Dialogando en el Café Salambó

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domingo, 29 de diciembre de 2013

El siglo sabático


El siglo sabático
Antonio Ferrer
Madrid, 1ª edición, 2013
978-84-940634-9-7
Ediciones Nostrum



Si uno de los mayores objetivos de un escritor, la medida de su pericia, o cuando menos de su derecho a consagrarse como tal, es el haber creado un mundo propio, con toda su estructura conceptual, sus personajes y su lógica interna; desde luego Antonio Ferrer lo ha conseguido con su primera novela, El siglo sabático. Vamos a empezar por ahí, por la verdad, para despejar dudas, las mismas que yo tuve, las que un mediano lector puede tener las primeras cincuenta páginas hasta que la ironía, el humor inteligente y la lógica del absurdo te van llevando a comprender ese mundo ficticio y te sirven en bandeja la parodia de nuestro propio mundo actual.
Antonio Ferrer se atreve a situar ese espejo de nuestra sociedad actual en el año 175.475, y en un mundo nuevo y artificialmente feliz. Un mundo tan lejano como idílico y tentador en el que los animales han evolucionado hasta unos límites de inteligencia y abstracción de la realidad insospechados, mientras que el hombre es un ser inferior que pretende recuperar el terreno perdido, un particular planeta de los simios mucho más desarrollado pero sin pésimo actor principal ni tía buena neumática. Estamos hablando de una novela de ciencia ficción como muy poca ciencia porque las invenciones son descabelladas y sin base empírica alguna y mucha ficción, una ficción delirante. La novela de hecho es una novela delirante en el mejor sentido de la palabra, un delirio organizado y coherente consigo mismo y con el argumento de la misma. Cualquier lector sucumbiría al poder de una empresa, Kaplan y Asociados, trasunto de un vulgar partido político al uso que subvencionase el placer, que garantizase vivir del aire, no trabajar, comunicarse telepáticamente y utilizar como moneda única los llamados bonos de energía. La propuesta es de un nihilismo tal que lleva a tiranizar la sociedad convirtiéndola en su esclava. Entonces surge un líder progresista, Wolfgang Marcuse, que dirige la célula de resistencia para romper con el poder establecido y volver a la idea del trabajo y del arte como motor de la psicología humana. Los héroes son dos humanos, Guzmán, un hombre genial que se atreve a plantar cara al sistema, y Patsy una mujer heroína y enamorada de Guzmán que terminará siendo el motivo de la acción al estilo de la caballería medieval. El particular Grial de la empresa para derrotar la tiranía se llama Nihlik, un concepto que se repite a lo largo de toda la novela como un leiv motiv y que solo corresponde al lector averiguar o mejor dicho, decidir, reinterpretar como un concepto filosófico de libertad, un canon, un libro sagrado, una novela, El siglo sabático por ejemplo sin ir más lejos. 
Y en medio de este mundo corrupto en el que el dinero, o bonos de energía, con sus primas de riesgo y sus índices bursátiles, con sus particulares Bárcenas y cía., sus Edward Snowden, sus vampiros mentales, sus difusores de opinión y sus redes sociales como entes que controlan el mundo desde cada individuo anónimo; Nihlik, núcleo conceptual de la resistencia y de la revolución, garantiza la vuelta al amor, al equilibrio y la paz, al entendimiento universal de los seres humanos. Se nutren de rayas de risa, se vacunan contra el poder alienador del sexo con chips de regulación, proponen volver a la necesidad de lo superfluo, a la literatura lúdica, como la de esta novela, y a la política humorística. En esta locura organizada sobre la lucha de dos mundos opuestos, aparecen traficantes, camellos que cobran en bonos de energía, la moneda única, por vender sustancias capaces de cambiar el rostro de quien las toma, adoptar otras formas corpóreas o cambiar la realidad, que no es otra cosa que lo que consigue Antonio Ferrer con El siglo sabático. Reality show en los que uno puede conseguir la fama universal a cambio del mayor de los absurdos, divagadores profesionales, los contertulios de la prensa rosa de hoy por ejemplo, estrambóticos estudios como los de paleontología cerebral del Romanticismo, chatarreros de libros, personajes animales superdotados como las hormigas, un loro que se llama Sócrates o primates mandriles eruditos.
Y uno al final llega a la conclusión de que la mejor manera de vacunarse contra la realidad que nos azota, es esta suerte de “humor apocalíptico”, como oí decir a alguien en una de las presentaciones de la novela. Esta ácida ironía de la estupidez humana, partirse de la risa antes de que el futuro nos pille desprevenidos y ya no haya vuelta atrás. Antes de ser un vulgar despojo del sistema, Antonio Ferrer nos lo advierte en El siglo sabático.

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