Teoría del gran infierno
Iván Humanes
Oviedo, 1ª edición, octubre de 2024
Editorial Pez de Plata S.L.
ISBN: 978-84-128899-1-8
El pasado 18 de agosto Iván Humanes me pidió que le presentara este libro junto a la poeta, como nosotros dos de Cornellà, Paula S. Piedad.
Le pedí explicaciones. A la condición de conciudadanos, argumentando su petición, me recordó que de su anterior libro, la novela “Lengua de orangután” (Editorial Base, 2015), yo le había escrito una feliz reseña, según él. Pero como aquella reseña había sido escrita a cuatro manos, invocamos a otra cornellanense, la profesora de Lengua y Literatura Àngels Campos, con quien coincidí en la lectura de aquel libro y la escritura de aquel texto. Ya nada podía salir mal.
Pero el 16 de septiembre, la ouija del azar condenó al infierno mi participación en esta fiesta de fuego. En el microrrelato número treinta, página cincuenta, hay una pista de dicho azar, puesto que desde entonces y hasta el 31 de octubre, ya quemado todo, después de numerosos aquelarres enfrentándome al ojo acusador de la empresa, un expediente de regulación me acabó sirviendo en bandeja la libertad laboral. Un final feliz. En medio del proceso, nueve viajes a Madrid, dos cambios de fecha para la presentación, un cólico nefrítico inesperado que me hizo pensar en lo peor, un vudú de Humanes barajaba yo, la verdad, vuelvo a caerme de la convocatoria, antes fue Paula y, finalmente, un relevo de lujo con Juan Vico substituyéndome para el recuerdo.
Pude asistir sin embargo a la primicia en Barcelona el día 7 de octubre, recién constituida la danza macabra de mi mesa negociadora.
En Alibri me reuní, entre el público, con Albert Vilanova, amigo desde hace treinta años y de repente, descubierto por este lector que ahora escribe, como el doctor, psiquiatra y terapeuta de Iván Humanes. Menudo potaje de carambolas esotérico-literarias... Estar allí me sirvió para constatar, al margen de la calidad de los protagonistas del encuentro, lo que no se dijo y yo hubiera dicho el día 15 en Cornellà junto a Àngels Campos, y para constatar también lo que no iba a repetir. Y aquí estamos, dos meses más tarde.
Algunas de las cosas que hubiera dicho son las siguientes:
Que si en el libro anterior, la novela “Lengua de orangután”, Humanes defendía la intranscendencia de la literatura, este conjunto de relatos breves “Teoría del gran infierno” de ahora sería y no sería un buen ejemplo. Porque por un lado es un libro irreverente con lo previsible, con los cánones, y por otra parte es un libro que honra a la forma de contar, al gusto por la palabra, al saborear la tensión lingüística del buen escribir desde un estilo muy personal. Es como si a lo largo de estos nueve años, Humanes se hubiera rendido a la utopía de la fama literaria y se dijera: “venga, voy a intentarlo una vez más”. O eso, o nuestro amigo común Vilanova de repente es más visionario y gurú que doctor, y su prescripción de publicar lo que andaba por ahí en los algoritmos de las nubes, obró de palanca.
También le habría preguntado, con todos los riesgos, si él ejerce de autor raro a consciencia o ser raro es su estigma, algo parecido a lo que una vez Juan José Millás le preguntó a Gonzalo Suárez en las narices de mi primera fila: “Gonzalo, a ti en el fondo, ¿no te habría gustado ser una persona normal?”
Me habría gustado decirle que en la primicia nadie habló de ternura, que quizás pase desapercibida entre rituales de santería, sacrificios humanos, vampirismo o antropofagia. Pero la hay y después intentaré ponerla en su sitio.
Le habría pedido que me aclarase lo que quiso decir en el microrrelato treinta y seis, página cincuenta y seis, con esto: “¿Será un microrrelatista de los clásicos y me odia?”. Y esta hubiera sido mi pregunta: ¿Qué es un microrrelatista clásico? Y habría aprovechado para ponerlo a prueba y preguntarle qué le parece el microrrelato más célebre de la historia, esperando que no cayera en la obviedad de mencionar al dinosaurio de Monterroso. Seguro que Humanes sabe a quién me refiero, y si no, tiene, tenemos, una pista en la página cincuenta y siete.
Me habría gustado decirle que yo también recuerdo el impacto infantil de haber visto la película “El increíble hombre menguante” (1957), y que muchas noches tuve pesadillas recordando la escena en la que Scott Carey lucha contra una araña y la vence ensartándola con un alfiler.
Finalmente me habría gustado agradecerle públicamente su invitación a presentar su libro siendo sus gustos lectores y nuestros estilos como autores, tan dispares.
Vayamos ya a mi lectura particular y las notas que tomé sobre el libro.
Pero antes, un justo aplauso. Solo una editorial cuyo logo es una lepisma, podría editar este libro. Después, lees la declaración de intenciones de la Editorial Pez de Plata y te das cuenta de que solo bajo esa declaración se podría editar un libro que no busca públicos sino lectores, que no busca reventar ventas, o sí, sino reventar la calidad, la rareza, la locura literaria necesaria. La libertad.
El libro empieza con un prefacio tan innecesario con útil. Su primera línea lo justifica. Compara acertadamente escribir microrrelatos con clavar bien una aguja en los puntos nerviosos necesarios para hacer reaccionar al cuerpo de cualquier lector sensible. Así es, un microrrelato necesita de la precisión absoluta, no tiene ni el tiempo ni el derroche de artificios para engañar al destinatario, previsto u ocasional. Te atrapa o te deja un roce inútil, como las pinzas esas de agarrar peluches de las máquinas de los salones recreativos, no sé si aún existen. Y Humanes lo consigue con muchos de sus microrrelatos. El otro acierto es la recomendación del doctor Vilanova a Humanes y que este ha seguido, sospecho que escrupulosamente sin escrúpulos: “publica los textos que tengas debajo de la cama” (...) “Y haz vudú, piensa que la víctima es tu peor crítico literario”. Mi mejor manera de mostrar mi acuerdo con la recomendación del doctor Vilanova está en un relato mío titulado “Temblores” publicado dentro del conjunto “Los arañazos de la piel y las palabras” (Barcelona, 2020, Stonberg Editorial). Solo explicaré aquí que el omnisciente dice: “El médico le recomendó que siguiera mirando debajo de la cama, sobre todo cuando se produjeran los temblores (...)” El protagonista de mi relato es escritor como Humanes, en plena búsqueda de, y mi omnisciente termina citando aquello de Bolaño: “escribir: meter la cabeza en lo oscuro...” y sigue, apostillándolo así: “para ver más claro...” Esto es lo que hace Humanes con este libro, traer luz, su luz, una luz que quema, desde la oscuridad de sus obsesiones.
Se cierra esta parte con la fotografía de una cara de mujer rota a la altura de la cara. Rotas diferentes capas de papel desfigurando el rostro donde la última capa muestra un agujero negro sin fondo. No voy a jugar a interpretarla, no tengo ni idea. Pero sí diré que no es el único agujero negro del libro, ustedes mismos.
La parte mollar del libro se titula “Pequeños insectos” y la conforman ochenta microrrelatos desconcertantes algunos, irracionales o surrealistas otros, raros o delirantes a veces, de escritura automática por momentos, a lo largo de unas noventa páginas embaucadoras.
Le sigue un posfacio misterioso, estratégico como una partida de ajedrez, quizás una de las obsesiones vitales de Humanes. Esta parte es una conversación ajedrecística sobre el libro y el género del microrrelato, una puesta de opiniones al respecto sobre el tablero. Una conversación entre el autor y el trasunto de la autora real del libro a la que llama Kitty, y a la que, en un jaque mate definitivo, reconoce haberle robado los microrrelatos. Se cierra el posfacio con la fotografía de una muñeca rota, desmembrada, que aquí sí, sugiere claramente el acto canalla de Humanes. Siempre lo pensé, que no existe imagen más triste y desoladora que una muñeca descuartizada por la crueldad infantil, que sabe que su reino tiene los días contados, en medio de cajas de cartón y otros desechos, pasto del olvido. Y nuevamente un agujero negro más en esta segunda fotografía, la del cuello donde una vez la cabeza de la muñeca decapitada, encajaba para la hermosura y el juego inocente.
Vayamos primero al contenido de los insectos, con mis notas de lectura tan deslavazadas como espontáneas y ya algo lejanas, ahora ya, encimando el fin de año. Después iremos a la morfología.
Hay una mezcla constante de lo terrorífico con lo fantástico en todos los microrrelatos, casi una superposición de lo primero en las piezas. Una proliferación de citas de personajes y libros, raros para mí, me abstengo de comentarlos, que parecen pertenecer al universo lector de Iván, tales como el escritor inglés de ciencia ficción J.G.Ballard, quien como al resto de los citados, Humanes redime con sus microrrelatos del olvido de ignorantes como yo. Hay una atmósfera apocalíptica desde un búnker familiar de brujas, cavado en los intestinos de un faro para sobrevivir a la muerte y el caos del mundo “normalizado”. También tenemos retazos creo que conscientemente inconscientes, por el puro asombro, placer y miedo de ser padre, siendo él, Humanes, padre de un preadolescente. O de ser madre, trasunto de Iván convertido en la autora, voz narrativa femenina en primera persona que Iván, no acierto a saber por qué, se sacó de la manga. Hay una canica y tras ella un niño, y unos padres, y un parqué de madera necesario para mitigar el ruido y la convivencia. Los espíritus, de diferentes insectos, humanos o humanoides van apareciendo para contarnos diferentes miserias de la vida, y de la muerte. Moscas, kamikazes y asesinas a la vez, bacterias etc. Porque en realidad, los personajes de estos textos van tejiendo un universo común en el que nunca sabes si están vivos, muertos o mejor, vivos muertos desde otra dimensión que se quiere reivindicar como dimensión paralela. Lo raro es no haber convocado al Melquíades de Macondo, o al padre de Pedro Páramo, por ejemplo..., a ver, que tampoco es que sea obligatorio recaer en tópicos maravillosos. Humanes cita a otros, deliberadamente. Fantasmas que resuelven la neurosis creativa a Humanes, cíclopes a veces, aunque mejor “La odisea” que “Hansel y Gretel” como defiende en otro microrrelato. También hay pesadillas, grietas a través de las que se cuela la imaginación hacia agujeros negros engullidores. Y animales raros, seres atrofiados de un bestiario muy particular donde habita el espíritu de Kafka convertido esta vez en perro. Una vuelta de tuerca ingeniosa con otro grande, Cortázar, cuando dos fantasmas de este gran infierno toman la “Casa tomada” de Irene y su hermano narrador. Son fantasmas que esnifan polvo de sepultura en Navidad, entre otras excentricidades curiosas y hasta ahora desconocidas para los vivos. Y para terminar con este repaso de contenidos alados, una curiosidad más, coincidencia de autores, ouija temática o como quieran, entre este satanista que sabe que al final, si la cremación no lo impide, las hormigas darán buena cuenta de nuestros cuerpos, elevándonos a la gloria literaria. A lo mejor.
En el microrrelato sesenta y siente, página noventa y tres, Humanes se atreve con una fantasía pantagruélico-sexual con el escritor y ahora psiquiatra Vilanova. Este, después de observar “con lupa y medidas exactas” el elemento íntimo de su mujer, acaba desapareciendo a través de los pliegues que dan paso al túnel vaginal de ella quien, al despertar, se nota hinchada. Esta fantasía, que huele a carne de psicoanálisis, yo también la representé de manera muy parecida en mi relato “Amor total”, recogido en mi libro “Las tres caras de la moneda” (Sevilla, 2013, Editorial Gramática Parda). En mi paranoia literaria sobre una pareja que se quiere y se desea hasta la locura, escribí: (...) “y cuando despertaron, contemplaron horrorizados que el otro ya no estaba allí. La sensación más que de plenitud, era de hinchazón insoportable, por todo el cuerpo. El otro estaba en el interior de uno mismo, acariciándolo y besándolo por dentro. (...)”
En realidad, según he sabido gracias a mi relación con el doctor Vilanova, Humanes hizo oídos sordos y dejó de tomarse unas píldoras sanadoras que este le recomendó. De ahí la paranoia. Pero no culpo a Iván, yo tampoco le hice caso en su día, quizás por eso aún no nos hemos curado de la fantasía.
Antes de terminar con las tripas del contenido, prometí hablar de la ternura que salpica algunas historias infernales, esotéricas e infrahumanas de la “Teoría del gran infierno”. Porque, ¿quién no empatizó alguna vez con los monstruos, con los malos de la película, odiados y temidos a un tiempo? ¿Solo raros como Humanes? No, un poco todos, reconozcámoslo, al menos alguna vez, pongamos por ejemplo el primer caso que me viene a la memoria, el Joker que interpretó Joaquin Phoenix en 2019. Ocurre en el microrrelato número siete por ejemplo que termina con esta afirmación: “Y es que no hay nada más placentero que agarrar la manita caliente de un niño”. O en el número ocho, donde el fantasma de un niño fallecido en accidente junto a su hermano, lo recuerda en sus juegos pero sobre todo para evocar al padre ausente en esa dimensión. En el diez, donde una mujer mata de un zapatazo a un insecto nada peligroso y enamorado de ella. En el veinticinco, con el niño del piso de arriba, que llora, que merienda y que juega con una canica que, a pesar del parqué, subraya con su ruido de cristal la existencia infantil. La soledad de los muertos en el treinta y uno. La defensa de la felicidad de los “diferentes” en el treinta y cuatro, “Porque vivimos felices y no podemos dejar que nadie nos contamine. Si uno es diferente, se ve condenado a la soledad”. En el cuarenta y cinco, un niño echa de menos al fantasma de su hermano, durante el día juegan y por la noche, el primero regresa a casa y se abraza a la madre, que también lo echa de menos.
Cambiemos de tercio.
La forma, la manera de contar en literatura lo es todo, es quien da el carnet de estilo propio, de personalidad, de ser o no ser. En “Teoría del gran infierno” para mí la forma es lo más relevante, el mayor logro para que sus pequeñas historias del submundo no se hagan bola, al menos a mí, que no me interesa apenas este submundo de fantasmas, espíritus y tinglados satánicos. Humanes convierte en verosímiles y naturales las rarezas y excentricidades de dicho submundo, con descaro, frescura, sin complejos, desde la primera línea parece decirte: estas son las reglas del juego, todas estas mierdas existen, sí, porque yo las escribo, porque las escribo así, para que parezcan verdad. Y si no te parece bien haber pedido muerte. Como dijo una vez el gran escritor argentino Antonio Tello, a quien Humanes conoce bien, “el lector, que se joda”, lo que no es un desprecio al lector, por supuesto, cosa que explicaría mucho mejor mi compadre, el poeta Jorge Rodríguez Hidalgo, a quien Humanes también conoce; sino una manera de implicarlo, de interpelar al lector a quien le toca terminar, si quiere, la descodificación del mensaje que anida en el texto. Yo, bien jodido, lo he intentado, aquí estoy.
Y la forma de contar de Humanes es descarada e irreverente, directa como un crochet, sin paños calientes, a menudo con la naturalidad por bandera: “Vendí mi alma al diablo y fui a nadar. Más tarde, llevé a mis pequeñas al parque de atracciones” dice en el primer microrrelato, con algunas frases lapidarias que darían para un certero aforismo, como esta primera frase en el microrrelato número siete, y que viene tan a cuento: “Lo verosímil es posible”, o, “Nací en 1976 y, desde que soy satanista, he aprendido a convivir con las hormigas” del microrrelato setenta y siete.
Otras con cierto lirismo inevitable cuando se eleva el autor a su delirio personal, no sé si conscientemente, o como un momento más de una escritura casi automática: “Aquí todas coleccionamos tiempo. (...) Recogemos los minutos de la moqueta, esos segundos perdidos de los comensales anteriores, todas las esperas interminables, cualquier momento no aprovechado” del microrrelato doce, “En la ciudad del oeste, los hombres sonríen como pájaros” del quince, o “...siempre adoró el color de barro de sus mejillas, la laca brillante de su piel” del setenta y cinco.
Y las más veces con un humor más o menos negro, sutil e inteligente: “Desde que le ha dado por celebrar su cumpleaños, a la Muerte hay que conseguirle una buena piñata” del microrrelato dos, “... un filete de pollo envasado no es un animal muerto, claro que no. Si no, los supermercados serían centros de muerte y eso no, eso todos lo sabemos , que no son centros de muerte porque tienen mucha luz y colores. Y Doritos picantes.” del treinta y seis, o “Tanto patógeno infeccioso me va a volver loca. (...) Tanto rizo en las hojas te deja el pelo cardado que ni Rod Stewart. Y ya no estoy para pensar en viajes a Marte ni búnkeres bajo tierra. Que el apocalipsis es muy estresante.” del sesenta y uno.
Para terminar, el libro se cierra con una coda, una especie de bonus track en el que Humanes nos explica de forma muy original, en forma también de microrrelato en tres partes, el ritual de la edición de este libro. Evoca a Cortázar y a alguno de sus personajes reiterando el sincero homenaje a un tótem, y después se refiere al análisis del original como si de una operación en canal de las tripas creativas del autor se tratara cuyo diagnóstico final es la promesa de un contrato y la extirpación de un pez de plata.
La edición como una usurpación, como una excavación íntima de las entrañas del autor. Bien visto.
Al final hay unas ilustraciones que parecen querer ser un regalo, una especie de bestiario alusivo a cosas del libro. Un esqueleto con un fuego llameante en una mano y una guadaña en la otra, un carnero, Francisco de Goya vestido de niña con un gatito en brazos, una especie de oruga cuya cabeza es un ojo humano, una ave con cabeza de cocodrilo y un individuo con cabeza de pez y vestido al estilo del siglo XIX... Esto tampoco me veo capaz de explicarlo, ahí tienen ustedes a Humanes, o a Kitty, o a Pez de Plata.
Punto y final, que ya está bien, Humanes. Vamos dos a cero.
Pallejà, diciembre del 2024
Jorge Gamero
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