Marienbad eléctrico
Enrique Vila-Matas
Barcelona, 1ª edición, febrero de 2016
Colección Biblioteca Breve
Editorial Seix Barral S.A.
ISBN: 978-84-322-2578-9
Recientemente yo escribía sobre la vanidad
en este oficio de la escritura con motivo del lanzamiento de la antología de
relatos, Los días lábiles, Stonberg
Editorial, cuya autoría colectiva, corresponde al Club Marina de escritores,
del que me honra formar parte. Mostraba como excepcional a este grupo de
escritores, no sé si excepcionales, eso le corresponde decirlo al lector. Y lo
hacía porque es rara la armonía entre amistad y literatura en un contexto en el
que lo normal es mirarse de reojo, con recelo, con la utópica voluntad de ser únicos,
los primeros, originales… menudo despropósito después tantos grandes inimitables.
No voy a hacer listas, aunque les aseguro que Enrique Vila-Matas estaría
incluido en ellas.
Y me sorprende una vez más el raro e
imprescindible Vila-Matas, para poner luz y acompañarme en mis reflexiones de esta
extraña forma de vida que es la literatura. Acabo de leer estos días Marienbad eléctrico, que contiene una
rareza más, aunque no lo es tanto según mi parecer y experiencia; la ruptura
del tópico de la difícil sincronía entre amistad y literatura a la que me
refería al principio. Seguramente, en este libro a medio camino entre lo
biográfico, lo reflexivo y lo ensayístico, híbrido una vez más al fin y al
cabo, encontramos la defensa a ultranza de la amistad entre letraheridos como
algo nutritivo, y creativo por lo tanto. Seguramente en esta convicción, tuvo
mucho que ver Marguerite Duras, que le haría de casera y referente literario cuando
el joven Vila-Matas, allá por los años setenta, acudiera a París sin saber qué
quería escribir aún.
Por un lado está la evidencia del
enriquecimiento mutuo, cuando dos cautivos del arte comparten el objeto, ya sea
libro, película, música o pintura. Nutrirse del equívoco, de los felices
equívocos creativos entrambos, de la discrepancia. No en vano, las amistades de
Vila-Matas suelen iniciarse con el debate encontrado, con las diferentes formas
de interpretar lo mismo. Nutrirse de la interpretación del otro e incluso crear
una tercera interpretación que es la suma de las dos. La amistad literaria se
nutre del diálogo, del difícil arte de conversar. Y en lugares propicios, como
por ejemplo el Café Bonaparte de París.
Así, Vila-Matas nos cuenta en Marienbad eléctrico, su relación de
amistad con Dominique González-Foerster, prestigiosa artista francesa que como
él, transita por el arte con obras atrevidas y huidizas de los cánones de los géneros establecidos. Y nos explica sus encuentros en el Café Bonaparte
de París, o en la exposición Splendid
Hotel en el Palacio de Cristal en la que la ausencia, se convierte en el quid de la cuestión. Una ausencia que
hace recordar al escritor una de sus ficciones obsesivas, ser el único huésped
de una única habitación de hotel, o como en otras ocasiones, tener solo a un
espectador entre un público ausente, que acudiera a escuchar una de sus conferencias.
Pero esa relación entre Dominique y Vila-Matas, no se fundamenta solo en sus
encuentros en persona, sino también en la armonía de su capacidad de
interpretar un libro por separado, una obra de arte o lo que fuere, un
pensamiento ficcional que a la postre, provoca coincidencias inauditas. Una
relación, eléctrica, que conecta o desconecta de manera intermitente, impulsada
por un juego azaroso que el mismo arte impulsa de manera autónoma. Y como en Kassel no invita a la lógica, Vila-Matas
vuelve a la reflexión del arte contemporáneo.
Se trata de un relación en la que no hay
rivalidad ni se compite por nada. Para crecer como artista uno debe regurgitar
la obra de otros y reelaborarla, esto en lo que Vila-Matas siempre insiste como
autor que descubre a otros, o los reinventa, y que los lee de otra manera
distinta a la que los lee el común de los mortales. Por eso le viene muy bien
una de sus muchas citas recurrentes, la del poeta Rimbaud, je est autre, yo es otro, el resultado de lo que otros han sido a
través de sus obras, podríamos deducir. Así, junto a Dominique, investigan el
misterio de la creación literaria y concretamente de las múltiples técnicas de
escritura. Reutilizar materiales ya producidos, trasladarlos de un sitio a
otro, esas sinapsis, dice Vila-Matas, resignifican
lo que empezaba a vaciarse de contenido.
Y cita también a Gombrowicz, a quien
Vila-Matas atribuye la capacidad del atrevimiento, el mismo que el se
permitiera al interpretarlo incluso antes de leerlo con profundidad, para
descubrir, una vez leído, que era tanto más distinto de lo imaginado y hace
suya la afirmación del polaco-argentino: yo
no era nada, por lo tanto podía permitírmelo todo.
En definitiva, Mareinbad eléctrico son cien páginas en las que ilustra una vez más
su teoría del uso de las citas de otros, a veces incluso distorsionadas, al más
puro estilo Borgiano, la técnica con la que ha ido construyendo su narrativa.
Una forma de exponer dice él mismo, que
mi falsa erudición funcionara como una sintaxis. Construir un texto híbrido
de otros textos de otros autores y de su propia interpretación como reciclador,
mostrar la admiración, algo impropio en el tópico, porque escribir
la admiración hacia todos ellos, es al mismo tiempo, respetarlos.
Compartir, quien lo probó lo sabe… en
tantas tertulias, Gijón, Comercial, Salambó, pero incluso en un café irlandés a
media tarde, en la cafetería de la facultad, aún recuerdo aquello de la luz es una ráfaga de ojos que alguien
que quiso ser anónimo escribió en una pared, en la cafetería de una librería;
de sitios así han salido grandes ideas, y se han perdido teorías para elaborar
otras nuevas.
Escribir dando vueltas y más vueltas a la
sopa caliente, como dice Vila-Matas que dice Walser, dar vueltas a aquello de
lo que realmente queremos hablar para terminar hablando de otra cosa,
aparentemente accesoria pero definitiva y definitoria del escritor que somos.
Yo por ejemplo, sin ir más lejos, aquí y
ahora, que me escribo y me hablo encima para sentir el placer de dejarme ir,
ser yo mismo desde los otros. Solo Vila-Matas, autor y personaje a un tiempo de
su propia obra tiene la capacidad de nutrirme, de provocarme la incontinencia,
de atreverme a crear, y creer, que la amistad literaria, también es posible
entre autor y lector, ambas caras, en diferentes momentos y al mismo tiempo del
mismo mal de Montano. Por eso puedo entender perfectamente a Dominique.