Empecé a escribir esta crónica ya en enero pasado. Hace seis meses, menudo cronista atolondrado. Quería que fuera eso, una crónica de acontecimientos transcendentales que ilustrasen mi enfermedad literaria, y salpicarla de una serie de lecturas poéticas, de libros de amigos recientes presentados en el Café Comercial desde entonces. El Café Comercial, uno de los más antiguos de Madrid, fundado en 1887, está en la glorieta de Bilbao, un triángulo encabezado por la calle Sagasta, donde confluyen las calles Luchana y Fuencarral, delimitando los barrios de Chamberí y Malasaña. Este centro neurálgico literario de Madrid ha acogido algunos de esos acontecimientos trascendentales. Lugar de tertulias literarias en el periodo de posguerra, el café de la Edad de Oro de Madrid, se ha convertido en una especie de triángulo de las Bermudas en mi exilio madrileño, donde ocurren cosas extraordinarias. Estuve ya anteriormente algunas veces para comer churros y leer en sus ancianas mesas, pero también para asistir a la presentación del poemario de Paco Moral, Cuando la noche cayó sobre Lisboa, editado por Celesta y que ya comenté entonces en este sitio.
El primero de los
acontecimientos de esta otra etapa reunida en esta crónica deslavazada, un 24
de enero, fue la presentación del libro 55
minutos de Ana Ares editado por Vitrubio. La editorial ocupa todos los
viernes el rincón de Don Antonio, y se ha convertido ya en un cálido paraguas
de poetas y letraheridos entre los que me encuentro, aunque en este caso me
gusta además, considerarme como una especie de corresponsal catalán en Madrid.
Ana Ares, estaba como una niña con vestido y zapatos nuevos. Y muy bien
acompañada por los habituales Pablo Méndez de Vitrubio, Rafael Soler o Antonio
Daganzo entre otros. Leyó poemas del libro de Ana Alejandro Céspedes, poeta
también y gran rapsoda y la propia Ana Ares. La presentación terminó con un
mano a mano de lecturas entre Paco Moral y Zhivka Baltadzhieva, poeta búlgara y
profesora de la complutense que nos hizo un regalo al leer en su lengua un
poema de Ana que yo, mientras lo escuchaba en búlgaro, lo leía en castellano y
lo traducía mentalmente al catalán, y sonaba todo muy bello en mi imaginación de
un mundo en el que las palabras no tenían fronteras políticas.
En
medio de tantos versos, como actos poéticos materializados, han ocurrido unos
pocos hitos en la historia de mi enfermedad de Montano. Carambolas de esas del
destino, aunque hay que decir que yo soy muy de ponerle al destino algunos
tropiezos en su camino, para que al chocar, como bolas de billar, resuenen con
ese chasquido que recuerda a la adolescencia. Esa noche, yo tenía un propósito
extra: entregar una carta a un amigo para que se la hiciera llegar a su vez a
uno de los escritores más grandes de este país y yo diría que de los más
grandes de la segunda mitad del siglo pasado. Una carta que quién sabe, quizás
publique algún día, en alguna parte. En ese marco propicio, cómplice, rodeado
de literatura y el deseo falaz de detener el tiempo en estos mármoles
centenarios, en este café decimonónico con olor a churros y a porras, a
recuerdos de otros libros, de otros pasados inventados; le entregué ese mensaje
en una botella al amigo, también poeta, Raúl Nieto de la Torre. El objetivo de
la carta y el nombre del destinatario no los voy a desvelar en esta crónica.
El
día siguiente, viernes 25 de enero al llegar a casa y abrir el correo, me
encontré con un nuevo mensaje de Asunción Carandell, Ton, para los íntimos.
Llevábamos desde antes de Navidad jugando al gato y al ratón para quedar a
tomar un café. Este es otro ejemplo de ese juego caprichoso de carambolas.
Contactar con ella se lo debo a mi relato Cruixit,
incluido en el libro Propera parada:
Cornellà publicado el año pasado, una obra colectiva de relatos entorno a
la ciudad que da nombre al grupo Aut@rs
de Cornellà al que pertenezco. Entre medias, otra carambola fue que Ton
supiera de mi relato a través de Anna Salvia, directora de la biblioteca Marta
Mata de Cornellà. En mi relato hablo de mi infancia y de mi etapa escolar, hace
casi cuarenta años, en los inicios de la transición. Hablo de Ton, que fue
maestra en mi colegio y entre otros, cito a su difunto marido, el enorme poeta
José Agustín Goytisolo. Y esa misma noche nos llamamos y fijamos la cita.
La tarde del sábado 26 de enero,
estuve tomando el café con Ton Carandell en su casa, la que fuera también la
casa de José Agustín, en la calle Marià Cubí de Barcelona.
Me
arrellané en la gentil y hospitalaria calidez de Ton, que me hizo sentir como
si ya hubiera estado allí mil veces de visita. Quedamos para hablar de nuestro
colegio, de aquella inolvidable transición en una ciudad obrera, catalana y muy
de izquierdas como era y es Cornellà, para explicarle los detalles del relato
largo en el que la cito, para contarle cosas de mi faceta de escritor, ese que
ya quería ser de niño, le interesaba que le contara mis proyectos. Y así lo hice.
A pesar de ello, hablamos también con toda naturalidad del difunto esposo, de
José Agustín, aún tan vivo en nuestra memoria. Le llevé todos los libros que
tengo de él y sobre él, y le leí alguna de mis notas para certificar cómo es de
caprichoso el destino, por el recuerdo íntimo de aquel niño encantado frente al
poeta y mantenido durante toda una vida.
No,
no voy a citar Palabras para Julia, porque
con ese poema inolvidable y la ayuda del gran Paco Ibáñez, José Agustín
consiguió lo que pretendía con estos otros versos suyos:
Hay quien lee y quien canta poemas que
yo hice
Y quien piensa que soy un escritor
notable.
Prefiero que recuerden algunos de mis
versos
Y que olviden mi nombre. Los poemas son
mi orgullo.
(“El poema: no yo”)
Quizás a él lo olvidó el común de
los mortales. Pero los que hemos tenido sus poemas como una especie de banda
sonora de nuestras vidas, lo recordaremos siempre.
Y las casi tres horas me pasaron
volando. Vi fotografías antiguas en las paredes, me gustó especialmente una de
un José Agustín niño y sonriente, tanto, que no pude evitar pensar que la foto
es anterior a la tragedia de perder a su madre, Julia Gay. Y miraba sus papeles
y esos libros expuestos en vitrinas, seguramente del marido ausente hace ya catorce
años. Terminaba la visita e iba dejándome llevar por la inercia descendente del
adiós, triste solo por dentro, como el niño al que se le termina, siempre antes
de tiempo, su paseo en tío vivo. Y nos emplazamos con Ton a una nueva visita,
ya veremos cuándo. Seguramente con un nuevo libro como excusa.
El viernes 1 de febrero, Raúl Nieto,
me llamó para invitarme a tomar unas cervezas con el grandísimo escritor a
quien tenía que entregar mi carta. Tenía el billete para volar a Barcelona,
como cada viernes, y reunirme con mi familia, y era complicado cambiarlo para
el mismo día, o para el día siguiente y era costoso el cambio en cualquier caso.
Y me fui a Barcelona como tenía previsto con la sensación amarga de haber
perdido una oportunidad. Hasta ese punto es de traicionero y de malicioso el
fetichismo que la amargura va convirtiéndose cada vez más, en tristeza.
El domingo 3 de febrero el admirado
escritor me envía un correo que jamás olvidaré. Ha leído mi carta, ha descodificado
el mensaje de la botella lanzado a la inmensidad del océano y ha convertido con
su generosidad, el océano en un charco, la utopía, en una realidad mejor. Todo
a su tiempo, esta crónica no termina aquí.
El 22 de marzo, un viernes previo a
semana santa, vuelvo de nuevo al Comercial. Esta vez, para disfrutar de la
excelente presentación de un nuevo libro de Vitrubio: La realidad y el deseo (1924 – 1962) de Luis Cernuda. Excelente celebración
por los parlamentos iniciales pero sobre todo por el repertorio de lecturas a
cargo de los habituales y otros rapsodas de más porte clásico y por ello, con
esa sobriedad emocionada y emocionante que rezuma un respeto reverencial a la
poesía. Gran idea la del sello de goma con la firma manuscrita de Cernuda, que
parecería que te acaba de firmar la obra el propio vate sevillano. El libro
además está prologado por Juan Luis Panero e incluye un ensayo al final, Historial de un libro, prácticamente
inédito del propio Cernuda en el que explicó el origen, la creación, los
acontecimientos y los sucesivos avatares del libro, más allá incluso de su
tercera edición en México el año 1958. Un ensayo en el que Cernuda cuenta, no
tanto como hizo sus poemas sino, parafraseando palabras de Goethe, cómo los
poemas lo hicieron a él.
No
me atrevo a decir nada que no esté ya dicho sobre el dandi, incomprendido y
díscolo poeta de la generación del 27. Pero sí, al menos dejar aquí una pequeña
y muy personal muestra del vasto volumen de casi doscientos noventa poemas. De
una etapa inicial amorosa, de Los
placeres prohibidos (1931) un fragmento de uno de sus poemas más conocidos:
Te quiero.
TE quiero.
Te lo he dicho con el viento,
Jugueteando como animalillo en la arena
O iracundo como órgano tempestuoso;
(…)
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría,
Con el hastío, con las terribles
palabras.
Pero así no me basta:
Más allá de la vida,
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor,
Quiero decírtelo con el olvido.
El viernes 19 de abril, mi amigo, el
excelente poeta Paco Moral, presenta otro libro de poesía, Frutas y banderas, con la incombustible Vitrubio y sí, en nuestro
Comercial. No puedo quedarme, no estoy presente, él me disculpa, yo le compro
cómo no sus versos y él cómo no, me los firma. También hablaré del libro en el
apartado de lecturas.
El 23 de abril, martes, es el gran
día de Sant Jordi, día internacional del libro y diada nacional en mi Catalunya
querida, un día después, el 24, tengo una visita al Colegio Alemán de Madrid
para hablar con nuevos lectores de Saimon y el jueves 25, finalmente, menuda
semana, vuelvo al escenario del crimen. Raúl Nieto de la Torre presenta en el
Comercial su cuarto libro de poemas, Los
pozos del deseo, editado también por Vitrubio. Hasta la fecha, la
presentación quizás más espontánea, natural, desenfadada y visceral de las que
había disfrutado en el café. De este libro hablaré, como del resto de libros de
mis poetas madrileños más adelante en el apartado de lecturas. Y en esta
presentación además, conozco al gran escritor cuyo nombre aún no he desvelado
pero que algunos de vosotros quizás ya sepáis a estas alturas. Antes empezar,
estoy tomando notas en mi moleskine para
mi próxima novela cuando lo veo llegar. Cuántas lecturas placenteras, cuántas
enseñanzas y pasión por el oficio han provocado en mí ese señor que ahora
entra, humilde, cercano y desenvuelto en el rincón de Don Antonio. Ya hemos
cruzado algunos mails, yo, obviamente lo conozco pero él, no me conoce aún y el
azar hace que se siente en otra mesa y la silla que tengo a mi izquierda
continúe vacía. Al final de la magnífica presentación tengo el placer de
saludarlo, me identifico y zanjamos nuestro pacto. No puedo evitar encontrar
tantos paralelismos, seguramente contaminados por el fetichismo, entre la
situación real y la ficticia que el escritor excelente que me sonríe ahora
afable ha escrito en sus muchas novelas, esos sueños irrealizables, esos cafés
mitificados, esa voluntad de ser otro, o de encontrar a ese intruso que habita
en nuestro interior. Ese día, también tengo el placer y el privilegio de
charlar un rato con Rafael Soler, con quien ya hemos cruzado algún correo y
compartido algún libro posteriormente para comentar su lectura.
Carambola
ensordecedora con tacada perfecta en seco, tan fuerte y eléctrica, que el taco
al apoyarse sobre el pulgar y entre los dedos índice y corazón de la mano
izquierda apoyada sobre el tapete verde, se curva ligeramente por el centro de
su longitud después del golpeo. Es la
jugada del día 8 de Mayo, un año después más o menos del sí, te voy a publicar,
cuando me encuentro con mi nuevo editor de
Gramática Parda para acabar de cerrar nuestro acuerdo de caballeros. Nos vemos
en una terraza frente al Centro de Arte Reina Sofía. Hubiera sido fácil ir al
Comercial pero preferimos huir del tópico del autor y el editor en un marco
obligado y decidimos deambular a la aventura. La velada es constructiva,
natural, afable y esperanzadora. No necesitamos más que la voluntad de seguir
gozando de esta locura literaria para continuar adelante en nuestra
confabulación, en este caso con nombre propio: Las tres caras de la moneda.
Lunes
3 de junio, fallece la madre de Paco, bendita y bella señora, madre de grandes
obras.
Y termino esta suerte de crónica o
lo que narices sea con la recepción, el 4 de junio, de la maqueta de mi libro,
y hoy 12 de junio, con la enésima relectura y el retorno del archivo pdf
anotado para mi editor; que es algo así como cortarle el cordón umbilical a un
hijo y emocionarse al oírlo llorar como si el mundo estuviera a punto de
terminar, o de empezar.
Tenemos el verano encima, esa cálida
bisagra estacional de la vida. Antes, llegará a mis manos mi libro de relatos Las tres caras de la moneda, quedaré con
Raúl Nieto, ya padre, y con el admirado escritor a quién, cómo no, le entregaré
un ejemplar, vanidoso, torpe y soñador, como si fuera uno de sus personajes.
Después vendrá un paréntesis, ese agosto esquivo y al volver, ya nada será lo
mismo.
He llegit la crònica de dalt a baix i t'he de dir que la trobo molt ben escrita, emocionant, et felicito un altre cop. Tinc ganes de llegir el teu nou llibre de contes. Miraré de buscar-lo.
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