Dialogando en el Café Salambó

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martes, 25 de agosto de 2015

Lengua de orangután, de Iván Humanes





Lengua de orangután
Iván Humanes
Barcelona, 1ª edición de marzo de 2015
Editorial Base
ISBN: 978-84-15706-42-7



Esta es una reseña escrita a cuatro manos. La inteligencia del azar ha querido que Àngels Campos y yo leyéramos Lengua de orangután al mismo tiempo, que su autor, por diferentes caminos estuviera relacionado con ambos y finalmente, que las características de este libro poliédrico, surrealista y provocador necesitara, ¿por qué no? de dos lectores empedernidos para comentarlo. Como el protagonista es un simio, un orangután concretamente, nosotros hemos jugado a ser Jane y Tarzán, llevando de la mano a la traviesa mona Chita.
Lo que sigue aquí es fruto de un consenso inaudito para celebrar el experimento.


Si estamos de acuerdo en que es un síntoma de inteligencia reírse de uno mismo, el silogismo está servido: Iván Humanes es crítico y escritor, IH se ríe de los críticos y de los escritores, luego IH es inteligente.
Lo es desmitificar la literatura desde la condición de escritor y lo es hacerlo con la crítica desde la condición de crítico. Al final, todo va a parar al mismo núcleo pues todo escritor lleva en su alma una predisposición a la crítica, aunque no siempre a la autocrítica, de la misma manera que todo español aficionado al fútbol lleva un entrenador dentro aunque el último balón que chutara fuese en el patio de su colegio.
Lengua de orangután es un libro desafiante y gamberro, de libertad desbocada, un ejercicio de reordenación del concepto literario desde la propia ilusión intelectual de la literatura, desmitificación desde el propio mito. Y todo ello, muy al gusto del admirado y también citado Enrique Vila-Matas, apoyándose en numerosas referencias que tanto pueden corresponder al “canon oficial”, como los escritores Kafka, Philip Roth, Flaubert, Julio Cortázar, André Breton, Virginia Woolf o James Joyce, como romper con lo convencional y establecer un “canon paralelo” que da mayor sentido a este libro irreverente y simiesco. Son los Robert Walser, Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowsky, Eduardo Chicharro, Marcel Duchamp, Alfred Jarry, Leopoldo Marechal, Ezra Pound, Juan Eduardo Cirlot o Boris Vian.
Y añade a cineastas como David Cronenberg, Stanley Kubrick, David Lynch o Luis Buñuel. A músicos como Vivaldi, a pintores como Dalí, a filósofos como Wittgestein o a editores como Planeta, Herralde, o como a un editor zaragozano, que IH sabrá…
Y monstruos más raros aún como el precursor del dadaísmo, Arthur Cravan, cuando IH alude, en boca del protagonista, a la acción como alternativa a la literatura sobrevalorada: “O en vez de crítico puedo hacerme poeta, un poeta violento como Arthur Cravan, no estaría mal escribir cosas tan pasmosas como loco por boxear le sonreía a la hierba” (pp.106-107). Un Arthur Cravan de cuya performance como boxeador en la plaza de toros Monumental de Barcelona, se cumplirán cien años la próxima diada de Sant Jordi. ¡Exigimos conmemoración! Un Arthur Cravan que hizo de su vida, su propia obra, un ejemplo de víctima de un mal, acuñado por Vila-Matas, como el mal de Montano.
Tampoco hubiera sobrado incorporar a un tal Cervantes y a su Alonso Quijano, que un buen día, y cito literalmente a IH “(…) ya se sabe lo que les ocurre a las mentes socavadas por la literatura: que acaban quemándose en el fuego del delirio”, en lugar de levantarse convertido en un escarabajo, lo hizo convertido en un caballero errante tan esperpéntico como el orangután de prodigiosa inteligencia protagonista de esta obra. Como también hubieran podido sumarse a la fiesta el poliédrico Antonio Beneyto, otro patafísico viviente, o a Jaime D. Parra, profesor de lengua castellana y literatura y uno de los mortales que más sabe sobre la compleja obra de Juan Eduardo Cirlot. Pero, ¿quiénes somos Tarzán y Jane para hacer sugerencias?
En un buen libro la historia que se cuenta puede resultar, como es el caso, una mera excusa. Porque lo que prevalece verdaderamente es la manera en que está contada. Sin embargo, vamos a resumir lo que ocurre a lo largo de sus dieciséis capítulos en ciento ocho páginas, para acabar de ligar la salsa.
Helmut Otto es un pongo pygmaeus wurmbii u orangután de Borneo, fruto de un malogrado experimento de los servicios de “inteligencia” franquista, muy reconocido como crítico literario, que va a ser distinguido como miembro de la Real Academia y está preparando su discurso de investidura.
Mongoy -evidente parónimo del Tongoy de Vila-Matas en El mal de Montano -, es el presidente de la Unión de escritores, paradójico nombre para tal colectivo. Mongoy es humano, mal escritor, envidioso y corrupto. La Unión, con Mongoy al frente, traman la “Operación Kong” consistente en secuestrar a Otto y suplantar su personalidad para impedir que se convierta en académico. Así, Mongoy y sus secuaces van a visitarlo con la excusa de firmar la paz y aceptar que las críticas de Otto hacia sus obras son acertadas. Pero entonces lo duermen con cerbatanas envenenadas, lo depilan y lo llevan a un cementerio de coches mientras Mongoy se disfraza de orangután.
A partir de ahí, se suceden una serie de situaciones delirantes como el discurso fascistoide de Mongoy, las elucubraciones de Otto antes de la huida y su conversación con Emma, la responsable de la protectora de animales a quien Otto imagina como la Emma Bovary de Flaubert, la intervención del CESID, a quienes Mongoy confunde con el CESIC, en una disparatada conversación entre él mismo y “pies profundos”, nombre improvisado sobre la marcha para referirse a la voz que desde un micrófono instalado en el disfraz de orangután va dando indicaciones al suplantador. En dicha conversación, que por absurda, recuerda a algunos diálogos teatrales de Miguel Mihura, en el séptimo capítulo, uno de los momentos más hilarantes del libro, los del CESID/CESIC afirman tener controlada la situación y la huida de Otto del desguace, y sobre todo colaborar en la defenestración del crítico.
Durante el discurso, Mongoy, que a los ojos del público, es Otto, lanza una soflama ácida, insultante y carente de criterio intelectual contra los escritores. Los ánimos se calientan, llega Otto al edificio de la celebración, atestado de seguridad, les dan captura a él y a Emma que lo ha seguido, pero logran escapar. Finalmente, Otto decide que lo mejor para él, enamorado de Emma es huir definitivamente con ella a Borneo. Y abandonar la crítica y la literatura, al fin y al cabo, artes sobrevaloradas. Decide dedicarse al “boxeo en Borneo”, a “traficar con tulipanes”, “o tomaré el ejemplo de Boris Vian” dice, “y me pondré como meta el ultraje de las buenas costumbres. Escribiré. Escribiré teatro. Crítica de jazz como Vian, y letras de canciones. Teatro, jazz y poesía. Saltaré a la comba. Lo demás es un exceso, novelas que no dicen nada, intentos por recuperar algo que se deshace entre los dedos.” (pp. 106-107)
Pero antes de esta definitiva y voluntaria deserción de la crítica, en el antepenúltimo capítulo tiene lugar una conversación clave, en la que a través de la metempsicosis, Otto explica a Mongoy, que se disculpa y se defiende aturdido, cómo alcanzar la dignidad literaria y le regala sus teorías. Lo convence de que la literatura no es “una patata caliente” como piensa el escritor, sino una “verdad enmascarada” (p.98) y de que “(…) la literatura tiene que ser vista como un artificio para disolverse, para derretir la identidad; porque “(…) el objetivo de la escritura no es la exposición pública, sino la tendencia a la desaparición. Desaparecer entrelíneas.” (p. 99)
El último capítulo, el dieciséis, es íntegramente una cita de El otoño en Pekín de Boris Vian, y está ahí sin duda para ilustrar y cerrar la idea de la deserción del capítulo anterior.


Algunas referencias más o menos ocultas, y al mismo tiempo, elocuentes, son las que relacionan a Otto con Copito de nieve, el gorila albino que el general Franco regaló al zoo de Barcelona.
O a Fernando Arrabal cuando los miembros de la Unión de escritores, espoleados por el discurso de su mentor, gritan: ¡El nuevo visceralismo va a llegar!, en clara alusión al momento más absurdo y más publicitado del genial Arrabal, cuando en 1989 en un programa de televisión conducido por Fernando Sánchez Dragó, quien apuntaba maneras y se quedó en aprendiz de Mongoy; dijera ebrio aquello de “El milenarismo va a llegar! Un Fernando Arrabal que también es citado en la página 80. Un autor cuya sombra misteriosa y potente sostiene el espíritu simiesco del libro y de su autor.
A los tiempos en los que ser escritor era peligroso, como cuando el propio Arrabal escribió su Carta al general Franco, con el dictador aún vivo, y era perseguido, considerado peligroso y había que, “saber correr más que escribir para salvar el pellejo”; IH ironiza la parodia de la mediocridad, del parnaso de las subvenciones de los escritores de cámara, la patrulla de salvación de la casta literaria, en más que probable alusión a unos de los blogs literarios actuales más reconocidos y de un anonimato sospechoso, o al virus de las redes, como ventana también al servicio del sistema de mercadotecnia editorial.
Hay también un elogio a “El último ismo español: el postismo. Todo lo que ha seguido ha sido un juego de niños” (p.63) Cataloga de grande al poeta y pintor Eduardo Chicharro y podría haber añadido a la gran desconocida, descatalogada y no menos grande, Gloria Fuertes.
En el fondo de la obra lo que subyace es la negación de la trascendencia de la literatura, la convicción de que el éxito es circunstancial, el concepto del éxito visto como la disolución del escritor en sus propias palabras, la desintegración de la identidad y la vanidad. En definitiva, otra manera de interpretar el mal de Montano.
La singularidad del planteamiento metaliterario de esta novela reside precisamente en que la reflexión sobre la literatura y la crítica literaria se presentan al lector revestidas de un discurso disparatado e hilarante, detonador de la trascendencia que IH maneja con brillante destreza.
No sabemos hasta qué punto habremos acertado en la descodificación del mensaje, hasta qué punto IH estará de acuerdo con este revoltijo de palabras, pero de lo que sí estamos seguros es de que Lengua de orangután es una extraordinaria oportunidad para tomarse el asunto literario de otra manera.

Pals-Pallejà, agosto de 2015
Àngels Campos Martínez
Profesora de lengua castellana y literatura
Jorge Gamero
Escritor