Dialogando en el Café Salambó

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sábado, 21 de mayo de 2016

La última vuelta del perro.

La última vuelta del perro
Jorge Rodríguez Hidalgo
Barcelona, 1ª edición de febrero de 2016
Colección Lo real. Novela
Excodra Editorial

ISBN: 978-84-943593-3-0

Las mejores deudas pendientes son aquellas que nadie espera, las que no debes a nadie, las que uno siente que debe cumplir con uno mismo. Porque a uno mismo, es al primero al que uno debe rendir cuentas. Esta es una de ellas: decir algo, de lo dicho entonces y de lo que ahora, pudiera añadir sobre esta novela, que es una suerte de honestidad literaria con lo ocurrido en las cloacas de aquella no tan lejana Barcelona olímpica; y sobre su autor, Jorge Rodríguez Hidalgo, alguien por encima de las deudas, incluso de las que la justicia de la crítica, si la hubiere; le deben a él, olímpicamente.

Esta novela, que editó por primera vez la Editorial Maghenta en el 2007, y que antes estuvo en las quinielas de todo un Premio Nadal, ha vuelto a editarse ahora con Excodra de la mano de Rubén Darío Fernández, uno de esos editores heroicos que andan flotando en el océano del sistema. Una de las presentaciones tuvo lugar el pasado sábado 16 de abril en la Llibreria La Malvasia de Llibres. Una librería que bien podría llamarse La única, por serlo, en esa maravillosa población de Sitges, que a pesar de la circunstancia, tan culta y artística fue siempre.

Cuando Jorge me invitó a sentarme junto a él y Roberto R. Bravo para hablar de su novela, le sugerí que mi papel en esta presentación fuera más personal, que de análisis literario. En primer lugar porque Roberto R. Bravo ya es un experto ex profesor universitario de literatura, y en segundo lugar porque después de tantos años, haberme reencontrado con Jorge bien valía una intervención más emotiva que técnica. Ya en la presentación de su poemario El follador del puerto (Carmen adentro) en esta misma librería el pasado mes de noviembre de 2015, me hubiera gustado evocar algunos recuerdos.
De todos modos, no pude resistirme a decir algunas pocas cosas de la novela que entonces, volví a leer de un tirón.

Sobre el contenido.
La última vuelta del perro es una novela sobre el desarraigo y la explotación, sobre el sueño roto de algunos emigrantes que creyeron que iban a encontrar el paraíso y se vieron convertidos en esclavos de la modernidad. El contexto de la Barcelona olímpica fue un caldo de cultivo excelente para ello. Había que terminar las obras a cualquier precio, y luego, pagarlo entre todos, barrer la mierda, cambiarla más bien de sitio, para no manchar la imagen de la ciudad, silenciar los primeros casos de sida (un virus extraño, decían), esconder a las prostitutas, pero no demasiado, para tenerlas a mano.
Pero también es una novela sobre la osadía de quienes teniendo una preparación intelectual, como Ramiro, el perio-poeta frustrado, decidieron no reírle las gracias al sistema,  y no solo no torcer el brazo ante el espejismo de la modernidad de una nacionalidad excluyente, sino directamente tomar partido, elegir bando. Nótese que Jorge es periodista y poeta… por cierto, pero no frustrado…
Estos días pensaba que a Francisco Candel, que no pudo leer esta novela ya que falleció el mismo año de su publicación, en 2007; le hubiera gustado leerla y habría compartido la punzada de su denuncia. A otros les pareció una novela truculenta… cuando lo truculento es precisamente haber silenciado esa atmósfera de submundo bajo los fastos olímpicos que describe. Truculento es que por haber sido una novela que podría resultar molesta, incómoda para los mangoneadores, o sea, para los manguis del poder, el poder editorial; la dejara por dos veces, en las quinielas del prestigioso Premio Nadal, ahí es nada…
Y sobre todo es la historia de Rosario, de Antonio, condenados a la sordidez y la fagocitación del sistema, pero en el fondo libres de amar, odiar y sufrir y propietarios de sus vidas.
La novela, de alguna manera también es una novela sobre la muerte, la palabra aparece hasta seis veces en la primera página. Una muerte sin embargo planteada como redención y rebeldía.

Sobre la forma.
Como bien sabemos, todo argumento es banal, solo la forma en que se cuenta, importa. Pues bien, para mí, el mayor elogio que puedo hacer a Jorge es que lo que más me interesa de la novela, es la forma, más que el tema, y que creo que en la forma en este caso, está el logro.
La narrativa de Jorge es precisa, contundente, sin concesiones al artificio o al trampantojo en el que tan a menudo solemos caer los aprendices de esto de la literatura. Cuando tiene que denunciar el exceso, lo hace como un verdadero periodista de la realidad sin sueldo: Ex convictos sin posibilidad de redención; estraperlistas de Winston y Marlboro; putas; homosexuales; políticos revolucionarios; artistas sutilísimos, algunos de ellos autores de importantes obras que firmaban nombres ilustres; pobres cuyo aspecto afeaba la nueva estética; ciudadanos pasivos que no acudían a os festejos populares; mujeres estériles…. La relación de seres no afectos a los nuevos tiempos aumentaba continuamente debido a la facilidad con que eran identificados. Una vez localizados, el trabajo de los guardianes de la moral consistía en mostrarles el lugar en el que debían recluirse mientras la vida oficial preparaba y festejaba su triunfo.
Es veraz cuando les da la voz a los personajes principales, a los desarraigados, y transcribe su habla sin complejos, lo que me parece un efecto de valentía y honestidad por su parte: Estás agilipollao, coño. Er niño t’está devorviendo encima y tú estás ahí pasmao –gritó Rosario con tal vehemencia que derramó parte de la manzanilla que había preparado- Mañana, sin farta, hay que llamar ar meico, que pa eso tienes la cartilla der seguro.
O cuando Antonio, en un momento de lucidez, le dice a un relamido profesor universitario al que visitan junto a su amigo Ramiro: Usté perdone, pero entavía hay luz. Y a lo que yo iba: yo pensaba que los que andáis siempre entre libros erais… no sé, pues como la autoridá, que está siempre pendiente de los que no sabemos hacer la o con un canuto. Pero a lo visto, ustedes sois peores aún, porque además sus decís unas cosas mu raras o mu finas que vienen a ser como si yo digo, y usté perdone, “me cago’n tu puta madre”, ¿verdad? Ahora, cuando sus juntáis en maná, en igual de darle al pico sacáis la mano y si una perdía como mi Rosario pasa por vuestra vera, ¡paf!, hostión que te crio, que hay que ver, y no digo que usté l’haya hecho, ¡cómo me dejaron a mi Rosario!, hechica un harapo. Y dígame usté, ¿quién le quita el susto a la criatura?, porque los moraos, oiga usté, los moraos no hay quien se los limpie, ni ustés, que se conoce que sois tan aficionados a la limpieza.
Y cuando tiene que ser poeta, porque lo es, suma verdad con un delicioso lirismo elevando el texto a la categoría de magistral: Lloraban los tres degenerados inútilmente porque los ríos de la desdicha colmaban a esa misma hora infinitos cauces en la ciudad. Lloraban un llanto que a nadie importaba. Incapaces de producir compasión en quienes los veían caminar indecisos, provocaban, no obstante, la sospecha por su sola presencia y la consiguiente repulsión. Fuera del trabajo, los reptiles se conducían con dificultad. Después del trabajo, más trabajo; después de los hombres, el hombre, los niños. ¿Pero en qué consiste el tiempo, la vida, cuando nada tienes que hacer? Después de limpiarle la casa al señorito, te cierran la puerta, y adiós. “¡Adiós, adiós!”, decían los reptiles, embadurnados de angustia y miedo, a ese futuro que a empellones los estaba echando de la mala vida. “¡Adiós, adiós!”, repetían, atrapados por los incisivos hambrientos de la vida peor.

En definitiva, impecable, una línea narrativa sin altibajos, que mantiene el discurso enrabietado y directo, pasando por diferentes matices o registros que se enriquecen entre sí.


Sobre el autor, sobre nosotros.

Jorge y yo nos conocimos cuando yo tenía 18 años y él 22. Hoy, cuatro años de diferencia no se notan, digo yo, pero entonces él ya iba por delante en casi todo. Por delante incluso de la detección de la miseria humana y política. Lo decía en su día a día, y lo encumbraba en su poesía.
Compartíamos el barrio, y los orígenes como hijos de emigrantes andaluces, pero la admiración absoluta era mía… Yo empezaba a estudiar filología, él ya era periodista. Ya entonces Jorge me parecía un gran poeta, lo más cercano a lo que hoy día uno ya es capaz de discernir como un poeta de verdad. A él le debo haberme acercado entonces a grandes como Blas de Otero, Ángel González, José Agustín Goytisolo y tantos otros.
Éramos tres parejas de amigos, nosotros y Francisco, Pepi, Marisol y Ángela, compartíamos el sueño del amor y de otra vida posible y hasta aquí hemos llegado, con los sueños en su sitio y el amor a salvo.
Y compartimos el fútbol, hoy ya, también en su sitio, y el flamenco, y la mili, con esas cartas inolvidables y magistrales, rescatadas estos días de una caja de cartón que ya sabía de la inteligencia del azar.
Y vino el regreso, y el distanciamiento, y ahora el reencuentro, inevitable.


Estar aquí después de tantos años y toda esta historia, es un premio a la verdad. Otra cosa es haber estado a no a la altura de la novela, pero sí de la amistad, que es lo que de verdad importa.
Compadre, nos vemos en la siguiente caña, en el siguiente verso, en el siguiente libro, en el siguiente quejido del alma, siempre que sea necesario y encarte.