Dialogando en el Café Salambó

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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Tierra de campos, de David Trueba.


Tierra de campos
David Trueba
Barcelona, 2ª edición de abril de 2017
Narrativas hispánicas número 584
Editorial Anagrama S.A.

ISBN: 978-84-339-9832-3


Llevaba años contaminado por un estúpido prejuicio, reforzado por la coartada de la imposibilidad de leer todo lo que uno quisiera leer, claro. Ese prejuicio absurdo era el de encasillar a David Trueba en el grupo donde justos y pecadores comparten la manía de ponerse a escribir, siendo otra cosa antes que escritores; aunque en este caso, como director de cine y guionista, de alguna manera ya fuera narrador de historias. Y sabía que David era bueno en eso, no voy ahora a recorrer su filmografía, baste decir que con Vivir es fácil con los ojos cerrados, se llevó seis premios Goya, curiosamente uno de ellos, al mejor guión, escrito por él, amén de los recibidos como mejor dirección, suya claro, y a la mejor película. Así que iban pasando los años hasta llegar a esta su séptima novela ya, en los que no hacía otra cosa que oír la pregunta ¿Has leído la última novela de Trueba? Y yo erre que erre que no. Pero tanto va el cántaro a la fuente que al final uno descubre, y se descubre, yo que gasto sombrero, ante un señor escritor que sin duda ya lo era y lo ha sido desde el principio de su carrera. Queda la cochina envidia, y asumir que he llegado tarde a la evidencia. Hasta ahora, lo más cerca que había estado de este feliz fenómeno, pero a la inversa, había sido leyendo toda mi vida a Marsé, el escritor español más cinéfilo, más fílmico y cinematografiado de todos. Por cierto, siendo la mejor de las adaptaciones que se le han hecho, la del hermano de David, Fernando Trueba, con el Embrujo de Shanghái. Y volviendo a David Trueba, para rematar esta confesión y antes de explicar mis razones, solo añadiré que Tierra de campos es una novela excelente.


La compré las últimas vacaciones de verano en Indautxu, Bilbao. Porque en verano es cuando ocurren esas cosas que flotan en el azar del inconsciente, sin que las provoques. Siempre que viajo me gusta traerme un libro de vuelta y sucedió que tropecé con esta deuda pendiente, cuando menos lo esperaba. Como una más de esas carambolas que conectan vida y literatura, en esta enfermedad incurable, recientemente dos grandes amigos y grandes lectores habían vuelto a afearme no conocer aún la faceta novelista de David Trueba, y la mosca en la oreja ya pesaba demasiado. Y entonces, descubro esta novela-disco-película…
Estructurada en dos partes, cara A y cara B, se trata de un long play narrativo de cuatrocientas páginas lleno de pequeños capítulos a modo de canciones que ilustran una vida y una conciliación quizás. Al mismo tiempo, la narración entrelaza dos planos temporales, el presente, mientras dura el viaje al lugar de origen del protagonista, y el pasado cuando este va recordando y contando el discurrir de su vida. Esta capacidad de pasar de un espacio temporal a otro, de sobreponer imágenes con total naturalidad, con agilidad y sin perder el hilo, tiene algo también de cinematográfico. Así que los lenguajes se funden sin confundirse para provocar una novela, sonora y visual a la que probablemente le nazca un guión y una película en poco tiempo. ¿Qué se juegan? Yo, ya la espero.
Daniel, realiza un viaje muy especial al pueblo donde nació, Garrafal de Campos. Especial porque lo hace en un coche fúnebre conducido por Jairo, un perfecto compañero de viaje para la ocasión pues no hace más que preguntar a Dani con insistencia y humor sobre su vida. Y sobre todo especial porque los acompaña el cadáver del padre de Dani para ser enterrado en su pueblo. Y ese recorrido conduce también los avatares de la vida del protagonista durante la cara A del disco y después, en la cara B una vez llegan al ficticio Garrafal de Campos, en la provincia de Valladolid.
Daniel Campos, alias Mosca, o Daniel Mosca, es un chico con ideales y un sueño: dedicarse a la música y vivir de las canciones de amor que le brotan de manera espontánea, fruto de una creatividad a flor de piel y de coincidir su infancia y adolescencia con una transición que lo acompañó en esa efervescencia de libertades. Su padre, un buen hombre chapado a la antigua, al principio ni entiende ni aprueba ese modus vivendi, y en su defensa y como gran aval educacional expresa el anhelo de que su hijo, como su familia, fuera “gente normal”. No le parece que ganarse la vida haciendo canciones sea algo serio, aunque cuando Dani y su grupo “Las Moscas” triunfan, su padre se sentirá orgulloso tímidamente y casi en secreto. La madre cae enferma muy joven, de una enfermedad mental que la desconecta del mundo, En un año, la enfermedad avanzó implacable. Mi madre olvidó un día a mi padre y me olvidó a mí. Y un día dejó de reconocerse en el espejo. Se marchó a un lugar ignoto., y deja a Dani huérfano de los besos al acostarse desde la adolescencia, Siempre he estado convencido de que el primer mordisco de la enfermedad de mi madre se llevó lo que yo más quería: el beso de buenas noches. Poco después descubre un gran secreto familiar, porque todas las familias tienen uno. Pero el descubrimiento, lejos de distanciarlo, lo concilia con sus padres y con su azaroso origen.
Pero la amistad lo saca todo a flote en esta novela. Hay todo un alegato al valor de la amistad que se concreta sobre todo en un párrafo determinante, en la página 233 cuando dice, a través de Animal, uno de los grandes amigos de Dani y batería del grupo: (…) hay que estar contra la pareja, contra la paternidad, contra la patria, todo eso son enemigos de la libertad. La única institución que el hombre debe respetar es la amistad, porque la amistad nace de la generosidad. La amistad en parte como refugio, en medio de esa escuela franquista que relata con ironía y grandes dosis de humor, y en la que conoce al otro gran protagonista de Tierra de campos, Agustín, alias Gus, para siempre Gus. Un joven genial, adelantado a su tiempo, rebelde y motor inicial del grupo “Las Moscas” cuando con motivo de un concurso musical en el colegio dijera un día ¿Y si montamos un grupo nosotros? Un Gus que es capaz de sobrevivir en un clima hostil a la homosexualidad, gracias a su valentía, su inteligencia provocadora y su fuerte personalidad y de cuya amistad, Dani siempre se sentirá orgulloso y con el que formarán un tándem extraordinario en su evolución como adultos y artistas. Un Gus, a quien una madrugada más de excesos le arrebatará la vida, ante la dejadez de un entorno, incluyendo al propio Dani, incapaces de prever la tragedia a tiempo. Una muerte disfrazada de suicidio para tapar quizás la culpabilidad de gente influyente, una coartada sencilla cuando se mezclan pastillas, anfetaminas, alcohol y una parada cardiorrespiratoria, y se evita el escándalo de los testigos, para seguir viviendo al límite. Y ese mundo de drogas, alcohol y sexo también queda retratado en esta novela como elementos indisociables del éxito rotundo cuando se es joven y no se está preparado para ello.
Y cómo no, el amor, que también es el motor de Daniel y la chispa que lo lleva a escribir sus mejores canciones. Al margen de numerosos escarceos de una y mil noches de conciertos en directo con admiradoras, están Olga, Oliva, Marina y sobre todo la japonesa Kei, la madre de sus hijos Maya y Ryo. Una relación ya mucho más madura y serena que le regala una de las mayores lecciones de la paternidad, que los hijos aprenden a ser hijos cuando se convierten en padres…
Y es quizás por ese aprendizaje que Dani acompaña a su padre difunto hasta su pueblo, como él hubiera querido, para darle cristiana sepultura. Y a lo mejor es ahí donde está la silenciosa conciliación de la que hablé más arriba. No en vano, Dani se deja agasajar como la estrella que es por la juventud y también por sus compañeros y amigos olvidados de generación encabezados por Jandrón, ahora alcalde, y quién lo pasea como a un trofeo local por todo el pueblo. En esta segunda parte o cara B, cargada de humor, también se vuelve al flash back en el que recuerda con pasión y lirismo su relación con Kei cuando Dani la conoce, ahora ya disuelto el grupo, en una gira por Japón acompañando como cantautor solista y telonero, a Serrat. Todo un homenaje de David Trueba al maestro, sin duda. Kei es una violoncelista genial, enigmática y dulce de la que se enamora a primera vista y por la que será capaz, primero de quedarse en Tokio, sin saber qué va a ser de ellos y a la que acaba enamorando hasta la maternidad y con la que se instalan en Madrid más adelante. Mientras tanto recuerda la relación más importante de su vida, lo que parece ser solo un viaje funerario se convierte en una festival, en una catarsis y en un baño de sencillez y humildad. Debía llegar y volver a partir en seguida, pero es prácticamente secuestrado por el cariño y el chantaje emocional de un pueblo que está orgulloso de él sin que jamás hubiera podido sospecharlo. Dani llama a Animal para que venga a rescatarlo desde Madrid pero lo que debía haber sido un rescate se convierte en un festival cuando Animal es el primero en sacar su batería y montan un concierto para repasar los grandes éxitos que todo el mundo le reclama. Asistirán incluso los hijos de Dani, y las  hermanas de Gus, que en un rapto de emoción y sinceridad le confiesan lo que mucho que lo quería su amigo: Te quería mucho, dijo una. Asentí con la cabeza. Siempre estuvo enamorado de ti, se atrevió a decir la otra. Apoyé la espalda tensa contra el respaldo de la silla. ¿Enamorado?, no sé. Yo creo que era otra cosa. Aún mejor.
Así, esta novela confesional en primera persona va hilvanando los momentos de la mitad de una vida, canción a canción, amor a amor, con numerosos diálogos internos perfectamente engarzados en la narración y un ritmo cadencioso de concierto, con la naturalidad de quien conversa con un amigo de siempre. Al final no hay final porque la vida sigue cuando ya hemos aprendido que los momentos, los principios y los ideales más valiosos se los debemos a la gente que más nos ha querido, y a los que a su vez un día descubrimos que más hemos querido nosotros también.

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