Dialogando en el Café Salambó

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martes, 14 de agosto de 2012

Obsesión por la escritura

Esta fotografía fue tomada el año que yo nací, dos veces, en 1965. Truman Capote (1924-1984) ya sabía entonces lo que significaba este oficio de metas difusas. En Música para camaleones, Random House Inc. Nueva York, 1980; lo decía de esta manera:

Al principio fue muy divertido. Dejó de serlo cuando averigüé la diferencia entre escribir bien y escribir mal; luego hice otro descubrimiento más alarmante todavía: la diferencia entre escribir bien y el arte verdadero: es sutil, pero brutal.

Montano

Dice el narrador de El mal de Montano de Enrique Vila-Matas:
"no hay mejor forma de librarse de una obsesión que escribir sobre ella".
Pero además del narrador, lo han dicho múltiples personajes de ése narrador, del autor Vila-Matas o el propio VIla-Matas. Y seguimos en ello aunque sopecho que las obsesiones se renuevan y la escritura nos acompaña como única terapia.

lunes, 13 de agosto de 2012

Tristeza de Juan Ramón


En 1956, exiliado en Puerto Rico por culpa de la dictadura franquista, Juan Ramón Jiménez recibe dos noticias que de alguna manera, lo acompañaron hasta un triste final. Por un lado, que le van a conceder el Nobel de literatura y por otro, que a Zenobia le quedan pocos días de vida a causa de un cáncer incurable en aquellos años. Dicen que en esos momentos el poeta comprendió que todo lo que había escrito hasta entonces, especialmente en los últimos años, lo había escrito para ella.
Juan Ramón Jiménez murió dos años más tarde pero ya no había vuelto a escribir una palabra y cuando alguien le hacía la consabida pregunta del manual del periodista, que cual era su mejor obra, respondía: El arrepentimeinto de mi obra.
Todos sabemos que esa respuesta no es un título, pero merece un titular y la reflexión, una vez más, sobre la negación de la propia escritura.

Identidad 4


No importa si Juan Goytisolo o George Steiner. Me importa la contundente belleza de la idea. El caso es que el escritor Andrés Neuman en su novela El viajero del siglo, premio Alfaguara 2009, citaba la siguiente frase del crítico francés:
Los vegetales tienen raíces; los hombres y las mujeres tienen pies.


Más tarde, en un artículo sobre nacionalismos e identidades, Juan Goytisolo, una mente preclara, seguramente prafraseando a Steiner decía:
Los hombres no tienen raíces como los árboles, tienen pies, y se mueven...


Identidad 3


El profesor Jordi Llovet, en un artículo titulado No quieren escribir más publicado en el diario El País el 17 de febrero de 2000, empieza diciendo:
Si acordamos que la literatura catalana es la literatura escrita por hombres y mujeres que viven en Cataluña -así lo quería la generación de Gabriel Ferrater y de Gil de Biedma, tan amiga del alcohol, la diversidad y la camaradería, bien podemos hablar hoy de un libro de rara calidad y de frecuencia rara en nuestras letras, tan pródiga justamente en otras épocas en este tipo de narración medio documental, medio ensayística.


Se está refiriendo al libro de Enrique Vila-Matas Bartleby y compañía pero eso no es lo que me importa aquí, sino atreverme a apostillar al profesor, incluso a leer entre las líneas del también crítico y gran editor, a quien en mis tiempos de facultad era casi imposible acercarse si no tenías pegadas en la frente una buena colección de matrículas de honor.
Para empezar, la frase condicional se parece demasiado y es sintomática, a la de Jordi Pujol cuando se hartara de declarar con acierto que és català qui viu i treballa a Catalunya. Pero esto, que para mí no deja de ser una evidencia, tampoco es lo que más me importa. Me llama más la atención sin embargo tres matices, quizás caprichosos de mi lectura, que denotan cierto doblez.
El primero, que para defender la "nacionalidad" del autor tenga que apoyarse en los Ferrater o Gil de Biedma. No le faltaría al profesor talla intelectual y conocimiento de causa para defender el solito la teoría. El segundo, que efectivamente, esos poetas, y otros, fueran tan amigos del alcohol, la diversidad y la camaradería, no es ni una novedad de la historia de la literatura ni mucho menos una rémora para ser lo que decían ser, poetas catalanes. Y la tercera, que como bien debe saber el crítico, no basta con vivir en Cataluña o en la isla de Pascua para que la literatura sea de un sitio o de otro, además, y esto me parece imprescindible, debe partir de, contar e ir a parar siempre a ese sitio como escenario genético creativo, como es el caso de estos poetas y tantos otros escritores catalanes que escribimos en castellano.

No se mete en berenjenales, como yo, y el gran profesor obvia el hecho fundamental de la lengua de expresión escogida. De manera que todo el fragmento queda reducido a una apropiación facilona, no exenta de ironía y de una corrección política, que aunque a veces sea agradecida, en este caso me parece precisamente un desliz inconsciente de nacionalismo literario.

domingo, 12 de agosto de 2012

Identidad 2

En una entrevista que tuvo por título Un  escritor solemnme es lo menos solemne que hay, publicada en el diario El País el 19 de febrero de 2000, Ignacio Echevarría le preguntaba a Enrique Vila-Matas:
¿Se reconoce usted vinculado a alguna tendencia determinada de la literatura española contemporánea?
A lo que Vila-Matas, haciendo uso de su inteligencia parasitaria, contestó tomando prestadas las palabras de otro:
Como decía el polaco Gombrowicz: "Cuando escribo, no soy ni chino ni polaco"

En la misma entrevista, más adelante, cuando Ignacio Echevarría le pregunta si la teoría del laberinto del NO desarrollada en de su novela? Bartleny y compañía"constituye "el único camino que queda abierto a la auténtica creación literaria", Vila-Matas responde:
En efecto, el autor de mis escritos no soy yo mismo, sino otro personaje, el personaje fantasmal del escritor. Esto lo sintetizó muy bien Borges cuando dijo: "Al otro Borges es a quien le ocurren las cosas"


sábado, 4 de agosto de 2012

Identidad 1

 
El escritor argentino Rodrigo Fresán, en un artículo titulado "Historia abreviada de un Vila-Matas portátil" publicado en la revista Punto G, Guadalajara, México, en marzo de 2005, refiriéndose al monstruoso escritor catalán dice: (...) Vila-Matas -escritor "de culto" en todas prtes- no tiene ninguno de los premios importantes de su propio país ni lo llamó Jordi Pujol, Capo de la Generalitat, para felicitarlo por el Rómulo Gallegos. Tal vez lo consideren un escritor extranjero, quien sabe...

Y habría que preguntarle también a los Goytisolo, a Eduardo Mendoza, a Manuel Vázquez Montalbán, a Maruja Torres, a Juan Marse, a Féliz de Azúa, a Pedro Zarraluki, a Francisco González Ledesma o a Javier Cercas por citar a un ramillete de grandes escritores catalanes.

Salvando los abismos, yo mismo, cuando publiqué mi primer libro comprobé como la crema de la sociedad de mi pueblo de residencia entonces, militantes de Convergència y propietarios de los cuatro grandes y prolíficos apellidos del pueblo y de su consistorio, no acudían a la presentación de El leedor fósil. Yo, que soy catalán y Jordi, firmo mis libros como Jorge y eso, escuece y excluye.

Coincidencia 4



Juan Antonio Masoliver Ródenas, en un artículo titulado "Vila-Matas y el viaje al fin de la noche" publicado en La Vanguardia el 7 de septiembre de 2005, refiriéndose lógicamente al territorio de la infancia del metaescritor barcelonés dice: (...) También, pues, su vocación viajera, otra constante de las novelas de Vila-Matas como búsqueda y como huida, tiene su origen en la infancia, cuando "viajaba de niño con el dedo por los mapas de mi atlas universal" (...)
Como Cortázar, como Borges, y como tantos otros. La fascinación infantil de los escritores por los atlas, una coartada para la huida.

viernes, 3 de agosto de 2012

Edward Hopper


MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
MADRID 12/6 – 16/9 2012
EDWARD HOPPER


Hopper, en una carta fechada el 19 de octubre de 1939 y dirigida a Charles H. Sawyer, director de la Addison Gallery of American Art en Andover Massachusetts, donde se exponía el cuadro Manhattan Bridge Loop; empieza diciendo: Querido señor Sawyer: Me pide que haga algo que posiblemente sea tan difícil de hacer como pintar: estos es, que explique la pintura con palabras.
Probablemente Hopper estuviera en lo cierto, pero de la misma manera que él debió pintar porque no pudo evitarlo, los escritores escribimos por la misma razón, y yo voy a escribir algunas palabras sobre sus cuadros, al fin y al cabo ambas formas de expresión nacen de la misma voluntad subconsciente de crear una propia visión del mundo. Pero no pretendo como él dice en la carta, explicar su pintura, sino sobre todo, explicar lo que su pintura obra en mi interior, simplemente una lectura, la descodificación de un mensaje. El código no importa. Y no sé realmente valorar qué es más difícil, pero eso tampoco creo que importe. Lo que sí creo tener claro es que esa coletilla contemporánea que la sociedad de la imagen impuso a diestro y siniestro, esa que afirma cual verdad divina, que a veces una imagen vale más que mil palabras, no siempre es cierta e incluso a menudo es simplista e injusta. Una buena imagen evoca y provoca y en esa provocación, en esa reacción proteica de sensaciones, una imagen puede merecer mil y una palabras mientras que en otras ocasiones, mil y una palabras no darían ni para una mala fotografía sin alma.
A mí los cuadros de Hopper me provocan historias. No es nuevo, lo mismo les pasó a un buen número de cineastas. No voy a enumerarlos y resultar ser así un engreído y falso intelectual. Basta con acudir al ciclo de cine que propone el museo Thyssen, paralelo a la exposición de sus cuadros, para comprobarlo. Y lo mismo le ocurrió a él cuando decidió pintar algunos escenarios vistos en películas de culto anteriores a su obra. Así que seguramente, Hopper no tendría más remedio que aceptar que alguna razón debo tener y que literatura, pintura y cine están condenados a retroalimentarse y a interpretarse mutuamente.
Detrás de cada cuadro de Hopper hay una historia, cada estampa americana es una captura realista de un momento humano, de un estado de ánimo quizás, la congelación de un conflicto que obra el sortilegio de sugerir la cotidianeidad del individuo. Me interesan especialmente los cuadros que mejor representan esta descripción subjetiva, aquellos en los que aparecen figuras humanas convirtiéndose en el centro de atención. Unas figuras humanas que pierden su mirada en la lejanía, o que ofrecen un gesto corporal de soledad, de recogimiento o incluso de distancia con un marco luminoso magistralmente representado, las casas y los campos, las carreteras, pedacitos urbanos o habitaciones ya sean de hotel, o de edificios genuinamente americanos. Lo que ilustra la soledad, la falta de comunicación o la comunicación sesgada por el individualismo de la sociedad de la primera mitad del siglo XX en medio del sueño americano; es la disposición de esas figuras humanas entre sí en el centro de la imagen. Son figuras humanas que apenas se tocan, que no se miran o lo hacen de soslayo, figuras que incluso a veces se dan la espalda para no enfrentar sus conflictos a la mirada del otro, pero que lo dicen todo y lo muestran sin pudor al espectador. Y el espectador, como yo en este caso, se ve obligado a leer entre líneas donde está el problema sugerido por la instantánea. Me voy a centrar en seis ejemplos de mi predilección entre su repertorio, dos de los cuales, Excursion into philosophy y Summer evening no se exponen en el Thyssen.

Morning sun nos muestra a una mujer sentada en una cama y mirando la ciudad a través de un gran ventanal por el que se cuela la luz de la mañana. Se recoge las piernas flexionadas con los brazos y la expresión difusa de la cara es de serenidad y reflexión. No sabemos si hay alguien más en la habitación, quizás en el baño o fuera del alcance visual de Hopper, pero parece claro que la mujer agradece la luz después de un sueño placentero, probablemente a solas, probablemente con un amante que tiene prisa y desaparece. La mujer se despierta con esa luz curativa que le ofrece un nuevo día, una coartada para encontrar la felicidad.


Room in New York es una más de esas habituales estampas de hotel. Un hombre y una mujer captan la atención, él lee el periódico con aparente interés y ella, sentada de lado ante un piano de pared, con la mano derecha acaricia el teclado mientras que el antebrazo izquierdo descansa con laxitud sobre el lateral del piano. Evidentemente no se miran, el tedio en la actitud de la mujer sugiere nuevamente un conflicto de soledad, el reclamo de la atención quizás imposible, caducada, del hombre. La cabeza gacha y la posición de escorzo del cuerpo de ella, que probablemente intentaba hablar con el hombre hasta que se puso a ojear el periódico, confirma su pesar y su abandono.
La historia del cuadro Excursion into philosophy bien podría estar entre las dos anteriores, pertenecer a los mismos personajes en diferentes etapas, no importa si antes o después la una de las otras. De nuevo una mujer y un hombre, ella estirada en la cama vuelta hacia la pared, y él sentado de espaldas a ella, con la mirada perdida en algún punto del suelo y los brazos dejados caer sobre las piernas. A un lado de la cabecera de la cama, otra ventana abierta por la que entra una luz depuradora y previsiblemente matinal. Quizás él acaba de vestirse, ella aún parece reposar con un camisón que no le cubre los glúteos, lo que nos propone una posibilidad de desconcierto. Quizás han hecho el amor y él debe irse ya, quizás ella no se siente amada, quizás se siente puro objeto de placer y él parece meditar si volverá a amarla de nuevo, si ha valido la pena. O como no, a lo mejor no se trata de nada de eso y ella yace satisfecha y se vuelve para expulsarlo a él de la habitación y gozar a solas del relax de su cuerpo satisfecho y exhausto.

En Four lane road un hombre está sentado en una fachada lateral de la estación de servicio, seguramente la misma y el mismo hombre del cuadro titulado Gas. Mira hacia la carretera que solo adivinamos, venciendo su espera y sus horas de hastío al paso de vehículos fugaces. A su espalda, por una ventana asoma una mujer que parece decirle algo. Por la expresión de la mujer posiblemente lo llama para cenar a tenor de la luz mortecina del atardecer, o lo avisa de una llamada que rompa la monotonía de sus días.
Summer evening nos propone una imagen nocturna de cortejo y de mayor connotación comunicativa entre sus personajes. Una pareja de aspecto y vestimenta joven conversan apoyados en un muro del porche de entrada de una casa, bajo la luz artificial de un plafón de techo. Él está ligeramente escorado hacia ella, que estira su cuerpo apoyada con los brazos estirados a su espalda sobre el muro, como ofreciendo su cuerpo, vestido ligeramente por unos shorts y un top a juego de color rosa. Quizás hacen planes para mañana, quizás se prometen amor eterno, quizás repasan un capítulo pasado de su relación, pero sin duda, se hayan enfrascados en un juego de absoluta seducción.

Finalmente, Conference muestra por primera vez a tres personajes y la seducción inspirada es intelectual. Se encuentran en algo parecido a un aula con mesas grandes y el habitual ventanal abierto absorbiendo una luz clarificadora que potencia el núcleo del cuadro, la figura humana. Una pareja muy elegante, ambos vestidos de largo conversan de pie frente al supuesto conferenciante. El conferenciante está sentado en el borde de una mesa, desde la que probablemente acaba de hablar de la idiosincrasia del arte pictórico americano frente a las corrientes europeas y la posición de sus brazos concentra toda la significación del momento. El brazo derecho se flexiona ligeramente con la palma de la mano abierta hacia sus interlocutores y con el izquierdo se apoya reclinado un poco hacia atrás. Es una posición dominante del discurso ante la postura recta y pasiva de la pareja. Él habla, argumenta y ellos escuchan en actitud de aseveración.

            Hasta aquí, y sin necesidad de confirmar el grado de coincidencia con la intencionalidad del artista, porque esta es mi lectura y estas son mis palabras sobre su pintura; las imágenes entre otras muchas que más me interesan de Hopper. No sus casas solitarias, ni sus paisajes urbanos o rurales americanos, no, las que me interesan son las que esconden una o mil historias, las que proponen un misterio o un conflicto comunicativo entre hombres y mujeres. Esas estampas de Hopper que nos miran para que leamos dentro de nosotros mismos, esos cuadros como espejos del alma.
            Madrid, agosto de 2012