Dialogando en el Café Salambó

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miércoles, 29 de julio de 2015

Cierra el Café Comercial de Madrid


No voy a entrar en cuestiones políticas y en la protesta fácil sobre el cierre del Café Comercial de Madrid, y menos hoy, el mismo día en el que la valiente Carmena ha sido capaz de frenar más de dos mil desahucios. Seguramente en este caso es más bien una cuestión privada de la familia de propietarios, que tras al menos siete generaciones ha mantenido con vida este lugar emblemático de la cultura de la ciudad. Y puedo asegurar que de ello estaban orgullosos algunos de los dueños con los que pude hablar en alguna ocasión.
Hoy solo quiero lamentar el cierre y evocar el recuerdo, quizás el último reducto de justicia que nos queda frente a la inexorable barbarie del tiempo. Durante los cuatro años y medio que viví en Madrid, el Café Comercial fue para mí un refugio y una parada obligada. Allí terminé de leer más de un libro, y de emborronar alguna Moleskine. Allí asistí a numerosas lecturas y presentaciones. Sentado en sus mesas degusté las fenomenales porras con chocolate, departí con amigos e imaginé un tiempo mejor en el que la literatura era imprescindible para respirar. De allí salió la amistad con los incondicionales de la editorial Vitrubio, que ocupaba un espacio importante en la planta de arriba, y la de los excelentes escritores Paco Moral, Ana Ares, Rafael Soler, Raúl Nieto de la Torre o Antonio Ferrer. Me dejo alguno, seguro. Allí yo fui un catalán bien acogido, a la madrileña, con cañas y campechanía de por medio. Allí soñé con un premio nacional que pudo ser y que ya jamás será.
En el Café Comercial viví uno de los días más grandes de mi humildísima carrera literaria, 7 de noviembre de 2013, cuando el inmenso escritor, mi admirado amigo y maestro Luis Landero presentó mi último libro Las tres caras de la moneda. Fue en la planta de arriba, para los incondicionales y nostálgicos, y en honor a la historia, en el rincón de don Antonio (Machado). Y fueron testigos mis muchos amigos de las editoriales Santillana, Alfaguara, Gramática Parda y tantos otros a los que tanto cariño debo agradecer.
Imposible olvidarlo. Imposible ya volver.
Es cierto lo que dice Marcos Ordóñez hoy en El País, que hay otros muchos rincones literarios en Madrid, una de las razones por las que un letraherido como yo mantiene un íntimo e invisible cordón umbilical con la ciudad. Pero no es menos cierto que el Comercial ya no, que el Café Comercial cierra su honrada y eterna puerta giratoria. Y como cuando se te muere alguien querido, hay que llorarlo y recordar lo grande que era. Descanse en la paz imborrable del recuerdo, este santuario de la literatura.

miércoles, 15 de julio de 2015

Reseña de Simón, no; Saimon

Simón, no; Saimon” de Jorge Gamero.
Editorial Alfaguara. (Tercera edición, 2014)

He leído “el Saimon”, (como lo llaman los alumnos), casi de un tirón y lo que he encontrado, por encima de todo es una enorme sensibilidad del autor hacia nuestra profesión. En este libro, Jorge Gamero demuestra conocer perfectamente el funcionamiento interno de los institutos de secundaria y ha sabido retratar con respeto y delicadeza, la pluralidad de perfiles humanos que conviven en un centro educativo.
La trama plantea una situación de maltrato familiar y acoso escolar en que un profesor se convierte en víctima de un alumno que, a su vez, lo es de su propio padre. Las consecuencias de la violencia doméstica sobre un adolescente y el traslado de esta violencia al entorno escolar es, la base argumental de la novela. Situaciones como esta, afortunadamente, puntuales y asiladas, pero gravísimas, exigen la implicación de todos los agentes educativos pero, por desgracia, esta solo será eficaz si se encauza a través de una atención individualizada, cercana y comprometida como la que el autor nos muestra.
En mi opinión la originalidad del planteamiento radica en la presentación de la diversidad de reacciones de los protagonistas ante un mismo conflicto y, especialmente, en el retrato de las vivencias de los adultos, que se aleja de estereotipos comunes y los “humaniza” a los ojos de los adolescentes. En este sentido aporta una imagen del profesorado que les aproxima a una realidad a menudo ignorada: que las circunstancias personales que pueden condicionar las actitudes y el rendimiento de los alumnos les preocupan y muchas veces les afectan y que su trabajo, además de la transmisión de conocimientos, implica la colaboración en el progreso de cada uno de ellos.
La novela, cuyo tiempo interno se corresponde con un curso escolar completo, se estructura en dos partes equilibradas tanto en extensión como en intensidad del contenido. El interés del relato aumenta progresivamente en cada capítulo a medida que se va enriqueciendo con las pequeñas historias paralelas que se incorporan y que después irán confluyendo en la principal. Es un planteamiento complejo que el autor ha sabido utilizar en la medida justa, sin que con ello se pierda la tensión narrativa. El incremento de la intriga basado en lo que “Ángel” y “Saimon” ocultan, (“lo que ocurrió aquella noche”), y que se desvela más allá del desenlace, empujan a leer “con urgencia” hasta el final. Así, el clímax que se alcanza en el capítulo seis, al final de la primera parte, con la enigmática desaparición del profesor “Ángel”, se mantiene veladamente y se recupera en el once, al final de la segunda parte.
La caracterización de los personajes es fundamental. Creo que la presentación indirecta y progresiva, sencilla pero no simple, apoyada en las acciones y comentarios de los propios personajes más que en el retrato externo, facilita a los lectores adolescentes el reconocimiento y la identificación en la novela de muchos elementos de su entorno inmediato. El realismo del vocabulario y las expresiones que se ponen en boca de los alumnos, las conversaciones entre ellos, entre los profesores, con los padres, etc., manejado con gran habilidad por el autor, contribuye decisivamente en la proyección del lector, y, en este caso, “engancha” desde el principio.
En cuanto al punto de vista narrativo, el uso de la tercera persona omnisciente, favorece el protagonismo coral, basado en la intersección de conflictos entre los tres personajes principales, y, en mi opinión, evita que el relato caiga en el melodramatismo. Además permite al autor, hacer oír su voz a través del narrador e incluir reflexiones (que, dicho sea de paso, comparto plenamente), sobre la educación en general, por ejemplo cuando compara la experiencia como estudiantes que tuvieron los profesores con la situación y las actitudes de sus actuales alumnos o los comentarios sobre la utilidad/inutilidad del conocimiento y dominio de la lengua, la comunicación verbal, la evolución del concepto de “éxito” en nuestra sociedad, etc., o sobre el funcionamiento y las carencias del sistema educativo.
Para terminar, encontramos una cita esencial de Sócrates, sabiamente elegida a modo de conclusión, que constata, una vez más, la importancia que tiene la educación para el autor, y lo hace doblemente: por una parte, el hecho de que sea el alumno protagonista del conflicto quien la escoge para que sea expuesta “en un sitio que se vea bien” ya a final de curso y tras una reveladora conversación con el director, pone de manifiesto su transformación y en cierto modo ejemplifica la auténtica idea de éxito personal (en contraste con la idea más superficial asociada al personaje de “Lolita”). El alumno conflictivo, el “eterno expulsado” no es desahuciado, sino que gracias el apoyo colectivo y a la colaboración positiva del entorno se reintegrará nuevamente al sistema y será capaz de tomar las riendas de su propia vida: su decisión de repetir curso, se presenta aquí como una oportunidad de recuperar el tiempo perdido y revela la voluntad de afrontar con seriedad y madurez el propio futuro. Por otra parte, el contenido de la misma, nos recuerda que las actitudes displicentes de los jóvenes hacia las convenciones transmitidas por los adultos que tenemos la responsabilidad de educarlos y formarlos humana e intelectualmente se han mantenido a través de los siglos, del mismo modo que la visión negativa que de ello tenemos, muchas veces, los adultos. Pero el conflicto no debe tener la última palabra y nos corresponde a nosotros, asumir el compromiso de gestionarlas para que los jóvenes puedan llegar a ser, incluso en las circunstancias más adversas, la mejor versión de sí mismos.
En el trasfondo de la novela subyace un valor fundamental: la confianza en los educadores y en la voluntad de las personas de comprometerse con su profesión, con los demás y consigo mismos.
Creo que este es el mensaje.
Agradezco a Jorge Gamero, la creación de esta novela, pensada y escrita para un público adolescente, que plantea con naturalidad y sin prejuicios, la delicada problemática del acoso, el maltrato, las rencillas, el desánimo y las múltiples dificultades que presenta a diario la vida escolar, pero también la entrega, la perseverancia y el compromiso, desde la diversidad de ángulos que se muestran en la obra, y, especialmente, cómo dije al principio, su sensibilidad, su interés y su enorme respeto hacia la labor docente.

Àngels Campos Martínez
Lda. En Filología Hispánica

Profesora de Lengua castellana y literatura.