Tierra de campos
David Trueba
Barcelona, 2ª edición de abril de
2017
Narrativas hispánicas número 584
Editorial Anagrama S.A.
ISBN: 978-84-339-9832-3
Llevaba años contaminado por un
estúpido prejuicio, reforzado por la coartada de la imposibilidad de leer todo
lo que uno quisiera leer, claro. Ese prejuicio absurdo era el de encasillar a
David Trueba en el grupo donde justos y pecadores comparten la manía de ponerse
a escribir, siendo otra cosa antes que escritores; aunque en este caso, como
director de cine y guionista, de alguna manera ya fuera narrador de historias.
Y sabía que David era bueno en eso, no voy ahora a recorrer su filmografía,
baste decir que con Vivir es fácil con
los ojos cerrados, se llevó seis premios Goya, curiosamente uno de ellos,
al mejor guión, escrito por él, amén de los recibidos como mejor dirección,
suya claro, y a la mejor película. Así que iban pasando los años hasta llegar a
esta su séptima novela ya, en los que no hacía otra cosa que oír la pregunta ¿Has
leído la última novela de Trueba? Y yo erre que erre que no. Pero tanto va el
cántaro a la fuente que al final uno descubre, y se descubre, yo que gasto
sombrero, ante un señor escritor que sin duda ya lo era y lo ha sido desde el
principio de su carrera. Queda la cochina envidia, y asumir que he llegado
tarde a la evidencia. Hasta ahora, lo más cerca que había estado de este feliz
fenómeno, pero a la inversa, había sido leyendo toda mi vida a Marsé, el
escritor español más cinéfilo, más fílmico y cinematografiado de todos. Por
cierto, siendo la mejor de las adaptaciones que se le han hecho, la del hermano
de David, Fernando Trueba, con el Embrujo
de Shanghái. Y volviendo a David Trueba, para rematar esta confesión y
antes de explicar mis razones, solo añadiré que Tierra de campos es una novela excelente.
La compré las últimas vacaciones de
verano en Indautxu, Bilbao. Porque en verano es cuando ocurren esas cosas que
flotan en el azar del inconsciente, sin que las provoques. Siempre que viajo me
gusta traerme un libro de vuelta y sucedió que tropecé con esta deuda
pendiente, cuando menos lo esperaba. Como una más de esas carambolas que
conectan vida y literatura, en esta enfermedad incurable, recientemente dos
grandes amigos y grandes lectores habían vuelto a afearme no conocer aún la
faceta novelista de David Trueba, y la mosca en la oreja ya pesaba demasiado. Y
entonces, descubro esta novela-disco-película…
Estructurada en dos partes, cara A y
cara B, se trata de un long play narrativo
de cuatrocientas páginas lleno de pequeños
capítulos a modo de canciones que
ilustran una vida y una conciliación quizás. Al mismo tiempo, la narración
entrelaza dos planos temporales, el presente, mientras dura el viaje al lugar
de origen del protagonista, y el pasado cuando este va recordando y contando el
discurrir de su vida. Esta capacidad de pasar de un espacio temporal a otro, de
sobreponer imágenes con total naturalidad, con agilidad y sin perder el hilo,
tiene algo también de cinematográfico. Así que los lenguajes se funden sin confundirse
para provocar una novela, sonora y visual a la que probablemente le nazca un
guión y una película en poco tiempo. ¿Qué se juegan? Yo, ya la espero.
Daniel, realiza un viaje muy
especial al pueblo donde nació, Garrafal de Campos. Especial porque lo hace en un
coche fúnebre conducido por Jairo, un perfecto compañero de viaje para la
ocasión pues no hace más que preguntar a Dani con insistencia y humor sobre su
vida. Y sobre todo especial porque los acompaña el cadáver del padre de Dani para
ser enterrado en su pueblo. Y ese recorrido conduce también los avatares de la
vida del protagonista durante la cara A del disco y después, en la cara B una
vez llegan al ficticio Garrafal de Campos, en la provincia de Valladolid.
Daniel Campos, alias Mosca, o Daniel
Mosca, es un chico con ideales y un sueño: dedicarse a la música y vivir de las
canciones de amor que le brotan de manera espontánea, fruto de una creatividad
a flor de piel y de coincidir su infancia y adolescencia con una transición que
lo acompañó en esa efervescencia de libertades. Su padre, un buen hombre
chapado a la antigua, al principio ni entiende ni aprueba ese modus vivendi, y en su defensa y como gran
aval educacional expresa el anhelo de que su hijo, como su familia, fuera
“gente normal”. No le parece que ganarse la vida haciendo canciones sea algo
serio, aunque cuando Dani y su grupo “Las Moscas” triunfan, su padre se sentirá
orgulloso tímidamente y casi en secreto. La madre cae enferma muy joven, de una
enfermedad mental que la desconecta del mundo, En un año, la enfermedad avanzó implacable. Mi madre olvidó un día a mi
padre y me olvidó a mí. Y un día dejó de reconocerse en el espejo. Se marchó a
un lugar ignoto., y deja a Dani huérfano de los besos al acostarse desde la
adolescencia, Siempre he estado
convencido de que el primer mordisco de la enfermedad de mi madre se llevó lo
que yo más quería: el beso de buenas noches. Poco después descubre un gran
secreto familiar, porque todas las familias tienen uno. Pero el descubrimiento,
lejos de distanciarlo, lo concilia con sus padres y con su azaroso origen.
Pero la amistad lo saca todo a flote
en esta novela. Hay todo un alegato al valor de la amistad que se concreta
sobre todo en un párrafo determinante, en la página 233 cuando dice, a través
de Animal, uno de los grandes amigos de Dani y batería del grupo: (…) hay que estar contra la pareja, contra la
paternidad, contra la patria, todo eso son enemigos de la libertad. La única
institución que el hombre debe respetar es la amistad, porque la amistad nace
de la generosidad. La amistad en parte como refugio, en medio de esa
escuela franquista que relata con ironía y grandes dosis de humor, y en la que
conoce al otro gran protagonista de Tierra
de campos, Agustín, alias Gus, para siempre Gus. Un joven genial,
adelantado a su tiempo, rebelde y motor inicial del grupo “Las Moscas” cuando
con motivo de un concurso musical en el colegio dijera un día ¿Y si montamos un grupo nosotros? Un Gus
que es capaz de sobrevivir en un clima hostil a la homosexualidad, gracias a su
valentía, su inteligencia provocadora y su fuerte personalidad y de cuya
amistad, Dani siempre se sentirá orgulloso y con el que formarán un tándem
extraordinario en su evolución como adultos y artistas. Un Gus, a quien una
madrugada más de excesos le arrebatará la vida, ante la dejadez de un entorno,
incluyendo al propio Dani, incapaces de prever la tragedia a tiempo. Una muerte
disfrazada de suicidio para tapar quizás la culpabilidad de gente influyente,
una coartada sencilla cuando se mezclan pastillas, anfetaminas, alcohol y una parada
cardiorrespiratoria, y se evita el escándalo de los testigos, para seguir
viviendo al límite. Y ese mundo de drogas, alcohol y sexo también queda
retratado en esta novela como elementos indisociables del éxito rotundo cuando
se es joven y no se está preparado para ello.
Y cómo no, el amor, que también es
el motor de Daniel y la chispa que lo lleva a escribir sus mejores canciones. Al
margen de numerosos escarceos de una y mil noches de conciertos en directo con
admiradoras, están Olga, Oliva, Marina y sobre todo la japonesa Kei, la madre
de sus hijos Maya y Ryo. Una relación ya mucho más madura y serena que le
regala una de las mayores lecciones de la paternidad, que los hijos aprenden a ser hijos cuando se convierten en padres…
Y es quizás por ese aprendizaje que
Dani acompaña a su padre difunto hasta su pueblo, como él hubiera querido, para
darle cristiana sepultura. Y a lo mejor es ahí donde está la silenciosa
conciliación de la que hablé más arriba. No en vano, Dani se deja agasajar como
la estrella que es por la juventud y también por sus compañeros y amigos olvidados
de generación encabezados por Jandrón, ahora alcalde, y quién lo pasea como a
un trofeo local por todo el pueblo. En esta segunda parte o cara B, cargada de
humor, también se vuelve al flash back en el que recuerda con pasión y lirismo
su relación con Kei cuando Dani la conoce, ahora ya disuelto el grupo, en una
gira por Japón acompañando como cantautor solista y telonero, a Serrat. Todo un
homenaje de David Trueba al maestro, sin duda. Kei es una violoncelista genial,
enigmática y dulce de la que se enamora a primera vista y por la que será
capaz, primero de quedarse en Tokio, sin saber qué va a ser de ellos y a la que
acaba enamorando hasta la maternidad y con la que se instalan en Madrid más
adelante. Mientras tanto recuerda la relación más importante de su vida, lo que
parece ser solo un viaje funerario se convierte en una festival, en una
catarsis y en un baño de sencillez y humildad. Debía llegar y volver a partir
en seguida, pero es prácticamente secuestrado por el cariño y el chantaje
emocional de un pueblo que está orgulloso de él sin que jamás hubiera podido
sospecharlo. Dani llama a Animal para que venga a rescatarlo desde Madrid pero
lo que debía haber sido un rescate se convierte en un festival cuando Animal es
el primero en sacar su batería y montan un concierto para repasar los grandes
éxitos que todo el mundo le reclama. Asistirán incluso los hijos de Dani, y las
hermanas de Gus, que en un rapto de
emoción y sinceridad le confiesan lo que mucho que lo quería su amigo: Te quería mucho, dijo una. Asentí con la
cabeza. Siempre estuvo enamorado de ti, se atrevió a decir la otra. Apoyé la
espalda tensa contra el respaldo de la silla. ¿Enamorado?, no sé. Yo creo que
era otra cosa. Aún mejor.
Así, esta novela confesional en
primera persona va hilvanando los momentos de la mitad de una vida, canción a
canción, amor a amor, con numerosos diálogos internos perfectamente engarzados
en la narración y un ritmo cadencioso de concierto, con la naturalidad de quien
conversa con un amigo de siempre. Al final no hay final porque la vida sigue
cuando ya hemos aprendido que los momentos, los principios y los ideales más
valiosos se los debemos a la gente que más nos ha querido, y a los que a su vez
un día descubrimos que más hemos querido nosotros también.
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