Dialogando en el Café Salambó

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domingo, 2 de octubre de 2016

La tierra que pisamos


La tierra que pisamos
Jesús Carrasco
Barcelona, 1ª edición de febrero de 2016
Editorial Seix Barral S.A.
Colección Biblioteca Breve

ISBN: 978-84-322-2733-2

Jesús Carrasco, con dos novelas ya ha conseguido el honor, o la inevitable factura según se mire, de provocar más ríos de tinta que los que él mismo ha escrito, o de los que hubiera querido provocar. Yo, desde este momento espero su tercer libro y que no ocurra como con El zorro más sabio, una de las muchas y maravillosas fábulas de Monterroso, en la que el zorro, por ser más listo que el resto de los animales, decide dejar de escribir para no dar el gusto a algunos críticos de encontrar con qué atizarle. Algunos ya lo han hecho ahora, pero estoy seguro de que a Carrasco nadie va a quitarle las ganas de seguir buscando la perfección narrativa, ahí es nada, o cuando menos; lo bailao.
Para los que aún no la hayan leído, La tierra que pisamos se sitúa en un lugar de Extremadura en el que viven su retiro militares jubilados. Eva Holman, esposa de uno de ellos, Iosif, que en su momento fue cruel y despiadado, ahora está enfermo e impedido, aunque aún no ha perdido su bilis contra los ocupados. Ambos perdieron un hijo en la guerra, la guerra que él le enseñó al hijo y de la que ahora, Eva, abomina y se avergüenza. Un día Eva descubre la presencia de Leva en su jardín, un misterioso mendigo y superviviente de la masacre, pero lejos de denunciar la presencia, se dedica a observarlo primero, a cuidarlo y a solidarizarse con él finalmente, jugándose su propio bienestar amparado por las fuerzas militares de su país y ante la impotencia del marido que lo hubiera matado el primer día de haber podido. La narración se arma entorno a los cuadernos que escribe Eva en los que explica la evolución de su mirada de la tragedia, recomponiendo la historia de Leva en un campo de trabajo, su detención y el exterminio de su mujer y de su hija además de su pueblo, Olivenza, el pueblo por cierto de Jesús Carrasco. Paralelamente, Eva va desarrollando su propia evolución frente al conflicto pero sobre todo frente a su propio conflicto humano.
Se le ha recriminado a Jesús Carrasco la relativa indefinición espacial, la invención del contexto histórico e incluso la dominancia excesiva de la voz de la narradora y coprotagonista Eva Holman. Para mí, no ha lugar. Al menos a mí no me importa que me diga con exactitud meridiana y con coordenadas, el lugar de los hechos. Porque los hechos narrados han ocurrido y ocurren en numerosos lugares del mundo. Lo mismo me ocurre con la invención del contexto histórico, que los ha habido, los hay y los habrá casi seguro por desgracia, en los que hay genocidios, masacres, explotación económica, política y militar y por lo tanto haber concretado en un contexto real, pongamos por caso, el genocidio del pueblo Kurdo, la habría convertido en una novela sobre el pueblo Kurdo por ejemplo. En este caso, la singularidad radica en que sea el pueblo español el sometido por tropas extranjeras. Supongo que una vez más también por alejarse de datos concretos y objetivos, o quien sabe si por sugerir que nadie está libre de ser víctima.
Finalmente, el peso de la voz narrativa de Eva Holman lo considero no solo acertado sino imprescindible. A mi modo de ver no deja de ser una estrategia narrativa deliberada. El conflicto está en ella y en su mirada, y también en la evolución de las mismas, desde la distancia e incluso el desprecio, y el miedo del bando de los poderosos, 

Su delito ha sido su saber, porque el conocimiento enerva a los poderosos. Todo lo que no tiemble ante el acero afilado de una espada ha de ser aniquilado. (página 117) 

al principio, hasta sentirse una refugiada más, del sistema y de sí misma. Y Leva, el refugiado, que apenas interviene, es visto desde principio a fin por esa mirada, que empieza siendo de rechazo y compasiva, más tarde solidaria, y ya casi intimista y amorosa por lo que ha tenido de espejo de su propia ocupación, la contemplación del mendigo. 

Si no lo denuncié nada más verlo fue por la fascinación de su presencia. Si no lo hago ahora es porque hay algo que nos une y debo tratar de averiguar qué es antes de que los soldados entren y se lo lleven, como se llevaría un basurero los desechos de una cocina. (página122).

En la mirada de Eva está el quid de la cuestión, en ella están la culpa y el perdón de la condición humana, que quizás sean, los dos grandes temas de la novela. Y el descubrimiento de uno mismo a través del otro. Eva conecta su propio sufrimiento, desde el bando del poder, con el de Leva, en el bando de los oprimidos. Y se da la paradoja de que se siente escuchada por primera vez en su vida, por alguien que apenas es capaz de hablar porque el horror lo ha dejado prácticamente mudo.
Una mirada que actúa como un espejo que le devuelve el perdón, 

Estoy a dos metros de él. Se gira y detiene sus ojos en los míos. Y yo me quedo quieta porque hay algo en ellos que nunca he visto. Ni en él, ni en nadie. La mirada de un niño al que una cometa encandila. En el fondo de sus cuencas vacila una seda incandescente que me inflama. Noto cómo se me humedece la mirada y el labio me tiembla. Mi cabello es de ceniza y nada de lo que sé ni de lo que siento me sirve para cubrirme en este estado de desnudez. (páginas 123-124), y una mirada que le devuelve la culpa, No había más misterio que la culpa: la de saber que había levantado mi casa sobre la sangre de los suyos. La de haberme envuelto en la bandera de la tradición, el Imperio y la religión para participar de este expolio. (página 245).

También se ha dicho que tanto dolor anestesia, que la visión del mundo descrito es tremendista, que empacha… y bien, siendo respetable la opinión, no lo es menos que la literatura se alimenta del dolor quizás para exorcizarlo, y que la realidad aún nos empacha más cada día, abriendo un periódico o escuchando inmunizados las noticias, especialmente en Tele5. Lo que hace Jesús Carrasco es buena literatura con la realidad, así de sencillo, y nos cuenta a través de la voz de Leva, cosas como ésta, que son verdad, señores críticos de salón, que ocurren…:

Mi hija tiene los labios secos y el pelo revuelto; la boca medio abierta y la frente entera. Tiro de sus brazos hasta que separo su cuerpo de los otros. Me levanto y me la llevo al pecho, como si la sacara de la cama en medio de la noche. Trato de abrazarla pero su cabeza no busca el escalón de mi hombro para seguir durmiendo, sino que cuelga. Me llevo entonces sus brazos a la espalda. Quiero que me abrace pero sus extremidades de alambre vuelven a caer como si hubiera encontrado, entre los muertos, una nueva familia. (página 264)

            Sobre el estilo narrativo y la forma de contar de Jesús Carrasco está casi todo dicho, sobre todo cuando se le ha comparado, yo el primero en mi anterior reseña de Intemperie, con Cormac McCarthy, en esa manía que tenemos, quizás inevitable de comparar a los autores. Pero también con Coetzee, o con el realismo sucio de Richard Ford o Raymond Carver y ya más cercano a nosotros, al menos por la lengua, con Delibes, por la presencia y el buen trato del léxico y la atmósfera rural ya en la primera novela y ahora de nuevo en La tierra que pisamos. Un delicioso botón de muestra: 

          En su duermevela se mezclan también los olores cerosos de los panales, el cuero de las guarniciones, el hollejo madurando, las tablas húmedas de las zarandas. (página 101)

Al margen de las comparaciones, Jesús Carrasco ya es uno de nuestros grandes valores de la nueva narrativa española y en español, más allá de sus tramas, sobre todo por algo que nadie discute: el mimo y el respeto que da a nuestra lengua en pos de la precisión y de resaltar su belleza, para significar siempre, para mantener la tensión lingüística en lo alto línea a línea, alejado del fácil barroquismo artificioso y por lo tanto, vacío de alma.
            Imprescindible en medio del océano literario, habrá que seguir observándolo.