Dialogando en el Café Salambó

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sábado, 19 de abril de 2014

Gabriel García Márquez

El coronel Gerineldo Márquez, que luchó por el fracaso
con tanta convicción y tanta lealtad como antes había luchado
por el triunfo, le reprochaba su temeridad inútil. “No te preocupes”,
sonreía él. “Morirse es mucho más difícil de lo que uno cree”
Cien años de soledad.

Ahora se muere gente que antes nunca se moría.
Gabo


            Ha muerto Gabriel García Márquez, Gabo para los que le adorábamos, Gabito para sus amigos íntimos y familiares. Desde los años noventa cuando superó un cáncer linfático, carroñeros de la palabra y desaprensivos con afán de notoriedad y mercantilismo, se lo habían estado cargando permanentemente. Siempre estaba a punto de morirse, y siempre se despedía con una carta ñoña, blandengue y lacrimógena, siempre la misma carta, al más puro estilo de la literatura barata de autoayuda que algún imbécil tuvo el placer obsceno y morboso de hacer circular por Internet todos estos años, dando vueltas y vueltas al mundo, hasta no hace mucho por cierto, que volvió a entrar en mi correo electrónico. Pobre Gabo, el, que había dicho que toda su vida se la había pasado levantándose temprano para ver si era capaz de escribir una historia que nadie jamás hubiera contado antes y que sirviera para hacer feliz a un lector imposible. El, que había predicado el periodismo como la profesión más bella y con más probabilidades de honestidad del mundo. Poco después de una de esas primeras crónicas de una muerte mal anunciada, Gabo desmentía su muerte inminente en una entrevista publicada por El País. Me atreví a mandarle la entrevista a una profesora que me había enviado la linda carta de despedida del anónimo no ilustrado y la profesora ya nunca me miró igual, más bien dejó de mirarme, y es que a veces el sentido del ridículo se lleva a la humildad por delante.
            En fin, que ahora va en serio. Ha muerto Gabo, desde Cervantes y Shakespeare, de los que ya hace más de cuatrocientos años, y junto a ellos; el mejor escritor de la historia de la literatura universal.
            Lo empecé a leer, como la inmensa mayoría de los mortales, poco después de que le concedieran el premio Nobel en el 1982. Debió ser al año siguiente o al otro, cuando mi primera suegra me regaló una edición barata de Cien años de soledad que a su vez a ella le había regalado La Caixa por Sant Jordi, cuando los bancos, todavía regalaban algo.
            Y resultó una experiencia desconcertante. Para un joven de diecisiete años como yo en aquél momento, acostumbrado a las lecturas generacionales y “obligatorias”, bueno, con la excepción de la tetralogía de Lawrence Durrell, leer Cien años de soledad fue un verdadero seísmo literario ¿Se podía escribir de aquella manera? ¿Se podían romper todas las reglas e inventar otras nuevas dentro de la ruptura, la irreverencia formal y la imaginación más desbordantes? Se podía. Pero seguramente yo no supe entonces sacarle todo el jugo. Después los críticos dieron con la etiqueta y a esa nueva manera de escribir le llamaron realismo mágico y desde entonces, miles y miles de escritores no hemos parado de intentar poner magia a la realidad de nuestras escrituras. El realismo mágico nacía para convertir lo inverosímil en verosímil, para arrastrarnos a la más pura fantasía e irrealidad con todos los ingredientes de lo cotidiano, para arrastrarnos, sin remedio, hasta los brazos de su literatura.
            Años más tarde, volví a leerlo en mis últimos cursos de estudiante de filología y me ratifiqué en mi pasión. Con un grado mayor de madurez, habiendo ya leído a otros representantes del boom americano, esta vez, pude disfrutar aún más de una segunda lectura, sin necesidad de ahondar en formalismos, simplemente abandonándome al puro placer de la palabra.


            En esa etapa, sobre finales de los ochenta, yo diría que en el 89, una vez estuve muy cerca de él, no sé si tanto como leyéndolo o no, pero desde luego, muy cerca físicamente. Estaba esperando mesa en un restaurante de la calle Copérnico de Barcelona que se llamaba Los inmortales, me acompañaban tres amigas tres, sí, en una época en la que yo leía casi tanto como alternaba para amortizar y desbravar mi rabiosa juventud cuando de repente entró Gabo en el restaurante acompañado de dos mujeres aproximadamente de su edad. No reparé en ellas, pero tiempo después pensé que bien podrían ser su mujer Mercedes Barcha y su editora Carme Balcells. El mâitre salió a su encuentro y los acompañó raudo a una mesa que supongo y quise pensar, ya tendrían reservada mientras mis amigas y yo seguimos esperando. Pero para mí, aquella cena ya no iba a ser lo mismo. Me la debatí toda entera con el dilema de si debía o no, si era capaz o no de ir a pedirle un autógrafo. Todos somos un poco fetichistas y yo en particular, para estos asuntos no soy una excepción. Yo ya era escritor, lo era desde niño, lo admiraba, yo aún había sido incapaz de terminar una novela, apenas había publicado mis primeros poemas y relatos en publicaciones universitarias y tenía allí, a escasos metros a Gabo, todo un nobel de literatura, pero no cualquier nobel de literatura. Era Gabriel García Márquez, joder.
            Y ahora, desde hace casi un año, me puse a leer por tercera vez los cien años…, pero esta vez en soporte digital, con mi Ipad, sobre cuyo texto y pantallas hago mis modestas anotaciones. Y la voy leyendo, paladeando sorbito a sorbo como el buen vino, en tragos cortos.
            Lo que más me fastidia de su muerte es que al final, los impostores cibernéticos que la venían persiguiendo desde los años noventa se salieron con la suya
            Y lo que no me preocupa lo más mínimo es que a pesar de su muerte se cumple el tópico, nunca más cierto y honroso, de que sigue vivo a través de su obra, ese es el mayor propósito de un escritor: seguir vivo a través de sus libros y eso, Gabo lo ha conseguido como nadie.
            Y seguiremos leyéndolo hasta que seamos nosotros los que caigamos en las garras de la parca.

4 comentarios:

  1. Muy bueno Jordi, me ha gustado mucho leer.

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  2. Bello, gracias! Una cosa: ¡como que entes fuiste poeta y finalmente tuviste que conformarte bla bla bla? Poeta o se ES siempre o nunca se ha sido

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  3. Gracias Inma, gracias Cecilia y gracias Maria del Mar. En cuanto a lo de ser poeta... quizás tengas razón María del Mar, quizás siga siendo poeta y no lo sepa, quizás lo soy y no escriba poesía...

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