Recientemente
debatía con unos amigos escritores sobre la palabra letraherido. Obviamente todos sabíamos que la palabra está aceptada por la Real
Academia e incluida en el diccionario como préstamo del catalán lletraferit, y que el adjetivo significa
algo tan sencillo como Que siente una
pasión extremada por la literatura. Amant de conrear les lletres es como la
define el Diccionari de la llengua catalana. La acepción de la RAE es muy
amplia, y valdría tanto para quienes gozan de la literatura a través de la
lectura
como
para quienes además, intentamos gozarla desde la escritura.
Por eso, la acepción del DIEC va un paso más allá e incorpora ese matiz
interesante de conrear, de cultivar,
tanto si entendemos que cultivar la literatura es escribirla como si
entendemos, como es mi caso, que cultivarla también es leerla.
En cualquier caso, me parece una suerte de belleza extrema, y una prueba
de la vitalidad permanente de las lenguas, que entre ellas se presten palabras
para enriquecerse entre sí. Ya que los hablantes, o aún peor, algunos de sus
charlatanes son incapaces de prestarse nada para crecer, al menos, que lo hagan
las lenguas y sus diccionarios.
El debate no lo impulsaba el hecho de que la palabra fuera un préstamo
del catalán, hasta ahí podríamos llegar, aunque eso ocurra entre mentecatos
supuestamente cultos y otras especies politizadas; no. El debate era más bien
estético.
Las palabras a veces las ensucia el uso, el mal uso y el abuso en
contextos que no las merecerían, y por ahí iban los tiros. Algunos reconocíamos
que letraherido ya está muy vista como palabra, que ya ha callejeado demasiado,
quizás por ello, algunos consideraban que la palabra era pedante, incluso se
avergonzaban de reconocerse letraheridos, seguramente por ese abuso, porque en
el saco de la palabra ha caído de todo, muchos junta letras e impostores
seguramente en medio de dignos escritores, consagrados, solventes o incluso
dignos aprendices de las letras. Pero lo que no íbamos a discutir era que, con
mayor o menor énfasis, todos nos reconocíamos en la esencia de la definición.
En que todos éramos gente que siente una
pasión extremada por la literatura y gente de además, somos amantes de conrear les lletres...
De repente, uno de mis colegas me interpeló hábilmente recordándome algo
que no tuve presente en el debate: que yo mismo, en mi perfil de algunas redes
sociales me autodefinía como “literaturadicto” y a el, le gustaba más que letraherido.
Aún no se lo he agradecido lo suficiente.
Y de paso, por mí quedaba zanjado el debate. Era evidente que cuando yo
me permití esa licencia para definirme hace ya al menos cinco años, de alguna
manera huía de la palabra de marras. “Literaturadicto” era mi humilde aportación a esa misma pasión
por las palabras, adjetives dicha pasión de una manera u otra.
Sí, me declaro letraherido y lletraferit,
y por ello mismo les regalo mi palabra literaturadicto. Ojalá en el futuro,
disculpen la presunción, a ninguna de ellas las subraye el Word en rojo.
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