El guardián entre el centeno
J.D.Salinguer
Título original: The Catcher in the Rye (1945)
Traducción: Carmen Criado
Colección Literatura
Contemporáneos L 5500
ISBN: 84-206-3409-3
3ª reimpresión de 2000, de la 1ª edición en “Área de
Conocimiento: Literatura” de 1997
El Libro de Bolsillo. Literatura
Alianza Editorial
Nueve cuentos
J.D.Salinguer
Título original: Nine Stories (1948)
Traducción: Elena Rius
Colección Literatura
Contemporáneos L 5536
ISBN: 84-206-3462-X
4ª reimpresión de 2003, de la 1ª edición en “Área de
Conocimiento: Literatura” de 1999
El Libro de Bolsillo. Literatura
Alianza Editorial
Siguiendo esa norma no escrita, esa
máxima de la buena praxis sobre la lectura, según la cual hay que volver de vez
en cuando a los clásicos, e incluso a los clásicos modernos como es el caso, y
seguramente recordando que el pasado 1 de enero se cumplía el centenario del
nacimiento de Jerome David Salinger; volví a leer a este enigmático autor
americano. Siguiendo esa máxima y a pesar de ella, he vuelto a Salinger porque
me ha dado la gana y porque algo me decía que lo necesitaba. En mis años
universitarios creo que no supe entenderlo como ahora, pero eso parecería
normal, aunque solo sea porque han pasado más de treinta años. Y lo que
entonces me desconcertó ahora me emociona, y lo que entonces no entendí, ahora
me admira creyendo haberlo entendido mejor.
Así, el Holden Caulfield
de El guardián entre
el centeno (1945), trasunto del propio J.D.Salinger ahora me parece uno de los personajes
jóvenes, más inteligentes, trastornados por una hipersensibilidad y más críticos
que recuerdo. Más allá de sus dificultades académicas, del tópico del genio
inadaptado, de la mente precoz del personaje de 16 años, de su conflicto
paterno y de su dificultad para entender el mundo que lo rodea, de la no
aceptación de la muerte prematura de D.B, su hermano, de su amor por la hermana
pequeña, Phoebe, más allá de su tendencia a beber, a auto destruirse, de su
falta de suerte o pericia para congeniar con chicas y gozar del amor y del sexo,
más allá de este cuadro clínico y generacional de una juventud americana posterior
a la segunda guerra mundial; estamos ante la historia de un chico triste,
solitario y con problemas en plena antesala de una Navidad, acentuando así la
tragedia interior de Holden. Y lo salvará el amor por su hermana pequeña, un
amor que en realidad lo lleva a quedarse a su lado para salvarla a ella, a
Phoebe, cuando el ya estaba a punto de huir, o de algo peor, cuando aún está a
tiempo de salvarla de la losa de los padres, antes de convertirse en una
víctima más del american way of live…
Para ello tendrá que matar metafóricamente al padre y volver a ser niño,
recuperar la inocencia perdida.
No olvidemos además que El guardián entre el centeno fue
esbozada mientras Salinger combatía en la segunda guerra mundial, que luego la
continuaría y la terminaría dejando algunos pasajes en los que afirmaría haber
preferido morir y no haber sobrevivido a ese mal sueño, o que incluso celebra
la invención de la bomba atómica, aunque solo fuera para haberse podido sentar
encima de ella al estallar. Los estragos psicológicos que la guerra, al margen
de su biografía llena de contrariedades, quizás explicarían también su decisión de retirarse del mundo después de
triunfar en lo que había sido su verdadero sueño vital: ser escritor contra
viento y marea. Y camufla el sueño o lo ensalza, según se mire, a través de la
figura del hermano muerto, quien a ojos de Holden, hubiera sido un gran
escritor.
Al margen también de las múltiples
interpretaciones de esta novela maldita, no en vano había sido la reciente
lectura de asesinos tristemente célebres, el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno es un tipo
introvertido que lee, que reflexiona sobre sus lecturas, que intenta comunicarse
y entender el por qué de sus dificultades para hacerlo, el por qué tiende a
odiar cuanto le rodea, a estar en desacuerdo con la vida y el contexto que le
ha tocado vivir. Y a su manera, lo explica a menudo con un punto de tristeza y
auto compasión que no puede evitar, borracho de frío y soledad, vagando por las
calles de Nueva York sin encontrar su rumbo. Sin encontrarse.
Podemos sospechar, y creo que hay
suficientes evidencias, que J.F.Salinger encontraría su paz y equilibrio
precisamente fuera de la literatura, en su retiro personal y en el misticismo
oriental. Y no porque dejara de escribir, sino por dejar de hacer público lo
que escribió después de sus Nueve cuentos
(1948). Librarse de la vanidad en
todo caso, del destructivo negocio editorial y de la crítica. Ahí nace el mito
y la leyenda de uno de los escritores del NO, uno de los Bartleby más célebres
de la historia reciente de la literatura. Las últimas palabras de El guardián entre el centeno, son: Tiene
gracia. No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta
cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.
Personalmente, aprecio aún más sus
cuentos, de hecho, Salinger empezó destacándose como un gran cuentista y
publicó los primeros, antes que la novela, en el New Yorker, lo que entonces
suponía el paradigma del éxito para un joven aspirante a escritor y estudiante
de literatura en Nueva York.
Aunque los temas son los mismos: la
infancia perdida, el conflicto paterno, el dolor de la guerra, la dificultad de
encontrar el amor, la reflexión de la voz narrativa, quizás insuficiente para
reivindicar la condición humana y la mística espiritual final; la concisión, la
coartada del cuento para alejarse de sí mismo a través de otros personajes que
no fueran su fantasma, Holden Caulfield, y algunos giros finales, hacen a
Salinger aún más contundente, evocador y atractivo como escritor moderno.
Evidentemente no voy a contarles al detalle,
solo les diré que el primero, Un día
perfecto para el pez plátano, deberá hallarse entre una de las joyas
universales de la narrativa breve, a pesar del canon de Bloom. Es un relato de
esos que contienen la magia necesaria que hace que, una vez leídos, ya los
recuerdes para siempre y dejan en tu subconsciente el rastro del placer de la
lectura. Y de paso, reúne la práctica totalidad de los temas de Salinger. Un
relato de extraordinarios diálogos lleno de ternura, tristeza y sordidez.
Teddy, también obra maestra, es otro trasunto de
Salinger, con el mismo final que el del Seymour Glass de Un día perfecto para el pez plátano. Pero Teddy, dentro de la ficción, incluye lo que yo diría que es un
testimonio vital y espiritual de Salinger quien a través del personaje,
inteligente y crítico, desesperado pero seguro de sí mismo explica su forma de
entender el mundo. Y así, habla de la familia, de la escritura, de la filosofía
e incluso del sistema de enseñanza americano de la época. Evidentemente todo en
clave crítica y con unas primeras pinceladas hacia la conversión espiritual del
autor.
En El periodo azul de Daumier-Smith, el noveno y último cuento del
libro, su protagonista es un falso profesor de dibujo en Les Amis des Vieux Maîtres, una escuela dirigida por un japonés y
que trabaja a espaldas de la ley. Todo es un subterfugio excepto una de sus
alumnas, que es monja, la hermana Irma, y a la que no conoce puesto que es una
alumna a distancia. Pero Daumier-Smith le escribe para ahondar en la
profundidad de su obra y nunca recibirá respuesta hasta que el convento en el
que vive Irma decide que no siga como alumna de la escuela de arte. El cuento es
una declaración final de Salinger. Lo que significa abandonar el arte, o abandonar
la fe cristiana para refugiarse en otras místicas alternativas. Una despedida
para abrazar la soledad, el gozo del arte, la escritura en su caso, por puro
amor al arte, lejos del mundanal ruido.
Seamos sinceros: ¿cuántas veces
habíamos pensado nosotros en hacer lo mismo? Pues sí, Salinger lo hizo, acaso
porque creyó que ya había dicho todo lo que tenía que decir al mundo con sus
dos libros publicados.
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