Dialogando en el Café Salambó

Dialogando en el Café Salambó

Índice

miércoles, 1 de abril de 2020

Notas para la presentación aplazada de la novela "Necesito una isla grande" de Rafael Soler


Necesito una isla grande
Rafael Soler
Valencia, 1ª edición, diciembre de 2019
Ediciones Contrabando

ISBN: 978-84-121010-8-9


Ayer martes 31 de marzo de este año con virus, iba a tener el honor y la responsabilidad, como ya tuve con su anterior novela, “El último gin-tonic”, de presentar en la Librería Alibri de Barcelona esta última de Rafael Soler, “Necesito una isla grande”. Confinados como estamos, una obligación la de ahora nada ajena a lectores y escritores aunque debido a otro virus, el de la literatura; estos días he ido compensando la cruda realidad con algún vídeo en FB leyendo fragmentos de la novela. Y hoy subo una lectura, mis notas más que una reseña, con las ideas de lo que podría haber sido mi presentación.

EL CONTENIDO, O LOS CALADEROS DE RAFAEL SOLER

El propio autor ha dicho en alguna entrevista que esta novela gira en torno a tres ejes que son: el amor a la vida, la dignidad del perdedor y, mira por dónde, la capacidad de resistencia. Así que voy a centrarme en estos tres ejes y si cabe, ya añadiré algún otro matiz derivado.


Necesito una isla grande nos cuenta una huida hacia delante, pero no una huida en falso, sino una huida que es un viaje hacia una vida mejor mientras les quede tiempo a los viajeros. La llevan a cabo, aunque parezca contradictorio, un grupo de ancianos que escapan de una residencia para la tercera edad. Huyen de la decrepitud de esos centros con menú y olor de hospital acondicionados para morir, y van en busca del placer de la vida, del cumplimiento de sueños pendientes, de una muerte más digna e incluso gloriosa, de un loft espacioso para vivir, de una isla para sentirse a salvo, cuanto más grande, mejor, más libertad si cabe. La excusa para el viaje es que a algunos les ha tocado un buen pellizco en la lotería y como uno de los agraciados, el Pulga, vaya por Dios, acaba de morir, el resto monta la expedición casi como un homenaje también.


Los protagonistas principales son Panocha, alias de Liberto Gómez, que actúa con hechuras de jefe, el Coronel, un bebedor tenaz que será quien conduzca la furgoneta robada, Tomás, que tiene una enfermedad terminal, mucho que ganar y nada que perder, su hijo Julián, escaldado en pleno proceso de separación y de conflicto profesional, Rocky, ex boxeador necesitado de cariño y Carmina, una ex profesora con alma de escritora frustrada aunque qué narices, Carmina escribe igual o mejor que el propio Soler.
¿Existe mayor canto a la vida que el de estos personajes, algunos octogenarios, que quieren apurarla hasta sus últimas consecuencias? En ese sentido la novela también es un elogio a la amistad de verdad y un alegato a favor de la tercera edad a la que no se la valora como merece. Tan vitalista es la intención y el mensaje de Rafael Soler, que como ya vimos en la anterior novela, hace hablar a los muertos, o los hace sentir al menos, puesto que el narrador omnisciente se mete dentro de ellos para darles voz desde el más allá. Y es que los muertos, en verdad, a veces dicen más de nosotros que nosotros mismos, con nuestras reacciones frente a la ausencia.
(…) Lo segundo que hizo Pulga al morirse del todo fue arrepentirse, justo es reconocerlo. (…) En los primeros minutos que transcurrieron desde su muerte definitiva, Pulga tomó entre doce y quince decisiones que afectaban a su vida cotidiana y a la otra, (…)

El tratamiento del fracaso dignificando al perdedor es aún más palpable. Cierto es que el fracaso es una vis literaria universal pero el tono puede ser lacrimógeno, tragicómico o como es el caso, nuclear, definitorio y definitivo para ser personaje, con una narrativa a cuestas como aval. Comparto este enfoque y no son palabras huecas, tengo pruebas. En la entradilla de un bloque de relatos de uno de mis libros yo decía que sin perdedores no existe el éxito. Y en nuestros tiempos actuales, nuevos gurús de los recursos humanos o no, abogan por preguntar a candidatos a un puesto de trabajo, cuántos fracasos han tenido y no cuántos éxitos, como la medida real del que ha hecho algo en la vida, o al menos lo ha intentado…
Todos los personajes de “Necesito una isla grande”, sin excepción, tienen un buen expediente de derrotas. Podría poner un sin fin de ejemplos pero pongamos, como botón de muestra solo algunos muy significativos:

(…) Campeón regional de boxeo en un tiempo remoto, Rocky tenía más horas de gimnasio que todos los campeones juntos. De aquella época intensa y aciaga en que contaba sus combates por derrotas sin que decayera un ápice su ánimo, conservaba Rocky un caminar bamboleante, a un lado, al otro, como si avanzase a duras penas por la cubierta de un buque arribando a puerto.

 (…) Porque si algo tenía Carmina a estas alturas de su vida, además de un paño de tristeza en sus ojos azules, y una almohada repleta de suspiros, eran historias que aparecían de repente y ella recogía cuidadosa.

(…) De tumbo en tumbo, Panocha había sido taxista, pinche de cocina con poca mano para el guiso, guarda forestal, linotipista, almacenero, y de todos sus oficios hablaba con orgullo, pues en todos aprendió que no hay que andarse con remilgos, y que la vida ofrece al osado aquello que no busca, bendita sea, y al triste una ración de empanadillas frente al televisor, y es que la vida, en el decir de Panocha, había que vivirla a la manera de los cuerdos de atar, siempre cerca del fracaso, que es una forma honorable de aprender, y de tomar impulso, (…)

Y finalmente, la capacidad de resistencia, es el eje más evidente de los tres. Porque, ¿qué son sino resistentes estos personajes? ¿cómo se entiende la lucha por los sueños si no es perseverando, como ellos?
(…) —El presente que no falte joven –asintió Panocha dándose un respiro-. No tenemos otra cosa.
(…)  Para perder siempre hay tiempo –les obsequió el comisario con una verdad escrita a sangre en sus informes. Una verdad carísima, si por fin la entiendes.
En fin, no insistiré al respecto.
En cuanto a los caladeros, ese sustantivo al que acude Rafael Soler cuando se refiere a su universo temático o narrativo, los encontramos también en la intertextualidad de sus obras, no solo en las novelas, sino además en su poesía y entrambas, por supuesto.


Lo he dicho en otras ocasiones y sus lectores habituales también lo saben, que Rafael Soler es un gran poeta que escribe buenas novelas. Yo ya no sabría decir en cuál de los dos géneros es mejor pero tampoco sé si es necesario decirlo. Porque lo que es evidente es que se trata de un autor que borra las fronteras de los géneros, que es narrativo en los poemas, y lírico en su prosa. A nadie como a él he leído, que difumine hasta tal punto las fronteras y al servicio, sencillamente, de la buena literatura.
Así, en algún momento de la novela dice:
(…) Y aquí Tomás no admitía titubeos, pues bastante duro es que nos nazcan sin permiso y a la buena de dios, con perdón del Todopoderoso Ausente, (…)
Ese “nacerte sin permiso” es la manera en que define lo que hay detrás de su poemario “Ácido almíbar” y que explica así en el prólogo de la antología poética a cargo de Lucía Comba, “Leer después de quemar” (2019):
(…) Ácido almíbar (2014), (…) incompleta reflexión sobre la falta de respeto que supone que sin permiso nos nazcan, para ser luego sin permiso tramitados; (…)
Y más adelante:
(…) un segundo terminal para la vida que te falta, Rocky, la vida que tienes entera por vivir (…)
 (…) Y entonces te inventas un viaje hasta la costa, con amigos, con pasta, para no jugar en el casino, porque lo único importante, lo que de verdad importa a estas alturas es el tiempo que te queda.(…)
o ya casi al final:
(…) Era tarde, y la pareja de siempre se abrazaba de nuevo cuando Pablo leyó la última página, que contenía un relato muy corto, un relato que era solo un título y una manera distinta de disfrutar la vida: EL TIEMPO QUE NO QUEDA (…)
Esta idea recurrente del tiempo por vivir, esa reflexión que nos crece a lo largo de la vida a medida que nos hacemos mayores, la encontramos también en su poesía, como en este poema, entre otros, “Desde tu corazón de ayer” perteneciente al poemario “Maneras de volver” (2009) donde dice:
(…) sin caer en la cuenta de tus cuentas
y el futuro más cerca del pasado
cuando entiendas que la vida que te falta
es entera la vida que me has dado.
Y luego están esos otros caladeros casi secretos que percuten toda la obra del autor. El lenguaje cinematográfico, un accidente con muerte traumática, Elvira… esa amante transitiva que está también en las vidas de dos personajes de “Necesito una isla grande” y que tiene todo un capítulo de poemas, el “Cuaderno de Elvira”, primera parte del poemario “No eres nadie hasta que te disparan” (2016)…
TRES PARA NINGUNO
(…) 2. Elvira era de los dos, por turnos. Como la bici que tenían de prestado. Turno de mañana, turno de tarde, la bici. Turno de ida, turno e vuelta, Elvira. Turnos cortos, eso sí, porque aún no se habían declarado, ninguno, y Elvira estaba en la inopia de os arrebatos que provocaba en ellos su melena rubia, su caída de ojos, y la falda, que dejaba ver unas piernas con vello de melocotón que embobaba al más pintado.
Estos caladeros evocadores de un universo narrativo que se reparten entre este Pulga de ahora, que bien podría ser el Ignacio Santisteban Peláez, alias Cara gato en “El último gin-tonic”, ese Panocha que se parece al Lucas de entonces, ese Rocky que nos recuerda al “Artillero”, esa Carmina parecida a Lola, con un saber escribir muy a lo Diego Wiekman, o esa Elvira que nos recuerda a pesar de la fatalidad de esta, a la victoriosa María también del Gin-Tonic, o este Baltasar (padre de Carmina), a aquél Pedraza, ambos secundarios con frase en una película… Y hay más, y todos tienen su poema o su verso repartidos en los libros de Soler pero, hasta aquí ya he pasado seguramente de largo mi cupo de arriesgadas conjeturas. Para un directo en una presentación y con el autor al lado, vale, pero para lanzar esto a las nubes, es suficiente.


LA FORMA DE ESTA ISLA

En cuanto a lo puramente estructural, Rafael Soler no suele utilizar esqueletos convencionales, al menos, en las novelas que yo he leído, la forma siempre está al servicio de la historia. Lo segundo, condiciona a lo primero y, en cualquier caso, son estructuras, también originales, también fuera de cánones. Entre su primera novela, una obra maestra como “El grito” (1979),
 Novela o qué; escrita en cinco capítulos y ocho referencias debidamente numeradas, de fácil manejo y probada utilidad para el lector,
como el mismo autor escribió en una entradilla, y que para mí además, era un verso de ciento cincuenta páginas; y “Necesito una isla grande”; encuentro cierta similitud estructural. La forma en que nos presenta la novela es en veintiocho, llámalo capítulos, partes o fragmentos, como podrían ser doce o veinte, de estructura y extensión irregulares. Algunos de ellos a su vez, como ocurría con “El grito”, ocho concretamente en este caso, contienen trufados otros textos “satélite” que también son muy útiles para el lector pues ponen una lente de aumento en el alma de algunos de sus personajes. A medida que avanza la novela esos textos satélite son más extensos, más elaborados y líricos. Y mi intuición de lector me lleva a imaginar que los va escribiendo Carmina en la Olivetti que se lleva durante el viaje, por eso, algo más arriba dejo caer la ironía de que Carmina escribe mejor que el propio Rafael Soler.
Otro de los valores de la novela son los diálogos, por su forma por supuesto, transparentes de tal realismo y nulo artificio innecesario, y por la gran cantidad. Algo que ya ocurría en “El último gin-tonic”, y no tanto en las anteriores novelas donde los diálogos son sobre todo, internos.
En este caso además, suelen añadir un punto de humor oxigenado que convierten la lectura en un divertimento además de un placer estético. Por ejemplo:
(…)
—Si se inscriben con pensión completa les regalo estas cajas de tortas de la tierra –le escuchó decir-. Y un mapa ecoturístico de la zona.
—¿Y con media pensión? –veló Panocha por los intereses generales de su gente.
—Con media pensión les pongo seis mermeladas en el desayuno.
—¿Podemos ver el menú? –intervino Rocky, que mejoraba mucho su retardo cuando alguien hablaba de comida. Le gustaba la mermelada de albaricoque, y más si la servían de seis en seis.
—El restaurante está a su disposición. Así que cuando gusten.
—Eso queremos  -y aquí Rocky se mostró algo más confuso, aunque seguían en los mismo.
—¿Perdón?
—Que nos guste el restaurante, me refiero yo –intentó Rocky resumir sus intenciones.
—No servirán ustedes mortadela –puntualizó Coronel antes de que firmara Panocha la tarjeta.
—Jamás.
            —¿Y espárragos?
            —De los finitos –aclaró Carmina.
            —Espárragos de los muy finitos.
            —A veces, en la ensalada –reconoció a regañadientes el gafitas-. Pero los de ración son bien gordos.
            —¿Gordos gordos, o gordos regular?
            —Tremendos.
            —Pues media pensión para los siete.

¿CONCLUSIONES?

Seguramente iban a ser otras distintas de las que siguen, seguramente las de manual ya no sean necesarias y estén dichas.  Probablemente hubiera añadido que no hubo un último gin-tonic no, que esta isla es otro trago largo que cierra este par de novelas magníficas, este caladero único donde las redes de una pluma o caña prodigiosa, han pescado personajes y situaciones inolvidables. Dos novelas que son un ciclo testamentario, el de un autor que va a entrar, que ya está, entre la nómina de los grandes. Un autor que como bien dice Luis Landero en la contraportada, es uno de los escritores más libres y soberanos que hay en nuestra lengua, y que lo demuestra con hechos, que son sus poemas y novelas; añado.


Bien sabemos que la realidad siempre supera a la ficción, y que cuando eso sucede, la realidad, ese guiño del tiempo, ese y de repente necesario en toda historia, presenta su candidatura para convertirse en ficción. La realidad en la que se apoya esta novela, ya la sabemos. Es ese apego a la vida, esa cabeza bien alta a pesar del currículum de derrotas, es esa capacidad de resistencia hasta el último suspiro, es la dignificación y el respeto perdido a la tercera edad en esta sociedad cruel…

            Y esta ficción encuentra una rabiosa realidad cuando un hombre de 89 años, don Rafael también llamado, abandonó apenas hace una semana la residencia de ancianos donde se encontraba, al darse cuenta de que sus amigos iban muriendo. No quería quedarse allí a esperar a su hora sufriendo en soledad y llamó a su hija para que fuera a buscarlo. No entro a valorar si hizo bien o mal, si había virus o no lo había, solo constato que bien podría ser uno de nuestros personajes buscando su isla. Si lo conocen háblenle de esta magnífica novela.
Termino la lectura del borrador de este texto, justo cuando estaría acabando la presentación, ahora mismo, en la Librería Alibri de Barcelona. Y vendrían las preguntas del público y los aplausos, y las firmas y las fotos y la cena y la copa con la amistad y el aprendizaje; con la satisfacción de haber creado otro grato recuerdo literario. Como el que también tuvimos a finales de febrero en Madrid, la última vez que nos vimos.


Pero estamos confinados e infectados del virus de la literatura sin vacuna posible, aquí sudando palabra a palabra con décimas de fiebre expresiva y tos seca entre línea y línea, cuando suena mi teléfono.
Es Rafael Soler que me llama para excusar su ausencia en Barcelona y disculpando la mía y, hecha la ironía, nos prometemos que no será por nosotros que no celebremos esta presentación llegados a otra isla.
Y no se me ocurre mejor manera de cerrar que con esta voluntad de enmienda. Eso será cuando quiera dios, el juanramoniano Todopoderoso Ausente de Soler; y cuando le quitemos al virus su corona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario