombre,
llenar el aire con tu nombre;
decir a los niños tu nombre,
escribir a mi padre muerto
y contarle que te llamas así.
Me creo que siempre que lo digo me oyes.
Me creo que da buena suerte:

Voy por las calles tan contenta
y no llevo encima nada más que tu nombre.




POETA DE GUARDIA

…¡Otra noche más! ¡Qué aburrimiento!
¡Si al menos alguien llamase llamara o llamaría!
…¡La portera! Que si su nieta pare,
y recordase que soy puericultora…
O un borracho de amor con delirium tremendo…

o alguna señorita de aborto provocado
o alguna prostituta con navaja en la ingle
o algún quinqui fugado…

o cualquier conocido que por fin decidiera suicidarse…

o conferencia internacional…
(esto sería bomba —pacifista—).

O que la radio dijera finamente:
“¡La guerra del Vietnam ha terminado!”
“El porqué de estar solo ya se sabe”.
O “el cáncer descubierto”.

Y nadie suena, o quema, o hiela o llama
en esta noche,
                         en la que,
                                          como en casi todas.
                         soy poeta de guardia.


CARTA EXPLICATORIA DE GLORIA

Queridos lectores:

Os pido excusas y excusados
y os insinúo que me perdonéis
por estas entregas diurnas
que vengo entregándoos últimamente.

Más siento yo que vosotros
que mis versos hayan salido a su puta madre;

más siento yo que vosotros
lo que me han dolido al salir,
quiero decir, la causa por la que,
me nacieron tan alicaídos y lechosos.

No soy pesimista,
soy un manojo de venas desplegadas
que apenas puede aguantar el temporal.


Me pagan y escribo,
me pegan y escribo,
me dejan de mirar y escribo,
veo a la persona que más quiero con otra y escribo,
sola en la sala, llevo siglos, y escribo,
hago reír y escribo.

De pronto me quiere alguien y escribo.
Me viene la indiferencia y escribo.
Lo mismo me da todo y escribo.
No me escriben y escribo.
Parece que me voy a morir y escribo.


[1] Este poema lo escribí en 1950. Ahora debería decir “como los que le dan a los Murciano algunas veces”.

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