Dialogando en el Café Salambó

Dialogando en el Café Salambó

Índice

domingo, 16 de junio de 2013

Crónica deslavazada del Café Comercial y otros fetichismos

Empecé a escribir esta crónica ya en enero pasado. Hace seis meses, menudo cronista atolondrado. Quería que fuera eso, una crónica de acontecimientos transcendentales que ilustrasen mi enfermedad literaria, y salpicarla de una serie de lecturas poéticas, de libros de amigos recientes presentados en el Café Comercial desde entonces. El Café Comercial, uno de los más antiguos de Madrid, fundado en 1887, está en la glorieta de Bilbao, un triángulo encabezado por la calle Sagasta, donde confluyen las calles Luchana y Fuencarral, delimitando los barrios de Chamberí y Malasaña. Este centro neurálgico literario de Madrid ha acogido algunos de esos acontecimientos trascendentales. Lugar de tertulias literarias en el periodo de posguerra, el café de la Edad de Oro de Madrid, se ha convertido en una especie de triángulo de las Bermudas en mi exilio madrileño, donde ocurren cosas extraordinarias. Estuve ya anteriormente algunas veces para comer churros y leer en sus ancianas mesas, pero también para asistir a la presentación del poemario de Paco Moral, Cuando la noche cayó sobre Lisboa, editado por Celesta y que ya comenté entonces en este sitio.

El primero de los acontecimientos de esta otra etapa reunida en esta crónica deslavazada, un 24 de enero, fue la presentación del libro 55 minutos de Ana Ares editado por Vitrubio. La editorial ocupa todos los viernes el rincón de Don Antonio, y se ha convertido ya en un cálido paraguas de poetas y letraheridos entre los que me encuentro, aunque en este caso me gusta además, considerarme como una especie de corresponsal catalán en Madrid. Ana Ares, estaba como una niña con vestido y zapatos nuevos. Y muy bien acompañada por los habituales Pablo Méndez de Vitrubio, Rafael Soler o Antonio Daganzo entre otros. Leyó poemas del libro de Ana Alejandro Céspedes, poeta también y gran rapsoda y la propia Ana Ares. La presentación terminó con un mano a mano de lecturas entre Paco Moral y Zhivka Baltadzhieva, poeta búlgara y profesora de la complutense que nos hizo un regalo al leer en su lengua un poema de Ana que yo, mientras lo escuchaba en búlgaro, lo leía en castellano y lo traducía mentalmente al catalán, y sonaba todo muy bello en mi imaginación de un mundo en el que las palabras no tenían fronteras políticas.


En medio de tantos versos, como actos poéticos materializados, han ocurrido unos pocos hitos en la historia de mi enfermedad de Montano. Carambolas de esas del destino, aunque hay que decir que yo soy muy de ponerle al destino algunos tropiezos en su camino, para que al chocar, como bolas de billar, resuenen con ese chasquido que recuerda a la adolescencia.  Esa noche, yo tenía un propósito extra: entregar una carta a un amigo para que se la hiciera llegar a su vez a uno de los escritores más grandes de este país y yo diría que de los más grandes de la segunda mitad del siglo pasado. Una carta que quién sabe, quizás publique algún día, en alguna parte. En ese marco propicio, cómplice, rodeado de literatura y el deseo falaz de detener el tiempo en estos mármoles centenarios, en este café decimonónico con olor a churros y a porras, a recuerdos de otros libros, de otros pasados inventados; le entregué ese mensaje en una botella al amigo, también poeta, Raúl Nieto de la Torre. El objetivo de la carta y el nombre del destinatario no los voy a desvelar en esta crónica.
El día siguiente, viernes 25 de enero al llegar a casa y abrir el correo, me encontré con un nuevo mensaje de Asunción Carandell, Ton, para los íntimos. Llevábamos desde antes de Navidad jugando al gato y al ratón para quedar a tomar un café. Este es otro ejemplo de ese juego caprichoso de carambolas. Contactar con ella se lo debo a mi relato Cruixit, incluido en el libro Propera parada: Cornellà publicado el año pasado, una obra colectiva de relatos entorno a la ciudad que da nombre al grupo Aut@rs de Cornellà al que pertenezco. Entre medias, otra carambola fue que Ton supiera de mi relato a través de Anna Salvia, directora de la biblioteca Marta Mata de Cornellà. En mi relato hablo de mi infancia y de mi etapa escolar, hace casi cuarenta años, en los inicios de la transición. Hablo de Ton, que fue maestra en mi colegio y entre otros, cito a su difunto marido, el enorme poeta José Agustín Goytisolo. Y esa misma noche nos llamamos y fijamos la cita.
La tarde del sábado 26 de enero, estuve tomando el café con Ton Carandell en su casa, la que fuera también la casa de José Agustín, en la calle Marià Cubí de Barcelona.


Me arrellané en la gentil y hospitalaria calidez de Ton, que me hizo sentir como si ya hubiera estado allí mil veces de visita. Quedamos para hablar de nuestro colegio, de aquella inolvidable transición en una ciudad obrera, catalana y muy de izquierdas como era y es Cornellà, para explicarle los detalles del relato largo en el que la cito, para contarle cosas de mi faceta de escritor, ese que ya quería ser de niño, le interesaba que le contara mis proyectos. Y así lo hice. A pesar de ello, hablamos también con toda naturalidad del difunto esposo, de José Agustín, aún tan vivo en nuestra memoria. Le llevé todos los libros que tengo de él y sobre él, y le leí alguna de mis notas para certificar cómo es de caprichoso el destino, por el recuerdo íntimo de aquel niño encantado frente al poeta y mantenido durante toda una vida.

No, no voy a citar Palabras para Julia, porque con ese poema inolvidable y la ayuda del gran Paco Ibáñez, José Agustín consiguió lo que pretendía con estos otros versos suyos:

Hay quien lee y quien canta poemas que yo hice
Y quien piensa que soy un escritor notable.
Prefiero que recuerden algunos de mis versos
Y que olviden mi nombre. Los poemas son mi orgullo.
(“El poema: no yo”)
            Quizás a él lo olvidó el común de los mortales. Pero los que hemos tenido sus poemas como una especie de banda sonora de nuestras vidas, lo recordaremos siempre.
            Y las casi tres horas me pasaron volando. Vi fotografías antiguas en las paredes, me gustó especialmente una de un José Agustín niño y sonriente, tanto, que no pude evitar pensar que la foto es anterior a la tragedia de perder a su madre, Julia Gay. Y miraba sus papeles y esos libros expuestos en vitrinas, seguramente del marido ausente hace ya catorce años. Terminaba la visita e iba dejándome llevar por la inercia descendente del adiós, triste solo por dentro, como el niño al que se le termina, siempre antes de tiempo, su paseo en tío vivo. Y nos emplazamos con Ton a una nueva visita, ya veremos cuándo. Seguramente con un nuevo libro como excusa.
            El viernes 1 de febrero, Raúl Nieto, me llamó para invitarme a tomar unas cervezas con el grandísimo escritor a quien tenía que entregar mi carta. Tenía el billete para volar a Barcelona, como cada viernes, y reunirme con mi familia, y era complicado cambiarlo para el mismo día, o para el día siguiente y era costoso el cambio en cualquier caso. Y me fui a Barcelona como tenía previsto con la sensación amarga de haber perdido una oportunidad. Hasta ese punto es de traicionero y de malicioso el fetichismo que la amargura va convirtiéndose cada vez más, en tristeza.
            El domingo 3 de febrero el admirado escritor me envía un correo que jamás olvidaré. Ha leído mi carta, ha descodificado el mensaje de la botella lanzado a la inmensidad del océano y ha convertido con su generosidad, el océano en un charco, la utopía, en una realidad mejor. Todo a su tiempo, esta crónica no termina aquí.

            El 22 de marzo, un viernes previo a semana santa, vuelvo de nuevo al Comercial. Esta vez, para disfrutar de la excelente presentación de un nuevo libro de Vitrubio: La realidad y el deseo (1924 – 1962) de Luis Cernuda. Excelente celebración por los parlamentos iniciales pero sobre todo por el repertorio de lecturas a cargo de los habituales y otros rapsodas de más porte clásico y por ello, con esa sobriedad emocionada y emocionante que rezuma un respeto reverencial a la poesía. Gran idea la del sello de goma con la firma manuscrita de Cernuda, que parecería que te acaba de firmar la obra el propio vate sevillano. El libro además está prologado por Juan Luis Panero e incluye un ensayo al final, Historial de un libro, prácticamente inédito del propio Cernuda en el que explicó el origen, la creación, los acontecimientos y los sucesivos avatares del libro, más allá incluso de su tercera edición en México el año 1958. Un ensayo en el que Cernuda cuenta, no tanto como hizo sus poemas sino, parafraseando palabras de Goethe, cómo los poemas lo hicieron a él.

No me atrevo a decir nada que no esté ya dicho sobre el dandi, incomprendido y díscolo poeta de la generación del 27. Pero sí, al menos dejar aquí una pequeña y muy personal muestra del vasto volumen de casi doscientos noventa poemas. De una etapa inicial amorosa, de Los placeres prohibidos (1931) un fragmento de uno de sus poemas más conocidos: Te quiero.



TE quiero.
Te lo he dicho con el viento,
Jugueteando como animalillo en la arena
O iracundo como órgano tempestuoso;
(…)
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría,
Con el hastío, con las terribles palabras.

Pero así no me basta:
Más allá de la vida,
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor,
Quiero decírtelo con el olvido.

            El viernes 19 de abril, mi amigo, el excelente poeta Paco Moral, presenta otro libro de poesía, Frutas y banderas, con la incombustible Vitrubio y sí, en nuestro Comercial. No puedo quedarme, no estoy presente, él me disculpa, yo le compro cómo no sus versos y él cómo no, me los firma. También hablaré del libro en el apartado de lecturas.
            El 23 de abril, martes, es el gran día de Sant Jordi, día internacional del libro y diada nacional en mi Catalunya querida, un día después, el 24, tengo una visita al Colegio Alemán de Madrid para hablar con nuevos lectores de Saimon y el jueves 25, finalmente, menuda semana, vuelvo al escenario del crimen. Raúl Nieto de la Torre presenta en el Comercial su cuarto libro de poemas, Los pozos del deseo, editado también por Vitrubio. Hasta la fecha, la presentación quizás más espontánea, natural, desenfadada y visceral de las que había disfrutado en el café. De este libro hablaré, como del resto de libros de mis poetas madrileños más adelante en el apartado de lecturas. Y en esta presentación además, conozco al gran escritor cuyo nombre aún no he desvelado pero que algunos de vosotros quizás ya sepáis a estas alturas. Antes empezar, estoy tomando notas en mi moleskine para mi próxima novela cuando lo veo llegar. Cuántas lecturas placenteras, cuántas enseñanzas y pasión por el oficio han provocado en mí ese señor que ahora entra, humilde, cercano y desenvuelto en el rincón de Don Antonio. Ya hemos cruzado algunos mails, yo, obviamente lo conozco pero él, no me conoce aún y el azar hace que se siente en otra mesa y la silla que tengo a mi izquierda continúe vacía. Al final de la magnífica presentación tengo el placer de saludarlo, me identifico y zanjamos nuestro pacto. No puedo evitar encontrar tantos paralelismos, seguramente contaminados por el fetichismo, entre la situación real y la ficticia que el escritor excelente que me sonríe ahora afable ha escrito en sus muchas novelas, esos sueños irrealizables, esos cafés mitificados, esa voluntad de ser otro, o de encontrar a ese intruso que habita en nuestro interior. Ese día, también tengo el placer y el privilegio de charlar un rato con Rafael Soler, con quien ya hemos cruzado algún correo y compartido algún libro posteriormente para comentar su lectura.

Carambola ensordecedora con tacada perfecta en seco, tan fuerte y eléctrica, que el taco al apoyarse sobre el pulgar y entre los dedos índice y corazón de la mano izquierda apoyada sobre el tapete verde, se curva ligeramente por el centro de su longitud después del golpeo.  Es la jugada del día 8 de Mayo, un año después más o menos del sí, te voy a publicar, cuando  me encuentro con mi nuevo editor de Gramática Parda para acabar de cerrar nuestro acuerdo de caballeros. Nos vemos en una terraza frente al Centro de Arte Reina Sofía. Hubiera sido fácil ir al Comercial pero preferimos huir del tópico del autor y el editor en un marco obligado y decidimos deambular a la aventura. La velada es constructiva, natural, afable y esperanzadora. No necesitamos más que la voluntad de seguir gozando de esta locura literaria para continuar adelante en nuestra confabulación, en este caso con nombre propio: Las tres caras de la moneda.
Lunes 3 de junio, fallece la madre de Paco, bendita y bella señora, madre de grandes obras.
Y termino esta suerte de crónica o lo que narices sea con la recepción, el 4 de junio, de la maqueta de mi libro, y hoy 12 de junio, con la enésima relectura y el retorno del archivo pdf anotado para mi editor; que es algo así como cortarle el cordón umbilical a un hijo y emocionarse al oírlo llorar como si el mundo estuviera a punto de terminar, o de empezar.
Tenemos el verano encima, esa cálida bisagra estacional de la vida. Antes, llegará a mis manos mi libro de relatos Las tres caras de la moneda, quedaré con Raúl Nieto, ya padre, y con el admirado escritor a quién, cómo no, le entregaré un ejemplar, vanidoso, torpe y soñador, como si fuera uno de sus personajes. Después vendrá un paréntesis, ese agosto esquivo y al volver, ya nada será lo mismo. 

Solo la literatura, tampoco...


Barcelona, junio de 2013


1 comentario:

  1. He llegit la crònica de dalt a baix i t'he de dir que la trobo molt ben escrita, emocionant, et felicito un altre cop. Tinc ganes de llegir el teu nou llibre de contes. Miraré de buscar-lo.

    ResponderEliminar