Dialogando en el Café Salambó

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viernes, 3 de agosto de 2012

Edward Hopper


MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
MADRID 12/6 – 16/9 2012
EDWARD HOPPER


Hopper, en una carta fechada el 19 de octubre de 1939 y dirigida a Charles H. Sawyer, director de la Addison Gallery of American Art en Andover Massachusetts, donde se exponía el cuadro Manhattan Bridge Loop; empieza diciendo: Querido señor Sawyer: Me pide que haga algo que posiblemente sea tan difícil de hacer como pintar: estos es, que explique la pintura con palabras.
Probablemente Hopper estuviera en lo cierto, pero de la misma manera que él debió pintar porque no pudo evitarlo, los escritores escribimos por la misma razón, y yo voy a escribir algunas palabras sobre sus cuadros, al fin y al cabo ambas formas de expresión nacen de la misma voluntad subconsciente de crear una propia visión del mundo. Pero no pretendo como él dice en la carta, explicar su pintura, sino sobre todo, explicar lo que su pintura obra en mi interior, simplemente una lectura, la descodificación de un mensaje. El código no importa. Y no sé realmente valorar qué es más difícil, pero eso tampoco creo que importe. Lo que sí creo tener claro es que esa coletilla contemporánea que la sociedad de la imagen impuso a diestro y siniestro, esa que afirma cual verdad divina, que a veces una imagen vale más que mil palabras, no siempre es cierta e incluso a menudo es simplista e injusta. Una buena imagen evoca y provoca y en esa provocación, en esa reacción proteica de sensaciones, una imagen puede merecer mil y una palabras mientras que en otras ocasiones, mil y una palabras no darían ni para una mala fotografía sin alma.
A mí los cuadros de Hopper me provocan historias. No es nuevo, lo mismo les pasó a un buen número de cineastas. No voy a enumerarlos y resultar ser así un engreído y falso intelectual. Basta con acudir al ciclo de cine que propone el museo Thyssen, paralelo a la exposición de sus cuadros, para comprobarlo. Y lo mismo le ocurrió a él cuando decidió pintar algunos escenarios vistos en películas de culto anteriores a su obra. Así que seguramente, Hopper no tendría más remedio que aceptar que alguna razón debo tener y que literatura, pintura y cine están condenados a retroalimentarse y a interpretarse mutuamente.
Detrás de cada cuadro de Hopper hay una historia, cada estampa americana es una captura realista de un momento humano, de un estado de ánimo quizás, la congelación de un conflicto que obra el sortilegio de sugerir la cotidianeidad del individuo. Me interesan especialmente los cuadros que mejor representan esta descripción subjetiva, aquellos en los que aparecen figuras humanas convirtiéndose en el centro de atención. Unas figuras humanas que pierden su mirada en la lejanía, o que ofrecen un gesto corporal de soledad, de recogimiento o incluso de distancia con un marco luminoso magistralmente representado, las casas y los campos, las carreteras, pedacitos urbanos o habitaciones ya sean de hotel, o de edificios genuinamente americanos. Lo que ilustra la soledad, la falta de comunicación o la comunicación sesgada por el individualismo de la sociedad de la primera mitad del siglo XX en medio del sueño americano; es la disposición de esas figuras humanas entre sí en el centro de la imagen. Son figuras humanas que apenas se tocan, que no se miran o lo hacen de soslayo, figuras que incluso a veces se dan la espalda para no enfrentar sus conflictos a la mirada del otro, pero que lo dicen todo y lo muestran sin pudor al espectador. Y el espectador, como yo en este caso, se ve obligado a leer entre líneas donde está el problema sugerido por la instantánea. Me voy a centrar en seis ejemplos de mi predilección entre su repertorio, dos de los cuales, Excursion into philosophy y Summer evening no se exponen en el Thyssen.

Morning sun nos muestra a una mujer sentada en una cama y mirando la ciudad a través de un gran ventanal por el que se cuela la luz de la mañana. Se recoge las piernas flexionadas con los brazos y la expresión difusa de la cara es de serenidad y reflexión. No sabemos si hay alguien más en la habitación, quizás en el baño o fuera del alcance visual de Hopper, pero parece claro que la mujer agradece la luz después de un sueño placentero, probablemente a solas, probablemente con un amante que tiene prisa y desaparece. La mujer se despierta con esa luz curativa que le ofrece un nuevo día, una coartada para encontrar la felicidad.


Room in New York es una más de esas habituales estampas de hotel. Un hombre y una mujer captan la atención, él lee el periódico con aparente interés y ella, sentada de lado ante un piano de pared, con la mano derecha acaricia el teclado mientras que el antebrazo izquierdo descansa con laxitud sobre el lateral del piano. Evidentemente no se miran, el tedio en la actitud de la mujer sugiere nuevamente un conflicto de soledad, el reclamo de la atención quizás imposible, caducada, del hombre. La cabeza gacha y la posición de escorzo del cuerpo de ella, que probablemente intentaba hablar con el hombre hasta que se puso a ojear el periódico, confirma su pesar y su abandono.
La historia del cuadro Excursion into philosophy bien podría estar entre las dos anteriores, pertenecer a los mismos personajes en diferentes etapas, no importa si antes o después la una de las otras. De nuevo una mujer y un hombre, ella estirada en la cama vuelta hacia la pared, y él sentado de espaldas a ella, con la mirada perdida en algún punto del suelo y los brazos dejados caer sobre las piernas. A un lado de la cabecera de la cama, otra ventana abierta por la que entra una luz depuradora y previsiblemente matinal. Quizás él acaba de vestirse, ella aún parece reposar con un camisón que no le cubre los glúteos, lo que nos propone una posibilidad de desconcierto. Quizás han hecho el amor y él debe irse ya, quizás ella no se siente amada, quizás se siente puro objeto de placer y él parece meditar si volverá a amarla de nuevo, si ha valido la pena. O como no, a lo mejor no se trata de nada de eso y ella yace satisfecha y se vuelve para expulsarlo a él de la habitación y gozar a solas del relax de su cuerpo satisfecho y exhausto.

En Four lane road un hombre está sentado en una fachada lateral de la estación de servicio, seguramente la misma y el mismo hombre del cuadro titulado Gas. Mira hacia la carretera que solo adivinamos, venciendo su espera y sus horas de hastío al paso de vehículos fugaces. A su espalda, por una ventana asoma una mujer que parece decirle algo. Por la expresión de la mujer posiblemente lo llama para cenar a tenor de la luz mortecina del atardecer, o lo avisa de una llamada que rompa la monotonía de sus días.
Summer evening nos propone una imagen nocturna de cortejo y de mayor connotación comunicativa entre sus personajes. Una pareja de aspecto y vestimenta joven conversan apoyados en un muro del porche de entrada de una casa, bajo la luz artificial de un plafón de techo. Él está ligeramente escorado hacia ella, que estira su cuerpo apoyada con los brazos estirados a su espalda sobre el muro, como ofreciendo su cuerpo, vestido ligeramente por unos shorts y un top a juego de color rosa. Quizás hacen planes para mañana, quizás se prometen amor eterno, quizás repasan un capítulo pasado de su relación, pero sin duda, se hayan enfrascados en un juego de absoluta seducción.

Finalmente, Conference muestra por primera vez a tres personajes y la seducción inspirada es intelectual. Se encuentran en algo parecido a un aula con mesas grandes y el habitual ventanal abierto absorbiendo una luz clarificadora que potencia el núcleo del cuadro, la figura humana. Una pareja muy elegante, ambos vestidos de largo conversan de pie frente al supuesto conferenciante. El conferenciante está sentado en el borde de una mesa, desde la que probablemente acaba de hablar de la idiosincrasia del arte pictórico americano frente a las corrientes europeas y la posición de sus brazos concentra toda la significación del momento. El brazo derecho se flexiona ligeramente con la palma de la mano abierta hacia sus interlocutores y con el izquierdo se apoya reclinado un poco hacia atrás. Es una posición dominante del discurso ante la postura recta y pasiva de la pareja. Él habla, argumenta y ellos escuchan en actitud de aseveración.

            Hasta aquí, y sin necesidad de confirmar el grado de coincidencia con la intencionalidad del artista, porque esta es mi lectura y estas son mis palabras sobre su pintura; las imágenes entre otras muchas que más me interesan de Hopper. No sus casas solitarias, ni sus paisajes urbanos o rurales americanos, no, las que me interesan son las que esconden una o mil historias, las que proponen un misterio o un conflicto comunicativo entre hombres y mujeres. Esas estampas de Hopper que nos miran para que leamos dentro de nosotros mismos, esos cuadros como espejos del alma.
            Madrid, agosto de 2012      








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