Dialogando en el Café Salambó

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sábado, 10 de diciembre de 2011

El ciclista de Chernóbil

 
No querría resultar grandilocuente, tópico o directamente adulador cual babosa indocumentada y probablemente acabe cayendo en todo ello porque la novela me parece impecable, genial, un verdadero modelo del difícil oficio de narrador.
Lo evidente en la novela, y nadie mejor que mi amigo Javier, el autor, lo sabe, es el gran trabajo de documentación que hay detrás. Javier ha viajado a Pripyat u otros lugares cercanos, ha conocido a algunos verdaderos protagonistas como los que cita en el epílogo, ha tenido que contrastar datos científicos con la precisión con que los cita. Y con todo ello ha conseguido que lo que para muchos, al menos para mí, que cuando ocurrió el desastre tenía veintiún años, fue un mazazo todavía incomprensible, porque la información que nos llegaba a España debía estar mediatizada por los medios y los políticos; sea ahora una historia entendida desde el más humano de los puntos de vista. Era la época del
¿Nuclear? No gracias. La novela es un homenaje a la vida y a la capacidad del ser humano de convertirse en ave fénix frente al desastre.
Pero lo que más me ha gustado es lo más difícil y meritorio, creo yo, en este oficio nuestro, como es la manera en que se cuenta la historia de Vasia y del desastre en general. Esa manera llena de elipsis, todo lo que transmite la narración sin decirlo todo, esa capacidad de sobrecogerse desde el vacío. No caer en lo lacrimógeno, en el fácil sensacionalismo de la tragedia. Esa habilidad me ha recordado, salvando las diferencias temáticas, aunque ambas novelas puedan guardar algún parentesco en la ficción, a la habilidad de Cormac McCarthy en "La carretera". Y ya sé que en esto de la literatura siempre caemos en las comparaciones pero es inevitable por otra parte que relaciones unos libros con otros y yo, no he podido evitar acordarme de ese libro sólo en ese uso de la voz narrativa, porque sumando todos los factores de la novela, la tuya me parece mejor. Y me quedo tan ancho afirmándolo, lo aseguro. Tal es ese manejo del silencio, que por ejemplo, cuando al final estás esperando que la novela cuente algún detalle más sobre la muerte de Vasia, sólo encuentras una imagen: el signo de la cruz latina en una mesa, hecho por una mujer anónima al pie de la foto de Vasia. Eso es todo, entiendes que debe ser así, que no es la novela de UN héroe, sino la de muchos héroes, la de todos aquellos que resistieron al cruel veneno nuclear de la muerte. Y Vasia es sólo, nada más y nada menos que un personaje excepcional, una referencia del mérito humano de aquellas gentes.

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